La noticia de que Cuba cuenta ¡al fin! con una Cátedra de Música Popular en la enseñanza media superior, es como si al dueño del manantial le dijeran que ahora sí puede beber de su propia agua. Es una gran noticia, no obstante, sobre todo para los que un día estudiamos música en alguna institución de Cuba y, en especial, para las nuevas generaciones de músicos cubanos.
La Cátedra de Música Popular, bajo la dirección del saxofonista Janio Abreu Morcate, tendrá su sede en la Escuela Nacional de Arte y, hasta el momento, no se menciona la apertura de otra similar en el resto de las provincias ni en la enseñanza elemental del país.
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Recuerdo que en los años ochenta y noventa, mientras estudiaba en la Escuela Vocacional de Arte “Raúl Gómez García,” de Holguín, ejecutar un ‘tumbao’ era considerado por los profesores como “maltrato al instrumento” y “nefasto para la digitación”. Estaba prohibido, de hecho, tocar piezas musicales consideradas populares y, por tanto, venidas a menos en el ideal de un músico cubano en formación. ¡Y pobre del que fuera sorprendido tocando los acordes de Van Van o un pasaje armónico de moda! que, por entonces, giraba en torno a la música bailable.
Uno de los atributos imprescindibles en la formación artística es la creatividad. Y creativos nos pusimos un grupo de amigos para burlar la censura. Aprovechamos que el área de Piano Complementario estaba subutilizada y nos adueñamos de una de sus pequeñas cabinas, conseguimos un candado y empapelamos los ventanales de cristal. Allí componíamos canciones cursis, de esas que siempre riman y entonan las frustraciones de algún amor platónico. Soñábamos con fundar nuestra propia agrupación musical y ningún regaño o castigo iba interponerse en ese empeño.
Lo mío era producir letra y melodía, mientras otros amigos se encargaban de arreglos y acompañamiento musicales de impromptu. Sí, improvisábamos cada vez. Teníamos unos 11 o 12 años aproximadamente y queríamos experimentar en la música popular, pero debíamos hacerlo a escondidas.
El elitismo en la enseñanza artística elemental era tal que ni siquiera te enseñaban a leer el sistema cifrado, muy utilizado en la música popular, aunque no es privativo de ella pues en muchos países es este el sistema que se utiliza en la enseñanza de la música. El sistema cifrado es, digamos, una compactación armónica, una combinación de letras y números para describir la sonoridad y armonía de una composición musical sin necesidad de recurrir a las notas musicales. Incluso en el Pase de Nivel –examen de ingreso a la enseñanza media superior en la educación artística– la música popular cubana no cuenta. Este examen incluye un estudio, una sonata, una polifonía, y una “cubana” que puede ser lo que se conoce como Habaneras, Danzas o Contradanzas, generalmente de la autoría de Manuel Saumell, Ernesto Lecuona y otros compositores.
La música popular cubana tuvo un impulso gracias a las guerras por la independencia, a las investigaciones etnográficas de Don Fernando Ortiz, y a los primeros y convulsos años del siglo XX. Con la llegada de la República, Danzas y contradanzas ya hacían confluir lo clásico con lo popular, lo blanco con lo negro, en una suerte de sincretismo musical, aunque no exentas de crítica elitista. La Comparsa de Ernesto Lecuona, por ejemplo, era considerada semi clásica por rescatar el elemento afro de la cultura cubana y darle un espacio en la música de concierto. Luego vendrían el Son, el Cha cha chá, el Changüí, el Bolero y otros ritmos cubanísimos que han dado la vuelta al mundo, han sido inmortalizados en disímiles escenarios y cuyo aprendizaje es una opción en academias de música en otros países. Pero no obstante a ello, y en cinco décadas de la existencia de escuelas de arte en Cuba, el conocimiento del intríngulis y las ricas alteraciones armónicas de estos cubanísimos ritmos estuvo relegado a la marginalidad y a un ‘no estatus.’
Resulta cuanto menos inaudito que un país con un legado musical universal, no contara hasta hoy con un programa de estudios para enseñar la riqueza cultural de nuestra música en toda su extensión. Pero dicen que “más vale tarde que nunca,” aunque hubiera sido oportuno que el surgimiento de esta Cátedra hubiera estado acompañado de una disculpa pública a todos los que un día fueron expulsados de la enseñanza artística, o de alguna manera reprendidos, por tocar música popular en las escuelas de arte que, según leí en un artículo en el sitio de la UNEAC, incluye figuras como Arturo Sandoval y José Luis Cortes (El Tosco).
Si desde hace muchos años la enseñanza de la Danza Clásica o Ballet dejó de ser exclusiva para incluir la Danza Contemporánea en los programas de estudios –a pesar de Alicia Alonso– ¿por qué le ha tomado 50 años a la dirección nacional del Ministerio de Cultura entender la necesidad de incluir la música popular en estos programas? ¿Por qué se le prohíbe a un artista de la música popular regresar a Cuba, como castigo ante el abandono de una gira de trabajo, si nada indica que fue “formado por la revolución” pues los ‘tumbaos’ no formaban parte, hasta enero, de la enseñanza musical?
No puedo asegurar que el nacimiento de la Cátedra de Música Popular, por sí solo, acabe con el escarnio al que toque Salsa en un piano en las cabinas de las escuelas de arte del país, pero albergo a ilusión de ver finalmente incluidos en el repertorio del Pase de Nivel al Jazz, al Bolero o al Son y, en el programa de estudios musicales, a lo que más vale y brilla de la música popular cubana.
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