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Despedirse de los buenos amigos es difícil, más cuando la distancia física supera los siete mil kilómetros, pero no puedo guardar silencio cuando mi corazón pide que exprese todo el dolor que se asocia a la muerte.
Este domingo no pudo ser más triste. La tarde se tiñó oscura en Isla de Pinos tras la muerte de Jaime Prendes, uno de sus mejores fotógrafos y quien supo capturar los secretos de una ciudad y su gente.
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La noticia llegó a este lado del Atlántico (España) y el corazón se me fracturó en mil instantes. Fue imposible no recordar la última vez que nos vimos, en el mismo centro de la ciudad que tanto amamos y odiamos a partes iguales.
“Cuídate mucho, lucha por tu felicidad, lo mereces”, me dijo cuando salí la Isla de la Juventud con un abrazo que jamás se volvió a repetir, pero que se me quedó grabado como uno de esos momentos que compartimos y en los cuales siempre le admiré en silencio.
Ahora el fotógrafo yace en su tumba y acompaña a la madre de una de sus hijas, la fiel compañera y musa de varias instantáneas que sellaron la complicidad entre ambos.
Bellasoe Cobas, una poeta llena de vida, había dicho adiós solo nueve días antes tras luchar contra el cáncer y, como si el dolor no fuera suficiente, Prendes decidió partir con ella, quizás para no quedarse sin compañera de viaje en este mundo.
Ahora ambos danzan sobre los cálidos atardeceres de Nueva Gerona o los rincones húmedos de toda la Isla, convertidos en luz y espuma, disfrutando de esa añorada libertad que tantas veces exigieron y les negaron, y que solo con la muerte han alcanzado.
Varias son las anécdotas que pudiera mencionar sobre un hombre enigmático y sencillo, pero me quedo con aquella vez que cansado de las constantes visitas de agentes de la Seguridad del Estado, disfrazados de inspectores de mosquitos, escribió un cartel que decía: “Aquí no tenemos floreros ni vasos espirituales. Firme el papel y váyase”.
El talento natural que emanaba del artista llamó la atención del cineasta cubano Fernando Pérez que lo incluyó en varios de sus proyectos cinematográficos.
Como un niño pequeño que descubre nuevas sensaciones partió Prendes a donde se lo llevara el séptimo arte, ya sea a contar la historia del adolescente José Martí (El ojo del canario) o de la rebelde Enriqueta Faber (Insumisa), pero siempre con un boleto de regreso que lo trajera a casa, a esa isla que, según sus palabras, se cierra con el último barco o avión.
Jaime Prendes nunca estuvo de acuerdo con el gobierno cubano y no lo ocultó, como tampoco pudieron ocultar los funcionarios de la isla su talento y capacidad para atrapar personajes y convertirlos en arte.
La censura le tocó de cerca y en más de una oportunidad trataron de silenciarlo porque una foto suya no era “políticamente correcta”, pero siempre tuvo la custodia de un ángel que le permitía salir victorioso en sus batallas contra la ignorancia y la burocracia.
Escribir estas palabras no se me hace fácil, más sabiendo que dejó tantos proyectos guardados, a la espera de que las próximas generaciones descubran esos pequeños instantes que le inspiraron.
Los amigos, la familia, los conocidos llorarán su partida, pero sonreirán cada tarde cuando el sol se oculte por Sierra las Casas y pinte de naranja todo el paisaje y evoque así el romance del artista con su ciudad centenaria.
¡Hasta pronto, querido amigo! El día que decidas regresar te estaremos esperando con esos cigarros que tanto te gustaban, un poco de café para hacer más alegre la tertulia y un buen tema de conversación, no importa si es de piratas, burócratas, de sueños colgados en el ropero, de la muerte o la vida.
Al final siempre tendremos el deseo de arreglar el mundo, aunque nos digan locos y el enemigo aceche por los orificios de las paredes para intentar descubrir el secreto de nuestra felicidad, sin comprender que el cuerpo es solo un caparazón que atrapa almas, almas que vuelan libremente sin que nadie las pueda detener.
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