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La madrugada del miércoles 19 de abril de 1961, el presidente John F. Kennedy cede al desespero de la CIA y autoriza que despeguen seis cazas a chorro del portaviones Essex para escoltar a los bombarderos B-26 de la Fuerza Área de Liberación (FAL) anexa a la Brigada de Asalto 2506.
La misión estribaba en impresionar a los pilotos de Castro, sin entrar en combate contra ellos ni atacar objetivos en tierra, pero los cazas no dieron con los B-26 porque los mandos estaban en la luna: no se percataron de que la base de la FAL en Nicaragua y Bahía de Cochinos tenían diferentes husos horarios.
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En Puerto Cabezas estaba la base de la CIA codificada JMTIDE, alias Happy Valley, desde donde operó el escuadrón de bombarderos B-26 de la FAL. El viernes 14 de abril, JFK da luz verde al ataque aéreo preliminar, solo que con ocho en vez de dieciséis B-26. “I want it minimal” [Lo quiero al mínimo], ordenó al Director de Planes de la CIA, Richard Bissell, quien prosiguió el curso de acción como si nada.
Jake Esterline, jefe de la fuerza especial de la CIA contra Castro, había advertido que ni siquiera 16 bombarderos podrían destruir la Fuerza Aérea Revolucionaria (FAR) de Fidel Castro y sus aviones indemnes hundirían barcos y tornarían suicidas las misiones aéreas posteriores de los B-26 de la FAL, pues sus artillerías de cola se habían desmontado para agregar combustible y posibilitar así los vuelos de ida y vuelta entre Nicaragua y Cuba.
El sábado 15, ocho B-26 de la FAL con insignias de la FAR atacan al estilo Pearl Harbor las bases aéreas de La Habana, San Antonio de los Baños y Santiago de Cuba. Los aviadores reportan tremendo golpe, pero las fotografías revelarían otra cosa. A las siete de la mañana, un B-26 aterriza en Miami; su piloto, Mario Zúñiga, se presenta como Juan García y atestigua que otros tres desertores de la FAR habían participado en el ataque.
Castro comenta que ni Hollywood se hubiera atrevido a rodar semejante película y a las 10:30 a.m. su canciller, Raúl Roa, está en la ONU acusando a USA de agredir a Cuba. Luego de atribuirse aquel ataque preliminar a desertores de la FAR, otra incursión aérea era inconcebible, ya que pondría a Washington en la picota de la opinión pública internacional tal y como había quedado Moscú con su invasión a Hungría en 1956. Al día siguiente, la Casa Blanca notifica a Langley que los demás ataques aéreos tienen que lanzarse después de que la brigada consolidara una cabeza de playa en Girón con su aeropuerto.
Bissell admite en sus memorias (Reflections of a Cold Warrior, Universidad de Yale, 1996) que ese domingo cometió el error de protestar ante el Secretario de Estado, Dean Rusk, en vez de hacerlo directamente ante Kennedy (p. 184). Tal como había previsto Esterline, el supervisor de la CIA Gray Lynch recibe el lunes 17, a bordo del buque de asalto anfibio (LCI) Blagar frente a Girón, este mensaje: “Castro still has operational aircraft. Expect you to be hit at dawn” [Castro tiene aún aviones con qué operar. Esperen ser atacados al amanecer].
Las manos ocultas
El jefe de la FAR, capitán Raúl Curbelo, ordena atacar a los efectivos de la brigada en tierra, pero Castro da una contraorden decisiva: “Primer objetivo: atacar con todo al aeropuerto, si hay allí aviones. Segundo objetivo: atacar a los barcos. Tercer objetivo: observar si hay movimientos de camiones muy cerca de Girón; si es positivo, atacarlos también, así como al personal. Si se ven maniobras de barcos y personal, meterle a los barcos y después a la gente” [La batalla de Girón, Primera Parte, Versión PDF, p. 32].
Al amanecer del 17, el piloto Enrique Carreras inutiliza al barco Houston e impide así que el quinto batallón desembarque como Dios manda y refuerce al segundo batallón en Playa Larga. A las 9:30 a.m., Carreras reengancha hundiendo al carguero Río Escondido con impacto directo de cohete. La explosión consumió las reservas de municiones y combustible; al escucharla, el supervisor de la CIA en el LCI Bárbara J, Rip Robertson, gritó por radio: “God Almighty, what was that? Fidel got the A bomb?” [Dios Todopoderoso, ¿qué fue eso? ¿Fidel tiene la bomba atómica?]. Su colega Lynch respondió: “Naw, that was the damned Rio Escondido that blew” [No, eso fue que volaron al maldito Río Escondido].
