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Llevaba poco tiempo en el exilio y entonces me invitaron a un evento sobre la literatura cubana en Berlín, corría mayo de 1995. Había publicado solamente dos poemarios, la novela Sangre Azul (mi primera novela escrita a los veintitrés años), y tenía esperando varios manuscritos en editoriales europeas.
En las más de once horas de tren que lleva ir de París a la capital alemana me las pasé leyendo, escribiendo, y pensando en los poetas y escritores cubanos con los que me encontraría por primera vez en persona, pero a los que sin embargo había frecuentado cientos de veces a través de sus libros.
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Llegué a Berlín extenuada pero feliz, el anfitrión Peter B. Schumann, al que había conocido en La Habana durante uno de sus viajes, me recibió entusiasta. A la segunda persona a la que conocí fue al Abicú Liberal (así se llamó su blog en la era de los blogs), cuyo verdadero nombre era Jorge A. Pomar -que en paz descanse-, quien en breve tiempo se convirtió en un gran amigo; de su mano conocí la otra parte de Alemania que ignoraba, pues en febrero del año 1986 había iniciado una gira de tres meses por varias ciudades alemanas.
Pomar, periodista, ensayista, escritor, fue uno de los miembros del grupo opositor Criterio Alternativo, enseguida me hizo uno de sus chistes: “Oye, qué flaquita estás, tas falta e’condumio”. Y así sucedió apenas conocernos hasta que años más tarde murió. Nos unió una hermosa y leal amistad.
Una vez en el hotel, después de haber acomodado las cosas en mi habitación, bajé y pude abrazar a Heberto Padilla. Lo recuerdo muy simpático, entrañable, aunque algo huidizo por instantes. Padilla se había convertido en un símbolo para varias generaciones y así se lo hice saber, tímidamente: “Muy a pesar mío”, respondió en tono de chanza.
En el encuentro berlinés participaron, además, María Elena Cruz Varela, José Kozer, entre otros, y dos traductoras: La italiana Bárbara Bertoni y una traductora alemana que después devino editora y censora al mismo tiempo tras casarse con un ‘peota’ cubano. Ni se sabe la cantidad de colchonazos que han destrozado ediciones de escritores cubanos relevantes en el extranjero, y no únicamente por problemas políticos.
De aquel viaje, lo que más recuerdo, con nitidez, es que pude comprar los libros que me faltaban de Guillermo Cabrera Infante, y que descubrí a un hombre muy golpeado: Heberto Padilla, sumamente dolido, dañado, que intentaba ocultar sus tormentos y heridas bajo el manto del humor. Fue sumamente amable conmigo, aunque también me regañaba y hasta se gastaba burlas respecto a mis feos zapatones, espantosos, que me había podido comprar con el poco dinero que tenía.
Una de esas burlas fue cuando yo, toda trágica, suspiré y solté: “¡Y que este hombre no se muere de una vez!”. Hablábamos, desde luego, del tirano Fidel Castro. A lo que él respondió irónicamente: “¿Y para qué tú quieres ahora que se muera ese bicho? ¿No te das cuenta de que con el muerto ya no nos invitarán más a estas trovas? No nos hubiéramos conocido tú y yo. Además, a mí me pagan muy bien por hablar mal de él”. Y nos echamos a reír. Todos sabíamos que aquello no pasaba de una burla de las suyas, porque allí estábamos comiendo una sola vez al día, y mal remunerados, más bien poco con una dieta irrisoria, por impartir conferencias sobre la literatura cubana del exilio y de la libertad.
Este 25 de septiembre, se cumplieron veinte años del fallecimiento en Auburn, Alabama, del gran poeta y escritor Heberto Padilla, conducido a un juicio estalinista del que se habló en el resto del mundo y que lo hizo más célebre que con su propia literatura; ese juicio hizo cambiar de bando a muchos escritores y artistas dignos -entre ellos a Mario Vargas Llosa-, para ponerse del lado de la verdad y del sufrimiento de los cubanos.
En días pasados leí poemas del libro ‘Fuera del Juego’ de Heberto Padilla en mi programa literario de YouTube ‘Zoeños de la Razón’, son poemas a los que debemos volver de vez en cuando para que el "escándalo" provocado por la razzia comunista no escamotee a ese gran poeta de Cuba.
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