Esta vez ha sido durante un encuentro de trabajo con expertos y científicos de diferentes ramas, así como representantes de varias instituciones cubanas, para proponer medidas dirigidas a dinamizar el sector agropecuario. Allí Díaz-Canel pronunció una frase que sirve de referencia a este artículo: “todo lo que estimule producción, elimine trabas y beneficie al productor, es favorable”, para añadir a continuación, “la decisión que se aleje de esos tres principios no tiene sentido”.
Totalmente de acuerdo. Póngase sobre el papel y a trabajar. No hay otra receta para incrementar la producción de alimentos, que en Cuba sigue siendo el principal problema en estos meses, junto al descontrol de los precios, un reto que el régimen lleva intentando afrontar 62 años, sin éxito, y que define la verdadera situación con la que se ven obligados a convivir los cubanos.
La producción de alimentos, convertida desde los tiempos de Fidel Castro, en un asunto de “seguridad nacional”, ha dado numerosos golpes a la economía nacional, mostrando que el modelo social comunista es ineficiente e incapaz de atender las necesidades de alimentación de la población. En condiciones normales, el régimen importaba productos del exterior para paliar la improductividad general de la agricultura, pero desde hace un año, no hay divisas y las pocas que se consiguen se canalizan a otros negocios y prioridades.
La crisis alimentaria en Cuba ha sido de tal magnitud que ha saltado a los informes del programa mundial de alimentos de las Naciones Unidas. El fracaso ha estado sobrevolando la gestión del régimen, y ahora, ante un congreso del partido que tendrá lugar en unos días, se presenta como un hándicap para aquellos que aspiran a la reelección de los cargos y continuar al frente de los destinos de la nación no hay más alternativa que el cambio estructural de las relaciones sociales de producción. Díaz-Canel, Marrero, Valdés Mesa, Machado, Chapman o Tapia Fonseca no tienen la solución en sus manos, mientras anden dando vueltas a la idea de más planes para promover la transformación profunda del sistema de la agricultura cubana. Marrero dijo hace unos días que la población no come planes. Tiene razón.
No es necesario planificar nada. Lo que se tiene que hacer es muy simple, como antes lo hicieron vietnamitas o chinos y europeos del este. Hay que traspasar la propiedad de la tierra a los productores, de forma transparente y bajo absoluto control de observadores internacionales, y promover un mercado activo de compraventa y alquiler de tierras, gestionado por los agentes privados, en tanto que el estado se deshace de todas las tierras de su titularidad (por cierto, la mayoría ociosas y abandonadas).
Esta es la principal traba que se debe eliminar del sector agropecuario cubano, que supone dar libertad al productor privado para que decida qué producir, cuánto, en qué cantidad de tierra y a qué precios. Nadie mejor que el guajiro cubano para sacar dos y tres cosechas al año de sus propias explotaciones, y no del arriendo de unas parcelas del estado que, a base de mejorar y hacer más productivas, nunca serán suyas, como ocurre ahora.
El plan concreto para producir más es simple y se resuelve en un proceso rápido en el que las propiedades actualmente en explotación por los productores privados pasan a su titularidad, debidamente valoradas, y se suprimen las fórmulas obsoletas del arrendamiento estatal, para avanzar hacia un mercado de la tierra. Si. Es posible que algún comunista rancio se rasgue las vestiduras ante un cambio de estas características, pero habrá que preguntarle realmente si quiere que él y los suyos coman o no, porque si la respuesta es afirmativa, no hay otra alternativa que privatizar. Insisto, que lo pregunten a los vietnamitas, que gracias a la introducción de la propiedad privada en la tierra pasaron de una situación de hambrunas crónicas y continuas a exportar los excedentes de grandes cosechas de arroz en solo un lustro. Todo un éxito del sector privado.
Que nadie espere, al menos de momento, estos cambios en Cuba. No van por ahí los tiros. La información publicada en Cubadebate que sirve de referencia a este comentario, señaló que los grupos de expertos creados, en número de siete, para analizar los problemas y evaluar las medidas para lograr una transformación inmediata en el proceso de desarrollo e incremento de las producciones agropecuarias, se fueron, una vez más, por los “tetas de Managua” del marasmo comunista, proponiendo actuaciones a corto plazo en materia de electricidad, combustible y agua; gestión de insumos, e inversión y financiación del sector agropecuario. Propuestas que pueden estar bien, pero que no son lo que se necesita realmente.
Se olvidaron de la tierra. Tal vez por voluntad propia de diseño de modelo social comunista que no se quiere cambiar ni una coma (ahí están los fundamentos económicos de la constitución de 2019) o quizás por ignorancia del funcionamiento de una economía, lo cierto es que situar la problemática del sector agropecuario cubano en “las tarifas de electricidad, combustible y agua, y de los precios de los insumos fundamentales, sobre la base de la revisión de las fichas de costos, los márgenes comerciales que aplican las comercializadoras y la eliminación de intermediarios innecesarios, así como otras asociadas a incentivos fiscales adicionales”, es una majadería que viene a coincidir con lo que se denomina en fútbol, “lanzar balones fuera del campo, que vamos ganando” una táctica para conservar una ventaja en los últimos minutos del partido cuando el perdedor no ceja en su empeño de colar un gol y empatar.
Insisto. La postración, atraso e ineficiencia del campo cubano requiere profundas y valientes reformas estructurales. Para lograr resultados productivos se requiere actuar sobre la propiedad de los medios de producción, en concreto de la tierra, y transformar el marco jurídico que existe en la actualidad, y que ha venido funcionando de forma deficiente desde los tiempos, ya muy lejanos, de aquella reforma agraria que traspasó los latifundios del campo cubano de manos privadas a estatales, sin que los campesinos privados vieran mejorada su situación, a resultas de los cambios. Todo lo contrario, el deterioro de la situación fue extraordinario, y ello lleva al estado actual de postración.
El enfoque de eliminar trabas a la producción agropecuaria se encuentra en la libertad de los productores para diseñar sus ofertas y dedicación. Y esto solo se puede lograr haciendo que la propiedad de la tierra les corresponda a quienes se encuentran al frente de la producción. No hay más alternativa. Las trabas y limitaciones experimentadas por los guajiros cubanos desde 1960 a la hora de producir en sus campos ha sido la intervención ideológica comunista, la presencia indolente del monopolio de acopio, los precios topados, la imposibilidad de realizar negocios con extranjeros, la ausencia de financiación y crédito para financiar las producciones, los impagos, la imposibilidad de asociarse con absoluta libertad sin la imposición de cooperativas controladas por comunistas, el aprovechamiento en beneficio propio de la I+D agropecuaria, y tantas y tantas cosas que han sido hurtadas por el régimen castrista al campo cubano.
Díaz-Canel acabó la reunión diciendo que “no nos podemos cruzar de brazos ante la actual situación, hay que producir alimentos”, y creo que con este tipo de cosas no solo descalifica su mensaje sino que, además, traslada responsabilidades a quien no las tiene y, además, lo que es peor, insulta a quienes todos los días se levantan de madrugada para trabajar duro en el surco, de sol a sol, y al final acabar siendo maltratados por acopio o el ministerio de precios. Alguien en la ANAP debería alzar la voz y cuestionar a Díaz-Canel por lo dicho, que no es otra cosa que un insulto al campesino cubano, un insulto a la inteligencia de todos y una falsa prepotencia que, solo desde el autoritarismo más rancio, se puede exhibir.
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