La suerte estaba echada desde que el plan de acción encubierta contra el régimen de Castro, aprobado por el presidente Dwight Eisenhower el 17 marzo de 1960, fijó esta clave política: “Our hand should not show in anything that is done“ [La mano nuestra no puede aparecer en nada de lo que se haga]. A ella se aferró Kennedy, sin prometer nada más, y para el 8 de abril de 1961 tanto Esterline como su jefe de operaciones, el coronel Jack Hawkins, presentaban sus renuncias a Bissell porque las trabas de la política condenaban la invasión al fracaso.
Así lo atestiguó Esterline al periodista del Miami Herald Don Bohning en The Castro Obsession (Potomac Books, 2005, p. 33), pero Bissell pidió a Esterline y Hawkins mantenerse en sus jefaturas porque la invasión iba de todos modos. Hasta prometió en falso que persuadiría al presidente de ir con más bombarderos al ataque preliminar. Ambos jefes aceptaron a regañadientes permanecer en sus puestos y Hawkins salió para Nicaragua.
El 16 de marzo, Bissell había pasado a Kennedy informe de inteligencia acerca de que "fewer than 20 percent of the people" [menos del 20% del pueblo] apoyaba a Castro y "approximately 75 to 80 percent of the militia units will defect when it becomes evident that the real fight against Castro has begun" [aproximadamente del 75 al 80 por ciento de las unidades de milicia desertarán al volverse evidente que había comenzado la lucha real contra Castro].
El jueves 13 de abril pasó de inmediato a Kennedy este cable del coronel Hawkins desde Nicaragua: “Sin excepción, [los oficiales de la Brigada 2506] están muy confiados en que van a vencer. Dicen que conocen a su pueblo y creen que después de infligir una seria derrota a las fuerzas enemigas, el pueblo abandonará a Castro, a quien no tienen ningún deseo de apoyar. Dicen también que es tradición cubana sumarse al vencedor y tienen suprema confianza en que ganarán todos los combates contra las mejores fuerzas que Castro tenga. Yo comparto esa confianza”.
Bissell reforzó el embullo de Hawkins con otro informe de inteligencia: “Castro está perdiendo popularidad continuamente. El pueblo ha empezado a perder el miedo al gobierno y el sabotaje sutil o discreto es común. Se cree que el ejército ha sido penetrado exitosamente por grupos opositores y no combatirá en caso de conflicto. La moral de los milicianos está decayendo”.
Lo que el viento se llevó
Solo así Kennedy se traga que la CIA va a repetir en Cuba el éxito de la operación encubierta de 1954 en Guatemala contra Jacobo Arbenz, pero los informes de inteligencia quedan como superchería con un solo párrafo de la carta que un miliciano apodado “El Gallego” remitió el 24 de abril a su esposa:
“Avanzábamos gritando: ¡Viva Cuba Libre! y ¡Patria o Muerte! Estuvimos fajados con esa gente hasta casi el amanecer el 18, en que retiraron al batallón de la Escuela [de Responsables de Milicias] y entró en acción la Columna 1 [del Ejército Rebelde]. Aunque por encima de mí silbaban balas trazadoras de ametralladora calibre 50, los morterazos llovían y los bazucazos ni hablar, no sentí miedo. De los aviones sí. Yo pensaba en ustedes [esposa y dos hijos] y eso me dio valor y fe en la victoria y en que no me pasaría nada. Y así ha sido”.
El 17 de abril por la tarde, el hermano del presidente y Fiscal General de Estados Unidos, Bobby Kennedy, resume la situación de la Brigada 2506 al senador George Smathers (D-FL) con que “the shit has hit the fan” [decentemente, “la cosa está fea”]. Por la noche, la CIA trata de capear el temporal bombardeando con tres B-26 la base de la FAR en San Antonio, pero los pilotos reportan a la vuelta que no dieron con ella por estar totalmente a oscuras.
Bissell autoriza el 18 que pilotos estadounidenses vuelen en misiones de combate y en una es derribado un B-26 a su segunda vuelta sobre el Central Australia. El embajador Raúl Roa se daría la patada en la ONU de restregar en la cara del representante de Estados Unidos, Adlai Stevenson, la tarjeta de identificación [SSN 014-07-6921] del piloto Leo Francis Berliss. Y largó con sarcasmo que su B-26 venía de la luna.
En Girón no quedaba ya otra cosa por hacer que no fuera comenzar a contar la historia.
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