La disyuntiva Donald Trump contra Joe Biden ha cobrado especial connotación para los cubanos, tanto entre los 11 millones que habitan el país como entre los dos millones y medio de una inmensa diáspora extendida por 129 naciones del planeta.
Después de sobrevivir a la ambivalencia de 11 administraciones norteamericanas, en el peor momento de su historia, la dictadura castrista enfrenta una agresividad extrema por parte de la Casa Blanca, dispuesta a continuar apretando el cuello a los herederos de Fidel Castro hasta hacerlos boquear.
Por el momento, en la Plaza de la Revolución, según una expresión popular, están chirriando gomas.
La “continuidad” del engendro revolucionario, proclamada por Miguel Díaz-Canel en La Habana, adquiere ahora otro significado: “descontinuar” a Trump equivale a respirar cuando la soga del ahorcado parece cerrarse definitivamente sobre el empecinamiento enfermizo que todavía ordena en Cuba.
Comenzando por la inusitada decisión de aplicar el Título III de la Ley Helms-Burton sobre un país endeudado hasta la médula, necesitado de inversiones extranjeras, paso a paso La Casa Blanca va instrumentado una premeditada agenda, cuyos efectos se expresan al constatar el 'default' agobiante del Estado cubano.
Parasitismo y corrupción se dan la mano en el gran archipiélago del Caribe.
El régimen se debate ante el imperativo del cambio sin un liderazgo capaz de enfrentarlo, con una oposición interna cada día más activa, junto a un pueblo empobrecido al borde de la inanición, cuya respuesta última pudiera realizarse mediante una huelga generalizada de brazos caídos, al reforzar la dictadura su probada eficacia represiva.
Sin embargo, tal eficiencia perdió hace rato la capacidad de maniobra internacional demostrada por El Comandante, recluido para siempre en un inmenso pedrusco sepulcral.
En Estados Unidos, aunque técnicamente los cubanos no deciden elecciones, su influencia aún es fuerte. El temor de la dictadura radica ahora en el creciente empoderamiento de un exilio joven, muy diferente al llamado exilio histórico, este último tan envejecido como el liderazgo comunista que le diera origen.
La paradoja es, para el castrismo tardío, reprimir el ateísmo filosófico y rezar un rosario infinito rogando por la victoria de Joe Biden.
La posibilidad de un Four more years, hoy puede significar la diferencia entre la vida o la muerte para los herederos del castrismo. Esta opinión la compartí con algunos internautas, golpeando suavemente la pantalla de un Samsung fabricado en Vietnam, hijo ilustre del Doi Moi, el exitoso reformismo económico de los sobrinos del Tío Ho.
La analogía sugiere un mensaje a los gobernantes cubanos.
En 2018, frente al presidente Díaz-Canel, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, Nguyen Phu Trong, máximo dirigente de los comunistas anamitas, enfatizó:
"La economía de mercado, en sí misma, no puede destruir el socialismo, pero para construir con éxito el socialismo es necesario desarrollar la economía de mercado de manera adecuada y correcta. Somos conscientes de que la economía de mercado es el resultado de la sensibilidad humana con la que se puede coexistir y adaptarse a las diferencias con las modalidades sociales.”
Nguyen Phu Trong, lejos de la iglesia, invocaba la naturaleza humana.
El dirigente asiático recibía entonces el Honoris Causa en Ciencias Políticas, ocasión en que ilustró a sus anfitriones: “En 1990 el PIB per cápita de Vietnam era de 100 dólares, mientras que el año pasado [2017] aumentó hasta los 2 mil 385 dólares.”
El monopolio mediático del Partido Comunista de Cuba (PCC), silenció las expresiones “subversivas” del querido huésped, mientras agradecía lisonjero el salvavidas de arroz en camino desde la península indochina.
Este 6 de mayo el PCC volvió a la carga, cerrándole el pico a unos misteriosos economistas cubanos jamás identificados, quienes se atrevieron a considerar la experiencia vietnamita como parte de las ineludibles reformas, clamadas dentro y fuera del país.
Granma, órgano oficial de la gobernanza comunista, descargó su mordacidad sobre los reformadores, calificando sus propuestas como “la «bondad» neoliberal de los entusiastas consejeros”.
Según el diccionario de la gobernanza comunista cubana, neoliberalismo equivale a traición a Fidel Castro.
Está dicho, en la Plaza de la Revolución rezan por Joe Biden.
Un rumor paralelo repite “berocos”; algo así como agallas en lenguaje figurado, o tal vez mejor una de esas llamadas malas palabras.
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