Parece que el presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez comenzó a matar al padre político, anunciando la liberación de la producción y venta de la carne de res y tronando al ministro de Agricultura, en vísperas del octavo congreso del partido comunista que jubilará al General de Ejército Raúl Castro Ruz, y en medio de un crecimiento notable de la pobreza y desigualdad en Cuba.
A la esperar de leer detenidamente las nuevas normas, el anuncio presidencial es positivo porque responde a una demanda largamente acariciada por los cubanos y reclamada por economistas de dentro y de fuera; posibilitando al mandatario retomar la iniciativa política, tras más de un año temiendo un estallido por descontento popular y a la defensiva frente a opositores y activistas, el coronavirus y las broncas internas entre militares y civiles, dinosaurios y reformistas.
Pero, habrá que comprobar si el gesto presidencial es el inicio definitivo de la democratización de Cuba, incluida la eliminación de la hegemonía del partido comunista y el reconocimiento de derechos políticos, humanos y civiles de los cubanos, o solo se trata de otro embaraje para salvar el inning del cónclave comunista y comprar tiempo político.
¿El slow paced de Joe Biden en las relaciones bilaterales, los conteos de protección de Rusia, China y Angola, y el desastre venezolano también han influido en la cúpula tardocastrista?
Ponerse a jugar con gasolina frente al fuego puede ser suicida para la acobardada élite anticubana y otro engaño puede acabar llevándose por delante a la cúpula porque los cubanos han sido empobrecidos, pero no son tontos y saben que los países prósperos y sostenibles son aquellos donde rige la democracia, el respeto a la propiedad privada y la transparencia judicial y administrativa.
La Habana sabe que deberá cambiar los contratos leoninos que impone a médicos y demás personal sanitario alquilados a países extranjeros porque su postura resulta indefendible, aunque siga cacareando sus boberías solemnes de curación y ensayos vacunales de una potencia médica que dejó de existir tras el derrumbe soviético; y el reto no es menor porque es la principal fuente de ingresos de Cuba, que sigue gastando dos mil millones de dólares anuales en importar alimentos.
La movida gubernamental dejó una imagen para la historia del vernáculo cubano, Machado Ventura interpretando al viejo Chichí, balbuceando que los planes de producción deben ser tensos, frase que contrastó con una reciente del primer ministro Manuel Marrero Cruz: El pueblo no come planes; tampoco panes, premier.
Obviamente, el anuncio -a falta de concreción práctica- abre un rayo de optimismo en la deteriorada Cuba y es una desautorización a la obsesión castrista de mantener sumergidos a los cubanos mediante la técnica de indefensión aprendida, como parte de la cultura de la pobreza impuesta a la mayoría por una élite, que ahora teme ser barrida por una revuelta popular.
La carne de res forma parte del imaginario popular por tradición familiar, que reservaba el bistec para los niños y fines de semana, y por los largos años de carencia crónica de ternera y experimentos del invicto Comandante en Jefe con gandul, Ubre Blanca, levadura torula, tilapia, clarias y moringa, como parte de la cuidadosa demolición a la que sometió a Cuba, sumida en el general deterioro que implica no poderse comer ni un rico picadillo a la habanera con arroz blanco y papitas; de aceitunas, alcaparras, aceite y pasas mejor no hablemos, como el amor, no viene al caso.
El truene del ya ex ministro de Agricultura, Gustavo Rodríguez Rollero, no es completamente justo porque el verdadero culpable de la crisis alimentaria de Cuba es el comunismo de compadres, enemigo de la libertad de Cuba y el egoísmo de la casta verde oliva, que prosigue construyendo activos inmobiliarios en zonas nobles de La Habana, mientras regatea dinero para comprar alimentos y medicinas, en medio del peor azote de coronavirus.
Los economistas analizarán con rigor los posibles efectos de la producción y venta libre de carne de res que -de ser racional y no saboteada con reglamentos posteriores semiocultos- aumentará la oferta y regulará el precio; aunque mientras ese momento llegue, el gobierno y la oposición deberán velar por la protección de la mayoría de los cubanos, descuajeringados por el paquete neoliberal perpetrado por el compañero Murillo, que tardó tres días en poner a la mayoría de los ciudadanos en contra del gobierno, pese a que tuvo diez años para su tarea de ordenamiento.
En el ámbito jurídico también habrá consecuencias, pues habrá que adecuar las sanciones por Hurto, sacrificio ilegal, venta y receptación de ganado mayor, sin dejar de proteger a los productores, intermediarios y vendedores; obligados a entenderse para que no se pierda una vaca camino del matadero, donde los cuchillos tendrán que trocear fino ante los ojos de los interesados en que el negocio sea redondo.
Si comerse un pan con bistec llegara a ser rutina, el presidente Díaz-Canel habrá triunfado, siempre que tenga en cuenta que no solo de carne viven los cubanos, también deseosos de libertad política, de prensa y expresión, aunque tardarán un tiempo en acostumbrarse a no camuflar la sabrosa carne de ternera en sus conversaciones cotidianas, ahora solapadas como Tilapia de potrero o Come y calla, que podría ser la próxima tentación vana del tardocastrismo, arrinconado por sus miedos, desconfianza e incapacidad para asumir, como lógico, lo que ya es normal en las calles de Cuba.
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