Un artículo publicado en Granma ha causado indignación entre muchos cubanos dentro y fuera de la isla. Lo firma Karima Oliva Bello, psicóloga, emigrante y paladín del régimen que ha destruido la mente y el cuerpo de la sociedad cubana.
La autora invita a los emigrados a ser críticos, pero no resentidos, a propósito de la ola de protestas que causó la medida de imponer unas tasas abusivas a unas prórrogas absurdas. La ocurrencia fue ampliamente contestada y las autoridades han dado marcha atrás, al menos provisionalmente.
Más allá de las implicaciones de este episodio, que da señales del empoderamiento de la sociedad civil cubana, en el artículo de Oliva Bello llama la atención el uso de los epítetos. Resentidos, cobardes e infantiles: así son los emigrantes que, según ella ofenden, atacan y calumnian al gobierno cubano.
Para estar abogando por una crítica sine ira, Karima no duda en arremeter contra quienes, cansados de arbitrariedades y desprecios, protestan hoy contra las tasas. Lejos de analizar las causas de este “resentimiento”, la psicóloga se pone al servicio del discurso oficial, sin ofrecer hipótesis alguna sobre la emotividad política de estos cubanos. Para ella, estos “resentidos” son una campana de resonancia acrítica de la propaganda enemiga y anticubana.
Lo importante es “dejar a un lado tanto resentimiento ante un Gobierno que muestra la disposición de escucharnos”. La demagogia de Karima pasa por alto el terror y las ofensas que utiliza el régimen habitualmente contra quienes piensan diferente, y lo manifiestan. La violencia física y verbal que emplea el Estado contra ellos es invisible para la articulista.
El régimen que no acepta la pluralidad de ideas y llama gusanos, lumpen, escoria, traidores, mercenarios, excubanos, malnacidos y mil insultos más a sus detractores o emigrantes, quiere recibir críticas constructivas de ellos. Su presunta voluntad de diálogo exige a cambio sentimientos de amor, de concordia, de respeto y, en definitiva, de sumisión a su autoridad. Este discurso del amor patriotero se ha institucionalizado en el régimen de la continuidad.
Karima, que es psicóloga, sabrá que el resentimiento es un dolor moral que florece a la luz de las ofensas, generalmente producto de una relación asimétrica. No ofende el que quiere, sino el que puede, dice el refrán, aludiendo a la relación de poder o de autoridad que tiene que existir para que una ofensa se concrete. El resentido no consigue olvidar la humillación, sino que la experimenta una y otra vez, la re-siente. Pero Karima no ve el maltrato, sino las “actitudes regresivas” de los maltratados, para ella “resentidos”.
Decía Max Scheler que "el resentimiento puede hacernos comprensible, tanto grandes procesos del conjunto en la historia de las concepciones morales, como sucesos que presenciamos en la pequeña vida diaria". En esa visión, el resentimiento no es la pataleta que aprecia Karima entre emigrados rencorosos y vengativos, infantiles y cobardes. El resentimiento sería una forma dolorosa de toma de conciencia, una condición sufriente ante la incapacidad para actuar, una emoción legítima ante el abuso de poder.
El resentimiento surge de la imposibilidad para traducir el agravio en respuesta y actividad. Para Scheler, el resentido es alguien que experimenta una impotencia radical que le impide actuar en defensa de su propia estima y dignidad individual, alguien que “siente que no hay nada que hacer, mejor será callar, mejor acatar, más vale obedecer, mejor someterse”.
Ahora, pidiendo el agua por señas, el régimen observa que son muchos los cubanos que, a través de las redes y en la plaza pública, empiezan a manifestar su indignación contra los responsables de la ruina económica del país y la quiebra de valores de la nación cubana. Ya que no pueden evitar la oleada de protesta que se les viene encima, procuran que solo tengan voz los críticos y opositores “leales”. Los promotores del pin pon fuera quieren que los gusanos toquen una pieza inconclusa para piano mecánico. Los artífices del silencio y la única verdad, construidas sobre el miedo y la violencia, pretenden civilizar el diálogo.
Al publicar Los orígenes del totalitarismo, Hannah Arendt fue criticada por otro judío ilustre, Gershom Scholem, estudioso del lenguaje cabalístico. Scholem, dolido por la crítica de la filósofa a la actitud adoptada por ciertas organizaciones judías frente al nazismo, le reprochaba “ese tono despiadado, a menudo poco menos que burlesco y malicioso, con el que tu libro trata asuntos que tocan la fibra más sensible de nuestras vidas”.
A Scholem le parecía impropio el resentimiento de la filósofa, su acidez crítica. “En la tradición judía hay un concepto difícil de definir y sin embargo, bastante concreto, que conocemos como Ahabath Israel, ‘Amor al pueblo judío’. En ti, querida Hannah, al igual que en tantos intelectuales procedentes de la izquierda alemana, no encuentro apenas traza de ello”, le escribía Gershom en su intercambio epistolar.
Arendt defendía el lenguaje elegido para expresar sus ideas, como proveniente del “corazón”, esa fuente oculta de los sentimientos humanos y de la acción, esa facultad de imaginar que resulta necesaria para comprender y juzgar. “El estilo del libro ha merecido alabanzas como apasionado y críticas como sentimental”, decía la estudiosa del totalitarismo defendiendo su herramienta metodológica más heterodoxa, la indignación. “Yo me he apartado conscientemente de la tradición del sine ira et studio”, confesaba.
¿Por qué una mente excepcional como la suya, capaz de comprender mediante abstracciones puras de la filosofía la pasión del hombre y la evolución de la humanidad, se lanzaba a investigar los orígenes del totalitarismo con una lupa subjetiva de indignación? “No puedo en consecuencia estar de acuerdo con el profesor Voegelin acerca de que ‘el aborrecimiento moral y la carga emocional eclipsarán lo esencial’, ya que creo que ambos factores forman parte íntegra de lo esencial (...) Describir los campos de concentración sine ira no es ser ‘objetivo’, sino indultarlos”.
Para Karima y los escribas del órgano oficial del partido único, los emigrados deben dejar a un lado su indignación y plantear críticas constructivas con un lenguaje que no canalice el rencor, la frustración y otras emociones que medio siglo de totalitarismo han terminado por incrustar en el discurso crítico contra el régimen.
Así como la marcha atrás a las tasas se ha revelado como un indicador del poder de la emigración y la sociedad civil cubanas, el discurso “resentido” que crece en los foros virtuales y reales de esa sociedad que despierta, es un indicador de la indignación moral que mueve a toda una nación a romper con el miedo y la violencia en busca de su libertad.
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