Los cubanos han retomado la práctica de sembrar en cuanto espacio disponible tengan ante la escasez de alimentos en la Isla.
Las largas colas, el desabastecimiento en los mercados, los precios prohibitivos y las dificultades para trasladarse de un lugar a otro por la falta de transporte ha llevado a muchos cubanos a sembrar lo que pueden en los espacios disponibles en sus viviendas, ya sea un jardín, un patio, el balcón o una simple maceta.
CiberCuba entrevistó a varios residentes en Santiago de Cuba que han optado por esta práctica, muy común en los años 90, cuando el país atravesó la dura crisis del Período Especial.
"Recuerdo como en esa época en mi casa sembramos ñame en un cantero de menos de 20 cm de ancho, y transformamos el patio en una jaula para pollos, espero no llegar a eso, aunque temo que pasará”, sentencia una de las entrevistadas.
Antes del ordenamiento la malanga, por ejemplo, Nadia la pagaba cara a 15, ahora no baja de 30, el culantro era a dos pesos, ahora cinco y son unas poquísimas hojas, para no hablar de la col, que está tan cara que un solo repollo te puede costar hasta 80 pesos. La carne de cerdo a 120 pesos la libra, una cabeza pequeña de ajo a 20 pesos, y el pollo a más de 100 pesos la libra.
Ella, como muchos, optó por sembrar en casa para tener algunos productos.
“No fue porque en el televisor me dijeran que había que hacerlo, tampoco la reunión del CDR que hicieron para sugerirnos la idea, pues a mí nadie me puede decir que tengo que tener una mata de calabaza que atraviese mi jardín, prefiero unas rosas. Lo que me obligó a hacerlo es lo dura que está la cosa", explica.
Hizo canteros, semilleros y acopió viejas latas. Hoy obtiene unos pocos ajíes y unos pequeños tomates, y asegura que se expandirá. No hay de otra.
Yaíma, otra santiaguera, siempre dijo que jamás transformaría su patio en un huerto de la agricultura urbana o suburbana. Sus helechos, begonias, orquídeas no las cambiaría por nada.
“No sé a dónde iremos a parar si los precios siguen subiendo así sin control, pues no es solo la carne o las viandas, es hasta los condimentos”, dijo.
Buscó cuanta lata o vasija había en su hogar y sembró plantas que le sirvieran de condimentos.
“Ahora le rezo a los cuatro vientos para que se me den. Tengo perejil, culantro, albahaca, orégano, sembré también una planta de calabaza que se enreda donde quiera y no sabía que era tan grande, pero ya está ahí, hasta echando flores. También sembré frijoles, pues los granos están desaparecidos, no me topo con ellos o están por las nubes unas pequeñas bolsitas que no tienen ni una lata, pero vinieron los pajaritos o fue mi perro y se lo destruyó”, añade.
Hay personas que disfrutan sembrar, ver crecer las plantas y luego comer los frutos. Para ellos, lo mismo le da una planta ornamental que una que alimente el cuerpo, incluso hay quienes prefieren estas últimas. Para ellos no es sacrificio sembrar un tomate, un ají, un culantro o una calabaza.
Entre los edificios del Centro Urbano José Martí, más conocido como distrito, se van dibujando pequeños patios improvisados llenos de parcelas con surcos y canteros.
“Si fuera para hacer un espacio para guardar el carro o para una terraza te buscas tremendo lío, pero para sembrar nadie te dice nada. Bueno casi nunca te regañan”, opina Ramón, vecino de la comunidad.
“La verdad no soporto no tener en mi viandero una yuca, o boniato o malanga, o en el frío algunos vegetales. Tampoco soporto tener que hacer colas, tener que matarme por comprar una mano de fongo (plátano burro) y además lidiar con el transporte que por las medidas a raíz de la Covid, lo suspenden a cada rato durante varias horas al día. No queda otra que tirarse a la tierra… a mis 70 años”, agrega.
“El problema está en encontrar las semillas y el asesoramiento”, asegura Martha, otra ama de casa que le encanta ver su pequeño patio con plantas de calabaza u otras, y añade “a mí de Haití me trajeron unas bolsas con semillas de remolacha y zanahoria que cuando miras los precios no llegan al dólar, y atrás te explican el régimen de agua, sustrato, etc”.
“Al principio de la Covid, cuando empezó el tema del aislamiento, yo imaginé que se iba a poner la cosa mala. Siempre pasa así. Aunque no imaginé que tanto. Yo sí sembré algunas cosas y ya he recogido. Luego me enteré que en el mercado cercano a la Plaza de la Revolución vendían semillas, es el único lugar en la ciudad de Santiago de Cuba donde se venden, según tengo entendido. Es caro, pues 5 mil pesos por un kilogramo de semilla de tomate no es para cualquier bolsillo, o más de mil 700 el kilo de semillas de pepino… pero eso es para el que tenga tierras, lo mío que es un patio, necesito una bobería. Y ahí se puede comprar en pequeñas cantidades. El problema está en la asesoría, dicen que en los barrios, en los Consejos Populares, hay asesores, yo la verdad que no sé ni dónde buscarlos”, asegura.
¿Qué tipo de suelo llevan dichos cultivos? ¿En qué momento de año se siembra cada uno? ¿Cómo es el sistema de riego? ¿Abonos, fertilizantes, plagas…? ¿Dónde encontrar productos y asesoría?
Estas son algunas de las preguntas que muchos se hacen. Otros simplemente apuestan por el viejo consuelo de lo empírico, de abrir un hueco, echar la semilla o colocar un esqueje o pequeña planta, y regar de vez en cuando.
Entre mercado estatales desabastecidos, colas que se multiplican más que el coronavirus, y cuentapropistas azorados que venden en la clandestinidad, es la dura realidad por la cual muchos –quien puede–, se lanzan a sembrar sus patios, jardines o incluso una pequeña vasija con tierra.
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