Hace 40 años, muchos cubanos andaban mirando al cielo y cronometrando sus relojes Poljot y Raketa con la hora de Moscú para intentar ver a Yuri Romanenko y Arnaldo Tamayo Méndez, a los que una calculada campaña ideológica intentaba convertir en familiares heroicos y generosos, aunque luego fueran solos a la Casa de los Cosmonautas en Varadero.
Fidel Castro Ruz se había quedado dado con el estruendo de la Embajada de Perú y la estampida de Mariel, y los soviéticos acudieron una vez más en su rescate con el lanzamiento al espacio de una tripulación mixta, con Tamayo, un guajiro guantanamero que voló recto y nivelado y nunca más se bajó del cohete de la subguara, sin perder su simpatía ni la natural precaución de los semielegidos.
El Comandante en Jefe, que descubrió temprano el oficio del verbo primero, dio rienda suelta a la oratoria dominica que lo presidió hasta su muerte, aprendida de sus Padres preceptores en el colegio de Dolores de Santiago de Cuba:
"(...) Realmente constituye todo un símbolo el hecho de que nuestro primer cosmonauta, y el primer cosmonauta de América Latina y el primer cosmonauta de Africa, y no es un capricho que nosotros digamos que es también el primer cosmonauta de África, porque Tamayo, hombre eminentemente negro, que lleva también en su sangre la sangre del indio y la sangre española, es todo un símbolo de la sangre mezclada que en el crisol de la historia de nuestra patria dieron origen a nuestro pueblo; sangre africana, sangre india, sangre española".
Los jodedores cubanos reaccionaron con su humor cínico, que consiste en reírse de su propia desgracia, y pusieron en duda que el cohete espacial hubiera podido despegar con tanta carga simbólica dentro y también hubo espacio para el ácido, diciendo que Tamayo había vuelto a la tierra con las manos hinchadas por los manotazos que le daba Yuri Romanenko, cada vez que intentaba tocar algún botón del cohete.
Tamayo Méndez fue un buen piloto, nunca actuó injustamente contra un subordinado y posee nervios de acero, como aquella vez, actuando como segundo jefe de la base aérea de Santa Clara, ni pestañeó cuando un error humano provocó que un Mig 21 adelantara en el aterrizaje a un Mig 17, debido a un fallo humano en una glizada; pero su predominio sobre José Armando López Falcón, el otro candidato y también excelente aviador, pudo obedecer al color de su piel, pues Granma recreó su condición de "niño negro y limpiabotas", en una crónica lacrimógena que provocó en los jodedores la ocurrencia de que el astronauta era también el primer hombre en subir al cosmos con betún, paño y cepillo.
La tripulación soviética-cubana llevó consigo 27 experimentos al espacio, fruto de investigaciones médicas, energía solar y su aprovechamiento, sobre la naturaleza y los recursos naturales de Cuba, incluidos "materiales valiosos para el desarrollo de la electrónica y la microelectrónica", según crónicas de la época.
Pero al menos la solar no debe haber tenido continuidad porque no ha sido hasta fechas recientes, ya con Raúl Castro Ruz al bate de la nave sin rumbo, que Cuba ha intentado cambiar su matriz energética introduciendo fuentes renovables de producción eléctrica, tras desperdiciar las posibilidades de los bioalcoholes como combustibles, con la destrucción de la industria azucarera por orden del Comandante en Jefe.
A insistencia del Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque y del entonces ministro de las FAR, Arnaldo Tamayo Méndez publicó sus memorias, Un cubano en el cosmos (Editorial Verde Olivo, 2014. 400 páginas), que fue presentado en la Feria Internacional del Libro de La Habana por el General de Brigada y Héroe de la República de Cuba.
Entonces se recordó que había llevado en la Soyuz-38 dos banderas cubanas, la nacional y la enarbolada por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868, una esfera con arena de Playa Girón, una efigie de Ernesto Che Guevara, una réplica del Yate Granma, una edición en miniatura del Manifiesto de Montecristi y poemas de José Martí y Nicolás Guillén.
Pero nunca se ha dicho públicamente que, antes de volar a Moscú para llegar hasta el cosmódromo de Baikonur y despegar, ofrendó unos calzoncillos a la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, que aún reposan en el templo santiaguero junto a medallas llevadas por Lina Ruz González para pedir protección para sus hijos Fidel y Raúl Castro, tras el ataque el cuartel Moncada y la medalla del Premio Nobel de Literatura (1954) de Ernest Hemingway.
Pocos años después de protagonizar el primer y único vuelo de un cubano al cosmos, Tamayo Méndez enviudó de la madre de sus dos hijos y, más tarde, se casó con otra cubana, de la que ya han trascendido menos detalles por la habitual opacidad oficial y porque el aviador ya estaba incrustado en la subguara castrista, que obliga a ejemplaridad cara al pueblo trabajador.
El castrismo se empeñó en tener la textilera más grande de América Latina, aunque luego escaseara la ropa, combinados poligráficos para periódicos y revistas feos que repiten las hazañas del Comité Central, y un cosmonauta, un cubano jodedor y fraterno convencido de que entre cielo y tierra no hay nada oculto.
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