¿En qué elevador se montó el periodista Humberto López para salir en el penúltimo piso del poder castrista, es decir, para aterrizar de pronto en el Comité Central del Partido Comunista?
La pregunta es pertinente porque permite evaluar, también, qué tipo de país se ha vuelto Cuba, y cuáles son ahora los mecanismos que garantizan el ascenso social dentro de su rígida estructura ideológica.
Hace algunas décadas, la cosa estaba clara: para entrar al Comité Central había que haber estado en la Sierra Maestra, o pertenecer a la facción fiel de los que lucharon en el llano. Ganarse ciertos grados dentro de las Fuerzas Armadas o el Ministerio del Interior conllevaba también entrar en ese exclusivo salón de decisiones.
Hubo, además, quien escaló hasta allí por ser el director de alguna organización de masas, o por una fidelidad acompañada de méritos profesionales (los casos de artistas, intelectuales "orgánicos", o científicos, como Concepción Campa Huergo, que creó la vacuna contra meningitis B y C).
Otra opción eran los deportistas que le daban grandes alegrías al Comandante en Jefe.
Francamente, no era que el resultado pueda calificarse de élite (seguro que nadie recuerde hoy a Coralia Mazar Antúnez o Fidel Parra Santoya) pero al menos las reglas del ascenso incluían, además de la famosa "trayectoria", un atisbo de representatividad o reconocimiento social.
La situación ha cambiado, y ahora basta con convertirse en vocero televisivo de la infamia.
Pero Humberto es un vocero peculiar, de esos que gustan de meterse en la piel de su personaje, método Stanislavski. Y que añade, cuando la ocasión lo requiere, villanías de su propia cosecha. Ya de por sí es triste convertirse en el encargado de ejecutar cada semana "asesinatos a la reputación" de personas que no pueden defenderse y disfrazar eso de "periodismo". Pero el pasado 8 de abril de 2021 López no pudo contenerse y exhortó a que los miembros del Movimiento San Isidro y del 27N fueran juzgados por "traición a la patria", un delito para el que la Constitución reformada en 2019 ampara la aplicación de la pena de muerte.
Paredón para los artistas, pedía este muchacho con gesto grave.
Que Humberto López es un mal bicho lo dice hasta su propia tía, justamente molesta por una jugarreta de su hermano y sobrino con la herencia familiar del padre fallecido. La pobre mujer, que tiene un hijo con una enfermedad degenerativa, ha denunciado que Humbertico y su papá la dejaron fuera del reparto y se llevaron hasta la batidora para molerle la comida al enfermo. Pero, además de mal bicho, López ahora ha demostrado ser lo que en España llaman "un trepa".
No contento con mentir, manipular y difamar, se ha convertido en el representante de un cainismo reciclado: el "joven" fiscal que sirve como "prueba" de la "continuidad" represiva.
Los resultados de sus "méritos" están a la vista. Cuando el Centro de Investigaciones Sociales del ICRT tuvo la ocurrencia de colgar en Facebook una especie de encuesta ("Del 1 al 10, ¿cómo evalúas la sección de Humberto López en el NTV?"), lo que le cayó encima fue tanto que la encuesta desapareció, se esfumó en las tinieblas de la noche virtual.
Ahora, Humbertico reaparece, con sonrisa de títere, en un confortable sillón del Comité Central. Como para que no queden dudas de lo que se ha premiado.
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