Carlos Berenguer Torralbas (Santiago de Cuba, 1945) es el cubano que más actos de repudio soportó en La Habana de la Embajada de Perú y Mariel, un hervidero totalitario porque Fidel Castro Ruz reaccionó como si fuera una afrenta personal, desató su ira y azuzó a la masa contra quienes no tenían "genes revolucionarios", pese a su confesión pública de que no los quería, no los necesitaba.
Berenguer Torralbas tenía tres hándicaps añadidos a su decisión de marcharse de Cuba: Hijo de una comandante del Ejército Rebelde, ingeniero que viajaba frecuentemente al extranjero representando al Ministerio de Marina Mercante y Puertos, y vecino del Nuevo Vedado, zona congelada de La Habana, donde entonces vivía Raúl Castro Ruz y muchos otros dirigentes cubanos, que siguen residiendo allí.
Entrando en la Embajada de Perú, con su entonces esposa y el hijo pequeño de ambos, Berenguer Torralbas arriesgó todo, perdió su identidad para ser conocido en toda Cuba como Carlitos, el de 26, en referencia a la calle habanera donde vivía y soportó la atrocidad castrista durante 42 días y sus noches, aterrado, pero sin una sola concesión que pudo afrontar mejor por el cariño de sus padres, y el apoyo de amigos como Felipe Dulzaides, Hugo Porset, Amaury Pérez Vidal, el Urbano de la guerrilla del Che en Bolivia y la gallardía cívica de Rosita Fornés, de quien después fue amigo hasta su muerte.
Han pasado 41 años de una de las páginas más bochornosas de la historia de Cuba, y Carlos Berenguer Torralbas vive orgulloso de sus hijos y nietos, ciudadanos libres de Estados Unidos, pero apenas sabíamos nada de su vida y llamamos a su teléfono para que nos contara aventura y venturas de Carlitos, el de 26, un cubano que renunció a pequeños privilegios para ser libre y salvar a su familia de aquella farsa que conoció como pocos y que contempla sin rencor, porque apuesta por perdonar los agravios, aunque nunca olvidarlos, como afirma en su libro Incertidumbre en La Habana.
¿Tú eras escoria, tu familia era antisocial en la Cuba de 1980?
Mi madre combatió en la Sierra Maestra, bajó como comandante, con la columna de Huber Matos Benítez. Mi casa era un hogar revolucionario, nada de antisociales ni escorias, como me tildaron a mí y a otros muchos cubanos; donde se hablaba bien de la revolución y del progreso que supuso en los primeros años, aunque mi madre se disgustó tempranamente, se apartó, pero mantuvo amistades con todos ellos. Aquellos años los recuerdo con gran cariño.
¿Por qué dejas tu vida de funcionario del Estado, con viajes al extranjero y vehículos a tu servicio incluidos, y entras en la Embajada de Perú en La Habana, arriesgándote y poniendo en peligro a tu familia?
Llevo 41 años preguntándome por qué y no tengo una respuesta absoluta. Ten en cuenta que 15 días antes de entrar en la Embajada de Perú había estado en Venecia, como representante del Gobierno cubano en una conferencia, y era como mi viaje veinticinco al extranjero, en misiones técnicas.
¡A mí nadie me pisó el callo! Tenía privilegios, pero no quería que mi hijo creciera en esa farsa.
¿Qué cargo tenías cuando decides entrar en la Embajada de Perú en La Habana con tu mujer y tu hijo?
Era Jefe de Departamento de Investigaciones Tecnológicas del Ministerio de Marina Mercante y Puertos, dedicado al desarrollo portuario, y yo dirigía los grupos técnicos que viajábamos al extranjeros para comprar grúas y otros elementos para la mecanización de los puertos cubanos.
Ya dentro de la embajada, tu hijo Gastón dice hay que avisarle a Fidel seguro que no sabe nada de lo que está pasando. ¿Cómo hacías para conseguir que tu hijo y señora sufrieran menos que tú?
Esa frase de Fidel seguramente no lo sabe, no es historia, es actual. Aún me encuentro con personas que culpan a funcionarios intermedios y no a la revolución y a su máximo dirigente de su desgracia. Y es una frase que abusa de la inocencia de niños y de algunos mayores. Y cuando digo Fidel, no lo hago en el plano individual, sino que incluyo al gobierno y el partido comunista cubanos.
Una mentira absoluta, ¡Fidel estuvo personalmente en mis mítines de repudio! y Raúl pasaba todos los días frente a mi edificio y azuzaba a quienes me agredían e insultaban, diciéndoles: ¡denle duro! Vivía en Nuevo Vedado, muy cerca de la casa de Raúl y otros dirigentes y ellos sabían todo lo que me estaban haciendo. ¡Fidel y Raúl fueron promotores de mi linchamiento público!
Tú fuiste el cubano, de los que entró en la Embajada de Perú en La Habana, que soportó 42 días ininterrumpidos de repudio, simulacros de muerte, cortes de agua, luz, teléfono, insultos y ofensas a tus padres. ¿A qué atribuyes tanta maldad y encarnizamiento?
