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El joven Michael Hernández, condenado a cadena perpetua tras asesinar en 2004 a un compañero de clases en una secundaria de Palmetto Bay, en el sur de Florida, murió en prisión a los 31 años.
Las causas de su muerte, ocurrida este fin de semana en la Columbia Correctional Institution de Jacksonville, Florida, no se conocen por el momento.
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Hernández, diagnosticado como un sicópata, fue enviado a la cárcel tras matar con más de 40 puñaladas, y luego degollar, a su compañero Jaime Gough en el baño de la secundaria Southwood.
Ambos tenían 14 años entonces, y fue en 2008 cuando un jurado finalmente declaró a Hernández culpable de asesinato en primer grado, luego de desestimar la alegación de que el acusado estaba demente en el momento del crimen.
El hecho conmovió al sur de la Florida y escaló hasta los titulares de los medios de Estados Unidos. Para la comunidad hispana resultó particularmente devastador, tratándose de dos familias de inmigrantes; Hernández de ascendencia cubana y Gough de raíces panameñas.
Según reportes del juicio, se planteó el argumento de que Hernández se había obsesionado a esa edad con convertirse en asesino en serie, y que incluso llegó a escribir una lista con los nombres de otras personas que pretendía liquidar, entre ellas a su propia hermana.
El día del crimen, de hecho, Hernández intentó matar a otro estudiante, Andre Martin, por lo que también fue condenado.
Al principio, Hernández negó todos los hechos, pero más adelante describió cómo degolló a Gough y luego guardó el cuchillo en su mochila para dirigirse a clase.
Aun cuando fue sentenciado de inicio a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional, más tarde se le concedió una audiencia debido a una decisión de la Corte Suprema federal.
Esa instancia prohibió el establecimiento automático de cadena perpetua sin posible libertad condicional a menores de edad juzgados por asesinato.
Cuando en octubre de 2015 el caso de Hernández fue llevado otra vez ante un juez del condado de Miami-Dade, los fiscales solicitaron exitosamente que se mantuviera en la cárcel de por vida; para ello utilizaron pruebas como grabaciones telefónicas del prisionero describiendo asesinatos en serie y haciendo bromas sobre su incapacidad para llorar.
En declaraciones a la prensa tras conocerse la muerte de Hernández, Jorge Gough, padre de su víctima, dijo estar “conmocionado”.
“No esperaba esto en absoluto”, aseguró antes de referirse a su hijo. “Lo extrañamos, y la gran pregunta es: ¿qué sería hoy?”.
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