La tormenta tropical "Laura" ha provocado tragedias personales y colectivas en Cuba, donde resulta inevitable pensar en la acumulación de problemas derivados de desastres naturales en los últimos 30 años, y en la desidia gubernamental que sigue acumulando pobreza, con especial incidencia en ancianos, mujeres, negros y mestizos.
¿Qué habrá sucedido con la improvisada casita de madera de Oneida, la guantanamera a la que el huracán Matthew derrumbó su vivienda en 2016?
Hace poco, Oneida contó a la prensa independiente que las autoridades le hicieron mil promesas, pero su casa sigue en ruinas desde entonces. Tiene 77 años, es asmática crónica y padece una cardiopatía grave. Recibe solo una pensión de 215 pesos cubanos, de la cual debe pagar luz, agua, alimentos y medicamentos.
“Ya esa casa no la veré. No tengo esperanzas de nada”, asegura, esta vecina de un poblado cercano a la villa de Baracoa, llamado -irónicamente- La Felicidad, pero donde Oneida y sus vecinos han encontrado la desdicha de malvivir a una edad en que la salud se quebranta y el desamparo angustia.
En La Felicidad, también afectada hace cuatro años por Matthew, Tomasa (78 años) malvive en un bohío junto a su esposo discapacitado, de 85 años, que solo percibe 280 pesos al mes. “No tengo ni una olla para cocinar”, se queja. Lamentablemente, Oneida y Tomasa coinciden en que no ven otra solución que la muerte.
Estos son solo dos ejemplos, pero multipliquemos y tendremos una imagen desoladora de muchas personas mayores en toda Cuba, donde ciudades y pueblos están llenos de personas menesterosas, ancianos obligados a volver al mercado informal de trabajo para intentar complementar sus chequeras; arriesgándose a multas y decomisos.
En los campos de la isla, se observan casos más críticos, tal y como sucedía en la Cuba republicana, desacreditada constantemente por el castrismo que -en cambio- intenta ocultar la pobreza, la marginación y los desalojos que ejecuta contra muchos ciudadanos.
Vejez agonizante, casuchas, cocinas de leña, farmacias desabastecidas, pensiones miserables y alimentación deficiente conforman una mezcla explosiva. Y todo esto lo padece la generación a la que se pidió más sacrificios, la que colaboró en la caída de una dictadura para ver llegar otra, sin soluciones.
Los índices de pobreza de la Cuba actual, sobre todo entre los mayores, son sonrojantes. Sin embargo, visualizar a las víctimas y darles voz, no parece ser una prioridad.
Como demostró nuestro Segundo Informe sobre el Estado de los Derechos Sociales en Cuba, presentado en junio pasado, las personas mayores de 60 años son las que más tienen “problemas para comprar lo más esencial para sobrevivir”, llegando al 54% en el tramo de 61-70 años y al 59% para el de más de 70 años. Casi la mitad (48%) come dos o menos veces al día y 6 de cada 10 ancianos no pueden obtener sus medicinas en las farmacias.
El impacto del coronavirus y las medidas de cuarentena y aislamiento sanitarios decididos por las autoridades han afectado a todos los cubanos, pero especialmente a los ancianos pobres y enfermos crónicos, que soportan la dureza de la vida en Cuba con apenas recursos y desamparados.
(Con datos recopilados por la Red de Apoyo del Observatorio Cubano de Derechos Humanos)
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