Realmente yo no era tan importante, y mucho menos para Fidel y Raúl Castro, pero lo atribuyo a dos factores: Fatalismo demográfico, que es tesis de un amigo, el Nuevo Vedado era el sitio ideal para que ellos dieran un escarmiento al resto de funcionarios del gobierno y del aparato político cubanos. Quizá si hubiera vivido en Luyanó los ataques habrían durado menos tiempo.
Y el segundo factor es que nunca entendieron por qué, teniendo yo pequeños privilegios, decidí irme; y me lo confirmó una mujer que -encaramada a la tarima que instalaron frente al edificio donde vivía- me gritó por el micrófono: ¡Yo sé que tú tienes un televisor en colores!
Un antiguo vecino tuyo de Nuevo Vedado cuenta que lo llevaban desde el colegio hasta los bajos de tu edificio para insultarte, y que uno de esos días, participó el cantautor Silvio Rodríguez ¿Recuerdas a Silvio atacándote?
Eso no es cierto. Ojalá Silvio -que no me simpatiza personalmente, pero me gusta mucho como artista- me hubiera cantado alguna de sus canciones, en vez de la gritería aquella. Silvio nunca estuvo en los mítines de repudio contra mí.
Se crean mitos. Me he encontrado en Miami a gente de todo tipo, quizá la mitad de los que participaron en los mítines de repudio en 1980 en Cuba, viven hoy en Miami, a los que me han confesado su participación les he dicho que olviden eso, que piensen que nunca ocurrió, pues he llegado hasta sentir pena por ellos.
¿Qué recuerdos guardas de dos vecinos tuyos, Rosita Fornés, que vivía cerca; y de Felipe Dulzaides, que vivía en tu mismo edificio?
¡Dos grandes amigos! Felipe y yo vivíamos no solo en el mismo edificio, sino en la misma planta, y fue uno de los pocos que siguió tratándome con igual afecto y respeto, brindándome ayuda, durante y después de los mítines de repudio. Incluso, dos años después de que el gobierno ordenara parar los mítines de repudio contra mí, y me encontré en una guagua de la ruta 27 con Felipe Dulzaides que -interponiéndose entre un grupo que empezó a insultarme y yo- dio dos gritos y los agresores se callaron. Cuando llegó su parada, me dijo, ¡bájate conmigo que, como te quedes solo, van a acabar contigo! Felipe era una gran persona, lo recuerdo con mucho cariño.
¡Y qué decir de Rosita Fornés!, en 1980 yo no la conocía, aunque sabía que vivía frente al Zoológico de 26 y, estando ella comprando en un supermercado de nuestro barrio, fue abordada por un grupo que le pidió se acercara hasta los actos de repudio que me daban para apoyar moralmente a los manifestantes, y ella dijo: ¡No, no lo haré porque eso es una infamia y no es correcto que nadie lo haga! Ese gesto, desafiando la ola represiva que habían desatado, podría haberle costado caro, pero Rosita no se dejó intimidar. Después fuimos grandes amigos, hasta su muerte.
Hay otro amigo tuyo con quien te encuentras en la calle, no te saluda, pero después te llama por teléfono. Me refiero a Leonardo Tamayo Núñez, el Urbano de la guerrilla del Che en Bolivia y único vivo de los tres sobrevivientes cubanos. ¿Siguen siendo amigos?
Tamayito era muy amigo mío, le gustaban las fiestas, cocinar, hacer sopas. Pero cuando decido entrar en la Embajada de Perú, nos alejamos. Una vez que quitaron los mítines de repudio, empecé a salir, pero vivía aterrado porque sabía que cualquiera podía darme un tiro en la frente y no le habría pasado nada. Y como a los dos años de aquello, me bajo de una guagua cerca de casa y me cruzo con Tamayito, que no me saludó, me puse pálido, seguí caminando a la espera de que me disparara por la nuca, pero al llegar a casa, sonó el teléfono y me dijo: No digas mi nombre porque tu teléfono está cogido, no estoy de acuerdo con lo que hiciste, pero tú y yo somos amigos y yo soy hombre y cualquier cosa que necesites aquí estoy.
¡Tamayito se portó como un caballero! No he vuelto a verlo, pero he estado al tanto de él y es una excelente persona. Su gesto fue muy valioso para mí porque yo vivía aterrado hasta el extremo que nunca usaba el ascensor, subía y bajaba de casa por las escaleras, temiendo que me fueran a asesinar en el elevador.
¿Conservas la amistad con el doctor Hugo Porset y el cantautor Amaury Pérez Vidal, que fueron abrigo durante aquellos cuatro años terribles en La Habana?
