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Era la víspera de la toma de posesión. Ernesto Morales me llamó emocionado. Joe Biden había citado a James Joyce para pedir que lo enterraran en Delaware. El escritor irlandés aseguraba que llevaba grabado en su corazón la palabra “Dublín”. Biden piensa que, en su caso, ama a Delaware con la mima intensidad con que Joyce amaba a Dublín.
Morales, que es un joven muy culto, un periodista cubano formado en la Isla, cree que es importante que el presidente sea capaz de citar a Joyce. No estoy tan seguro, pero sospecho que no está de más haber leído (o tratado de leer) el Ulises, especialmente tras la fallida experiencia de Donald Trump, una persona que ni siquiera ha leído el libro que supuestamente “escribió”. Eso se desprende de las palabras del decepcionado “ghost writer”, Tony Schwartz (The Art of the Deal).
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En todo caso, Joe Biden se ha fijado una serie de medidas que debe tomar durante los primeros 100 días. Tiene experiencia y sabe delegar, que es la clave de gobernar bien. Para John F. Kennedy el éxito era más accesible si el presidente se rodeaba de un gabinete de personas más competentes que él mismo y confiaba en ellas.
Lo más difícil es vacunar cien millones de personas en ese periodo. Un millón diario de seres humanos. La más fácil es regularizar la situación de once millones de inmigrantes ilegales y crearles una vía para que, los que lo deseen, se naturalicen. Biden tiene a su favor el conjunto de la sociedad (un 70%) y las dos cámaras. Lo tiene todo.
Antony Blinken, el nuevo canciller de Estados Unidos elegido por Biden, no tiene una pizca de ingenuo. Además, Trump le ha facilitado la tarea devolviendo a Cuba a la lista de los países que respaldan el terrorismo. Ahora, cuando aumente la presión para volver a la era de Obama de “engagement sin condiciones previas”, la Administración de Biden tiene un excelente alegato para negarse: Cuba es una nación que apoya el terrorismo. Lo hace en Venezuela, en Colombia y en Corea del Norte, amén de que debe aclarar cuanto antes los ataques sónicos contra los diplomáticos estadounidenses y canadienses avecindados en la Isla.
La congresista republicana María Elvira Salazar le ha puesto condiciones razonables a Cuba para que la Isla sea sacada nuevamente de esa lista de naciones infames presentando una ley respaldada por una decena de congresistas norteamericanos: que libere a los presos políticos, que se permita la libertad de expresión y que el país se encamine seriamente a unas elecciones libres y plurales. ¿Quién puede estar en contra de eso?
Por otra parte, Blinken le ha llamado “dictador brutal” a Nicolás Maduro. Ha reconocido a Juan Guaidó como presidente legítimo de la única institución democrática que queda en el país: la antigua Asamblea Nacional. Busca, francamente, un cambio de régimen en Venezuela, para tranquilidad de toda América Latina; y quiere que le entreguen a Alex Saab.
Este personaje es un testaferro de Maduro detenido en Cabo Verde, que conoce a fondo la corrupción del país porque presuntamente participó de ella. A partir de febrero 4 se verá la última apelación legal que le queda, aunque un comando iraní, como se ha revelado, intentará secuestrarlo y llevarlo a Etiopía si Estados Unidos no lo evita. Por lo pronto, parece que un juez venal lo ha colocado en una vivienda hasta el día del juicio. De esa vivienda lo “secuestrarán” los iraníes. Según se ha publicado Maduro repartió diez millones en Cabo Verde.
Blinken, que es una persona flexible, cree que Trump, que cometió muchos errores y horrores, como la toma violenta del capitolio por una manada de gente “deplorable”, no hizo todas las cosas mal en política exterior. Supone que el anterior presidente estaba, justamente, preocupado por la conducta de China, y él, como canciller, creo que estará dispuesto a defender a capa y espada el derecho que tiene Taiwán a existir como una entidad independiente.
Calculo, además, por tratarse de una persona de origen judío, que tiene una especial sensibilidad para los temas de Israel, y sabrá, corazón adentro, que fue un acierto trasladar la representación diplomática de Estados Unidos a Jerusalén, por tres razones principales: porque le corresponde a cada nación designar su propia capital; porque el Congreso de Estados Unidos lo había decidido en su momento; y, finalmente, porque le corresponde a Estados Unidos asumir un papel de liderazgo en todas las instancias en que estén en juego la libertad, la democracia y la justicia.
Así ha sido desde el fin de la Segunda Guerra mundial. Así esta nación se ha transformado en la primera superpotencia sobre la faz de la tierra.
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