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Abdel Quintana es la demostración de que todo Quijote necesita un escudero. Esto es, que cada equipo debe saber aunar -junto a sus Jordan y sus Messi y sus Mike Trout- a jugadores aptos para secundarlos sin el afán de hacerles sombra y, en vez de eso, contribuir al teamwork imprescindible.
No destacó por el poder de sus muñecas ni por ser un bateador de altos promedios. Tampoco poseyó, ni por asomo, las piernas más veloces de la clase. Sin embargo, en un equipo que ganó tres campeonatos en cuatro años, él supo conservar la titularidad en la llave del infield.
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Rey Vicente Anglada puso su confianza en él, y Abdel le retribuyó el gesto con tenacidad en los entrenos y sacrificio solidario en cada juego. Su caso es el de un atleta sin dotes de estrella que consiguió echar raíces en la escuadra más representativa de la liga. Salvando las distancias, algo así como lo que logró Brett Gardner en los Yankees.
Lo que sigue es el diálogo que sostuvo con Cibercuba hace muy poco.
Sin ser un superdotado, permaneciste durante años en los line ups del principal equipo del país. ¿Qué atributos te lo permitieron?
-Es cierto lo que dices. Pero éramos un equipo netamente ofensivo y yo me mantenía jugando por mi defensa, que era lo que se me exigía. Gracias a eso jugué todos esos años.
¿Hasta qué punto te pesó la responsabilidad de suplantar a Germán Mesa, el mejor torpedero de la historia de la capital?
-Fue una gran responsabilidad y una oportunidad que agradezco. Lo disfruté mucho. Germán fue un ejemplo a seguir y gracias a que empecé muy joven en Industriales (16 años) pude asumir ese reto con la ayuda de Rolando Verde. Él fue mi guía y a él le debo todos mis resultados.
Al llegar a los Industriales, en el equipo había un torpedero de más posibilidades ofensivas que las tuyas, Yunel Escobar. ¿Cómo llegaste a arrebatarle la titularidad?
-Escobar tenía muchas condiciones, era un pelotero de cinco herramientas que no por gusto tuvo excelentes resultados en Grandes Ligas. Yo sabía que tenía que prepararme muy bien para ese reto, y estaba seguro de que un día iba a tener la oportunidad de jugar. Cuando se me dio, ya no me fui de nuevo al banco.
Fuiste un bateador débil, pero en cambio tus porcentajes de embasado no eran malos. ¿Hiciste algún trabajo específico para mejorar la paciencia en el home plate?
-Mi trabajo era jugar para el equipo, y por eso cogía pelotazos y bases por bolas. Esas cosas redundaban en beneficios para el equipo.
¿A qué se debió tu temprana retirada?
-Me retiré temprano porque con 28 años me di cuenta de que mi trabajo y resultados no los valoraban los dirigentes del béisbol en La Habana. Fueron injustos en los reconocimientos. Yo vivo en Campo Florido, a 25 kilómetros de la Ciudad Deportiva, y para llegar a tiempo a los entrenamientos me despertaba todos los días a las 5:30 am para estar allá a las 10:00 am. Al regresar, llegaba a mi casa a las siete de la noche. No tenía vida. Solicité una vivienda y no lo valoraron; sin embargo, entregaron cinco o seis viviendas a atletas de ese mismo equipo que al poco tiempo emigraron. Eso me disgustó mucho y por ahí vino mi decisión de no jugar más.
Tres veces celebraste el triunfo en el campeonato nacional. ¿Cuál crees que era el arma fundamental de aquellos equipos?
-Tengo la satisfacción personal de haber sido el torpedero regular en esos tres campeonatos, en los cuales el arma fundamental fue la mentalidad de los jugadores y la dirección de que aquello era una guerra donde matas o te matan.
¿Cómo calificas el sistema de dirección de Rey Vicente Anglada?
-El sistema de Rey a mí me gustaba porque te daba confianza y respetaba tu sacrificio y esfuerzo.
¿A quiénes consideras el mejor pitcher y el mejor bateador de la época en que jugaste Series Nacionales?
-Había muchos estelares. Sería injusto decir uno, pero Linares, Pacheco, Kindelán, Lazo, Contreras y Vera estaban fuera de liga.
Tu habilidad para conectarle a Pedro Luis Lazo es bastante conocida...
-Pienso que él me refrescaba, como decimos en el béisbol. Recuerdo que un día estábamos almorzando en el hotel Pinar del Río, y él entró al restaurant y dijo “nada más hay tres hits para todo el equipo y uno es de Abdel Quintana, repártanse los otros”. Por la noche hubo uno mío, otro de Yasser Gómez y otro de Carlos Tabares. Mira tú qué calidad de pitcher.
¿Continúas trabajando con niños? De ser así, ¿de qué categorías son y hasta dónde te golpean las carencias materiales para desarrollar tu trabajo?
-Llevo diez años trabajando en todas las categorías del béisbol capitalino con magníficos resultados, aportando atletas a equipos de todos los niveles. Materiales para trabajar tengo gracias a la ayuda de los padres y de mis propias relaciones. A mí nadie del INDER me ha dado nada. En estos momentos preparo a niños de 9-10 años del Cerro fungiendo como activista; es decir, sin salario. Hace un año y diez meses me están diciendo que no hay plazas ni dinero para pagarme. Sin embargo, en ese lapso han contratado a cinco profesores. Sencillamente, aquí no reconocen mi trabajo.
¿Has soñado con regresar a los Industriales como entrenador?
-No he pensado seriamente en esa responsabilidad, aunque ya trabajé con el sub-23 de La Habana. Pero si me llaman voy a estar dispuesto. Lo mío es el béisbol.
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