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Pablo Iglesias Turrión acaba de hacerse un Che Guevara para intentar salvar in extremis a su grupito de adeptos incapaces y escapar del aburrimiento que genera en todo autócrata la fatigosa gestión de gobernar con procedimientos reglados, sometido al imperio de la ley, y con la dosis conveniente de burocracia democrática, que saboteaba sus planes para asaltar el Palacio de Invierno y asesinar a la casta.
En el orden personal, tendrá apalabrada la venta de una memorias que le reportarán entre medio millón y 600 mil euros brutos, que le permitirán liquidar la hipoteca de la dacha en Galapagar (noroeste de Madrid) y luego hacer de conferenciante incendiario siempre a punto de tomar La Bastilla; pero su huida hacia Madrid tiene otras claves políticas y es fruto de la lapidación estalinista con que pretendió someter a cuantos se opusieron a sus designios, convirtiendo un capital político de cuatro millones de votos en cenizas.
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La jugada de irse a Madrid, dando un portazo en el Palacio de la Moncloa, es el equivalente al guevariano otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos... que -en este caso- implican la acariciada pretensión de ahogar a su ex camarada Íñigo Errejón en el río Manzanares, como venganza; pero Mas Madrid está lleno de decapitados por Iglesias y no han dudado ni un segundo en decirle que muchas gracias por el intento de reconstrucción de la izquierda, pero que irán solos a las urnas, el próximo 4 de mayo.
Iglesias, pretende presentarse como salvador de Madrid del fascismo y de la izquierda, que naufraga; una pena que no se haya percatado antes y sea ahora, cuando el gobierno que vicepresidía debe empezar a tomar medidas antipopulares para intentar paliar los estragos del coronavirus, bajo la atenta mirada de Europa, que no consentirá filigranas en el reparto de fondos para comprar votos cautivos, truco en que el PSOE lleva ventaja de años.
Pedro Sánchez tardó un día en revelar que había agradecido a su ya ex vicepresidente los servicios prestados y desearle suerte, mientras que Fidel Castro Ruz aguardó al momento oportuno, la proximidad de la Conferencia Tricontinental para revelar una de las dos cartas de despedida de Guevara, bajando la ventanilla a un Quijote derrotado en el Congo, pero que habría convertido OLAS en una Babel contra el Kremlin.
El otro mensaje generado por la factoría Errejón-Iglesias, nombrando a dedo a la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, como vicepresidenta -facultad que solo le compete al presidente de gobierno- y como próxima líder teledirigida de Unidas Podemos es la típica maniobra diversionista que pretende desconocer que se trata de la primera representante del histórico sindicato Comisiones Obreras (brazo obrero del partido comunista) con cartera ministerial en España y subestima la capacidad de diálogo y concertación de una abogada laboralista con varios másteres en Francia.
Obviamente, Ramón Espinar tampoco ha podido olvidar el desplante de Pablo Iglesias, cuando intentó persuadirlo de que era necesario y útil bajar el tono bolchevique y asumir estrategia y discurso sosegados, a lo que el importunado respondió con Ramón, ahí tienes la puerta, el aludido le tomó la palabra y ahora aguarda, con tropa y ganas, el regreso del Chollima ibérico a la llanura de Madrid.
Pero si hay un caso claro de lapidación estalinista en Podemos fue la de Pablo Bustinduy Amador, experto en Relaciones Internacionales, con visiones claras sobre las nuevas formas de la política, incluida la visión de la izquierda sobre dictaduras afines ideológicamente, como demostró en su paso por el Congreso de los Diputados.
Elegante hasta el final, Bustinduy Amador se marchó con una nota en Facebook ponderada, agradecida y ofreciendo el máximo apoyo a sus sustituta en la candidatura europea de Podemos, poniendo agua por medio y volviendo a su college de Nueva York, donde es apreciado por el claustro y admirado por sus alumnos; así cayó el último errejonista, que no habrá podido evitar sonreír ante la pretensión iglesiana de hacer coalición con Más Madrid.
La renuncia de Javier Domenech, tras haber conseguido reconstruir los destrozos de Albano Dante Fachín y que Podemos fuera la cuarta fuerza política en el parlamento catalán tampoco ha sido debidamente explicitada y todo quedó en una supuesta pugna con su compañera Elisenda Alemany, más proclive a las tesis independentista de ruptura de España.
Si el vicepresidente Iglesias se aburría en Moncloa, imaginemos al camarada ilusionado en el hemiciclo de Vallecas; rodeado de los incapaces que ha promovido como guardia pretoriana, en un viaje que simboliza esas piruetas vitales de la que pocos están a salvo, incluidos aguerridos revolucionarios como Pablo que ahora volverá, como VIP con casoplón en la sierra rica de Madrid, al barrio pobre donde nació politicamente; siempre que consiga alcanzar el 5% de los votos.
España, a la que muchos cubanos exiliados e inxiliados miran con preocupación desde el aldabonazo de Iglesias, respaldado por el oro del chavismo y de los ayatolás iraníes, carece de simpatía mayoritaria por los comunistas y hasta se permite la ironía de tener a Alberto Garzón como titular de Consumo, anatema de los camaradas afanados en la construcción y reparto de pobreza.
Ernesto Guevara se suicidó políticamente en Argel, enfrentándose a un burócrata soviético; luego Castro y su lugarteniente Manuel Piñeiro Losada, se ocuparon de amortajarlo camino de Bolivia, donde entró para no salir vivo y desconsolado por los mensajes en clave de Manila, donde parece que abundan los chinos proclives a ser engañados.
Pablo Iglesias Turrión carece de vocación y experiencia en la lucha de guerrillas, pero pocos servidores públicos han tenido tan lucrativo paso por la política democrática, aún amenazando con demolerla, y saltando del barrio obrero de Vallecas al noroeste madrileño, donde vive parte de la casta que dice odiar; al menos Che Guevara tuvo el consuelo de morir en harapos con el fusil roto.
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