Amaury fue excelente conmigo, es una bella persona, que no niega su adoración a Fidel y defiende cosas de la revolución. Pero en aquellos años me acompañó siempre y me daba terapia de apoyo, diciéndome que todo pasaría. Seguimos siendo amigos y nos visitamos. Tengo un gran recuero de Amaury Pérez Vidal en aquellos años. Hugo Porset es un ser de otro planeta. Hugo llegó hasta los bajos de mi edificio con su bata de médico e impuso que debía visitarme por un supuesto padecimiento del corazón, se abrió paso entre aquella gente armada con palos y piedras y llegó hasta mi casa, donde me visitó dos o tres veces más. Seguimos siendo amigos y siento un gran aprecio por él, que me visita cuando viene a Miami.
Eras cliente habitual de la barbería del Hotel Capri, ¿qué pasó con tu barbero de años, cuando te convertiste en Carlitos, el de 26? y cuéntame ese viaje tuyo hasta Escolástico, el fígaro de la Terminal de Ómnibus de La Habana.
Cuando aquel barbero me vio caminando por el pasillo hacia la barbería, salió tijera en mano, y me dijo: ¡Piérdete, yo no quiero que tú vengas aquí porque me perjudicas! Llego a casa de mi madre y me dice, mira, al lado del Turf (club nocturno en la calle Calzada del Vedado), hay una barbería, ve para allí nadie te conoce. Fui, me siento a pelarme y, de pronto, me dice el barbero, vete así, aunque no haya acabado de pelarte, que ahí fuera veo a un grupo de personas organizando un acto de repudio. Así que volví a casa medio pelado, parecía un monstruo. A los pocos días, me dijo mi padre, la solución está en la Terminal de Ómnibus, allí nadie conoce a nadie y lo mismo pelan a quien va para Pinar del Río que a quien viene de Oriente.
Llegué a la barbería de la terminal, hice mi colita y ¡me tocó Escolástico!, barbero sui géneris. Me pelaba, se apartaba de mí, comprobando el pelado, miraba intrigado, danzaba alrededor mío, estirando las manos y me recordaba a Alicia Alonso y decía: ¡te está quedando precioso! Pero de pronto desaparece y vuelve con un botiquín de primeros auxilios, del que sacó curitas porque la sangre me corría por encima de unan oreja, por varias heridas que me había hecho. Me curó y me dice, has quedado con algunas cucarachas, pero no es culpa mía, sino del barbero anterior, que te dejó mal. Me empieza a poner un líquido en la cabeza, diciéndome que era perfume, de pronto para y me suelta: Lo siento, pero tengo que lavarte la cabeza otra vez porque te he puesto champú en vez de colonia.
¡Sobreviví de los actos de repudio, pero no sé cómo sobreviví de Escolástico, un barbero absolutamente loco!
Pasan cuatro años y consigue irte de Cuba en 1984, ¿qué hizo tu mamá para que pudieras irte a Estados Unidos?
Fidel Castro había lanzado un estigma contra mí, diciendo que no me iría nunca de Cuba. Mamá habló con Vilma Espín, a quien considero una excelente persona, y a la que he defendido en estos cuarenta años ante desinformados que ignoran su bondad, su educación y su cultura. Vilma y mi familia nos conocíamos de Santiago de Cuba, antes de la revolución, éramos vecinos.
Mamá se encontró con Vilma en el velorio de una hermana y le comentó mi caso. Vilma le dijo que no le prometía nada, pero que lo hablaría con Fidel en una próxima reunión, aquel encuentro fue un fin de semana. Y el jueves siguiente me citaron a la dirección de Inmigración, donde me atendió su jefe, un coronel, que me trató educadamente y me brindó café. Yo estaba atacado de los nervios porque ya había sufrido dos desengaños con supuestas autorizaciones para salir de Cuba, que nunca se materializaron. Pero a partir de aquella reunión todo fluyó y, el otro lunes, yo estaba en Miami.
La mano de Vilma Espín hizo posible mi salida, por ello la recuerdo con gratitud y mantengo mi amistad con sus hermanos que viven fuera de Cuba. Ella hizo posible que me reencontrara con mi hijo Gastón, y que iniciara una vida en libertad en Miami, donde he trabajado y he sido feliz y adonde pude traer a mi hija pequeña, fruto de un segundo matrimonio, que es hoy una profesional, igual que Gastón; y ambos me han dado nietos que nacieron en libertad. Ese es mi principal logro.
En 2002, decides visitar Cuba, ¿por qué, cómo viviste ese reencuentro?
No pude antes porque no me lo permitieron, lo intenté a los cuatro años de estar aquí, pero me negaron la entrada durante 20 años; volví por primera vez en 2002, pero en el último viaje -antes de la pandemia de coronavirus- visité mi antigua casa de la calle 26, a la que subí aterrorizado, llamamos a la puerta y mi amigo Héctor, dijo: Él vivía aquí, y la joven que abrió la puerta dijo, ¿Cómo que vivía aquí, el es Carlitos, el de 26?, mientras caminaba hacia atrás. Pensé que en ese momento empezaría otro acto de repudio, pero me equivoqué, la muchacha buscaba a su madre para decirle que allí estaba yo, la señora me abrazó y pude sentarme en el que había sido mi sofá, cuarenta años antes.
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