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El papa Francisco ha armado cierto revuelo. Todo lo que tiene que ver con el sexo y la Iglesia católica le interesa a mucha gente. El titular que más se ha visto afirma que el argentino “apoya las uniones civiles entre homosexuales”.
En realidad, el respaldo que brinda el Sumo Pontífice es muy limitado. Su solidaridad se limita a las “uniones civiles”. Tiene que ver con las herencias y con los seguros médicos. Hay sitios en los que las parejas del mismo sexo, aunque lleven juntos 20 o 30 años, no tienen derecho a heredar o a recibir los beneficios conyugales habituales. “Es más de lo mismo”, me dijo un periodista que suele estar atento a las noticias que vienen del Vaticano.
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Ni por asomo, el papa defiende, como debiera, la procreación por inseminación o la adopción por parejas del mismo género, pese a saberse que el homosexualismo no se transmite por vía de la imitación de los padres, de acuerdo con un estudio publicado por la prestigiosa American Academy of Child and Adolescent Psychiatry (AACAP), compuesta por unos 8700 siquiatras.
El estudio afirma, claramente: “Es la calidad de la relación padres/hijos y no la orientación sexual de los padres lo que surte efecto en el desarrollo del niño. Contrario a la creencia popular, los niños de padres lesbianas, homosexuales o transgéneros, no tienden a ser más homosexuales que los niños con padres heterosexuales”.
El papa no puede sustraerse a este tema. Es central dentro de la institución que encabeza. Hay cierto sector dentro del catolicismo que le reclama el fin del celibato o que plantea un rol más destacado para las mujeres. ¿Por qué las mujeres no pueden ser obispos o incluso papas o papisas? Si en la diócesis de Estocolmo los cristianos suecos de origen luterano pudieron elegir a Eva Brunne, una “obispa” lesbiana, casada con otra señora, ¿por qué el catolicismo se mantiene en una posición tan conservadora?
El catolicismo padece un doble problema. Por una parte es machista y por otro anti LGTB. En el fondo, no acaba de admitir que las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres. Asimismo, las lesbianas, los gais, los transexuales, y los bisexuales no deciden libremente por quiénes son atraídos, sino es algo que viene incrustado en su propia naturaleza, como ser zurdo o pelirrojo, y no puede o debe ser eliminado por medio de tratamientos sicológicos, y mucho menos por métodos más severos, como hicieron los nazis o los castristas durante muchos años.
Por otra parte, está el número altísimo de homosexuales que se refugian en una organización que excluye a las mujeres de su seno o les concede un papel muy subalterno. De acuerdo con el periodista francés Frédéric Martel, en su libro In the closet of the Vatican, el 80% de los clérigos que rodean al papa en esa pequeña ciudad son homosexuales, lo que le lleva a afirmar que “ni el distrito Castro en San Francisco tiene tantos homosexuales”. Martel, por cierto, no tiene nada de homófobo, dado que es abiertamente gay.
Martel no afirma que el porcentaje de homosexuales entre los curas y obispos alcance el 80%, sino de quienes viven en el Vaticano. Sin embargo, sugiere que Benedicto XVI, un magnífico teólogo según los católicos, el predecesor, del papa Francisco, lo es. Tal vez, pero nunca se sabrá, y acaso eso estuvo en su inesperada renuncia al papado en el 2013. Según esta conjetura, sabía que tenía que enfrentarse al grave problema del homosexualismo dentro de la Iglesia y, como era una persona seria, prefirió excluirse y renunciar. Le dejó la tarea a Jorge Mario Bergoglio, el cardenal argentino que lo sustituiría y adoptaría el nombre de Francisco. A este papa lo acusan de muchas cosas, incluso de kirchnerista, pero no de ser homosexual.
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