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Dejé de entendernos. A mí misma. ¿Qué queríamos? ¿Que Sandro Castro no exhibiera el Mercedes que tiene, con la aguja que marca el motor Benz, papi, el motor Benz, el juguetico que tiene en casa y que a cada rato hay que sacar?
No ha venido Sandro a mostrarnos algo que desconocíamos. ¿Qué nos asombra? ¿Realmente qué es lo que nos asombra? ¿El Mercedes, la ligereza de Sandro, su verdad, su soltura, su descaro? ¿Será Sandro, a la larga, menos hipócrita que nosotros? ¿Qué queremos, qué le pedimos, que agarre su Mercedes y que no lo muestre en las redes, que no nos lo eche en cara? ¿Qué siga tras bambalinas con sus negocios del bar Fantaxy o Efe y que no se disfrace de Superman para celebrar Halloween? Me cuesta llamar tan gratuitamente a la gente con adjetivos como “estúpido” o “malcriado”.
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En eso estamos coincidiendo con Israel Rojas y si es así, algo no anda bien. Israel Rojas hubiese preferido que Sandro se mantuviera oculto, que no evidenciara una vez más el gobierno que defiende. De verdad, ¿qué esperamos? ¿Que el hijo del Primero Ministero Manuel Marrero no exhibiera en Instagram las fotos que se hace cuando viaja en jet privado? ¿Cuál es la diferencia entre ver y no ver? ¿No lo sabemos, aún sin ver? ¿Hace falta un video de Sandro para que sepamos de la mayor brecha de desigualdad en Cuba, la cual desde hace sesenta años se divide entre la desigualdad que existe entre la Familia Castro (y sus secuaces) y el resto?
La tercera generación de Castro (quítese Castro y póngase también todos los apellidos que por años se han beneficiado del poder en Cuba) le está haciendo justicia a sus antepasados. La tercera generación de Castro tiene redes sociales y ese es un cambio importante. No es que antes no supiéramos que sus padres o sus tíos se iban en yates privados a islas griegas. La tercera generación de Castro es más consecuente, se parece más a nosotros, aunque parezca que no. La tercera generación de Castro se sube en un carro y se graba y luego lo sube a sus historias de Instagram, tal como hacemos nosotros. Y eso es sintomático.
Los nietos de Castro son su cruz. Se parecen más a nosotros que a sus abuelos. No entendemos una verdad con el video de Sandro Castro, sino que Sandro viene a recordarnos esa verdad para que no la olvidemos nunca.
Entonces me cuesta entender el asombro. Me cuesta entender el asombro ante la canción de Raúl Torres. Ya la esperábamos, ya la sabíamos de memoria. Me cuesta entender el asombro cuando recientemente el Clasificador Nacional de Actividades Económicas en Cuba anunció que el periodismo está entre las actividades prohibidas para el sector privado en Cuba. ¿Cuándo no lo ha sido? ¿Cuándo no lo fue? ¿Cuándo no supimos que el periodismo era ilegal y que Sandro Castro tenía su Mercedes Benz?
El único asombro que yo entiendo es el asombro ante los gritos de los hijos de Anyell Valdés, ante los gritos desesperados de la ex fiscal Yeilis Torres Cruz, ante el llanto desesperado de Javier Larrea por la muerte por envenenamiento de su perro. Y a esto súmele la larga lista de presos injustamente, de citas, de interrogatorios, de injusticia, y el saldo que esto deja en quienes lo padecen. De ahí en adelante, los Castros, Sandro, el poder, no debería asombrar. Yo les pediría que no se desgasten, que se administren. Pero a la larga, ¿quién soy yo para pedirles algo?
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