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Querido Capitán de Capitanes:
Seguramente sabes que tu número lo dejaron fuera de los que aparecen encima del dugout de primera del Guillermón Moncada. Antes, como también conoces, desaparecieron el Salón de la Fama con tal de que no fueras elegido para el templo de los inmortales cubanos.
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Lo que pasa, caballo, es que quien mandó a poner los números de marras (y quien se opuso a que nosotros te exaltáramos) evidentemente no sabe nada de pelota, y no vibró con todas tus proezas en el equipo nacional y con el uniforme de Santiago.
Ese no sabe que pasaste con gloria por todas las categorías beisboleras, ni supo nunca cuánto pesaba tu palabra en el dugout del team Cuba, ni se erizó de admiración cuando le diste el palo a Lazo –el increíble Lazo- con la cintura destrozada de dolor.
Ese no se enteró de que la Guerra Fría terminó hace años, y tal vez nadie le dijo que tú estás concentrado en tu trabajo como entrenador, ganándote la vida honradamente sin lloriquear por el dinero que dejaste de hacer en tu etapa como atleta, aquella en la que (con todo el derecho de este mundo) renunciaste a ser big leaguer.
Ese jamás te valoró, Pacheco. Ese apenas te vio como instrumento.
Ese que ahora te ninguneó, te lo digo con una colosal vergüenza ajena, no puede ser un buen cubano. Ese es un solo hombre (o dos, o tres, o veinte), pero ese no es un pueblo.
Gracias. Eternamente gracias, Don Antonio. Tu número 6 va a brillar toda la vida en el estadio de los corazones nacionales. Ese estadio donde ningún funcionario puede prohibirlo.
Y te pido perdón, a nombre de la gente que respeta esta pelota grande, enorme, inmensa.
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