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Un artículo publicado el pasado 15 de diciembre en el periódico Juventud Rebelde sacó de la vieja maleta de los discursos confucianos la metáfora de un Papá Estado que, tras convencerse definitivamente de que "la familia Cuba no puede prosperar con tanta sobreprotección igualitarista", habría decidido cambiar "las reglas de juego" para enseñarles de una vez a sus muchachos "que todo sale del trabajo".
Como suele suceder en estas fábulas, hay hijos buenos e hijos malos, los "laboriosos y esforzados" contrastan con sus hermanos "vagos y extraviados", "mantenidos" que no quieren hacer nada por la familia pero que ahora, supuestamente, tendrán que entrar en cintura.
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El aliento poético de José Alejandro Rodríguez, que es el nombre de quien pergeña esta infame parábola, le da para imaginar una "hacienda Cuba" en la que el "paternalismo estatal" funcionó durante años como "una cortina rompevientos amortiguadora de cuanto problema proviniera del exterior" y se ocupó de "cubrir muchas necesidades de sus hijos, como si la economía de esa gran familia no dependiera de lo que fluye por esos caminos sin fin".
"Incluso, en su afán sobreprotector, generó demasiados frenos y obstáculos para que sus vejigos emprendieran por cuenta propia sus destinos", reconoce Rodríguez.
"Ahora Papá Estado rectifica y está acelerando las transformaciones de su modelo económico en el momento más difícil en lo externo y en lo interno, dejando atrás muchos atavismos. Porque en ello nos va la vida", dice el amanuense del régimen.
Justamente indignada, la periodista independiente Luz Escobar calificó esta nota de "falta de respeto". Pero tal vez convenga más no tomársela tan en serio, y contraponer a la fábula oficialista otro apólogo, más iluminador y cercano a la verdad.
Había una vez un papá Estado que durante mucho tiempo abandonó sus obligaciones esenciales y se dedicó a encerrar a sus hijos, a cortarles la lengua cuando decían algo que le molestaba y a mandarlos a un orfanato cuando le creaban muchos problemas. En su finca los hacía pasar hambre, les echaba la culpa de todo y sus armas fundamentales eran el abuso y el chantaje. Un buen día esos hijos abusados dejaron de tomarse el trabajo en serio, empezaron a ver "la familia" como algo ajeno, y se dedicaron a buscar cualquier resquicio para evadir la asfixiante autoridad que sólo les reclamaba sin ofrecer nada a cambio. A su manera, entendieron que lo que faltaba para que aquella familia funcionara era un cosa muy simple: la libertad. Cuando la casa se le cayó encima, el padre quiso convencerlos de que haría una reforma para que, ahora sí, construyeran su bienestar. Les prometió, por enésima vez, que sería un buen padre y dejaría de beber y de pegarles. Pero, como era de esperarse, no tuvo mucho éxito.
El actual proceso eufemísticamente llamado "ordenamiento monetario" y la consiguiente reforma de salarios, pensiones y prestaciones no es más que el punto final de un sistema con el que los cubanos han conocido lo peor de los dos mundos: un capitalismo sin estímulos, donde los beneficios van para la casta militar, y ahora, un socialismo sin subsidios, cuya bancarrota económica llega mucho después de su bancarrota moral.
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