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El poeta, narrador y promotor cultural cubano Arístides Vega Chapú, ubicado según estudiosos en la conocida Generación de los 80, es un ejemplo vivo de lo que significa la sinceridad.
Aunque la mayoría de sus títulos son de poesía, tiene un premio Memoria del Centro Cultural Pablo de La Habana en el género testimonio por "No hay que llorar", volumen de entrevistas acerca de lo que en Cuba se conoce como “período especial”.
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Sobre ese texto, la escritora y crítica Laidis Fernández de Juan ha afirmado: “la memoria, esa gran recogedora de conductas, no se deja traicionar por nada en este libro, ni permite imágenes distorsionadas de lo que fue la etapa cubana más difícil después del año 1959”.
Hay quien opina que lo que se vive actualmente en Cuba apunta hacia una situación igual o peor ¿has pensado en escribir al respecto?
Yo no sé escribir o quizás sea que no quiero escribir de otra cosa que no sea de mi realidad. Sobre todo, porque es lo que más conozco. Vivimos en un país que no se parece a ningún otro, para bien y para mal, pero es único, por lo que no encuentro nada más atractivo que escribir sobre mi realidad. Pero prefiero escribir desde la ficción, la poesía, la novela, el cuento. En todos ellos escribo de lo que me rodea, me angustia, me hace feliz.
El libro al que haces referencia y que salió publicado gracias al Premio Memoria, del Centro Pablo y que titulé "No hay que llorar", porque más que cualquier otra cosa deseaba testimoniar la capacidad de resistencia, de reinventarse vidas, de salir hacia delante en tiempos tan adversos como lo logra el cubano, es un libro que escribí para todos los que, como mi hija, no tenían memoria de ese tiempo y desconocían que sus padres eran sobrevivientes de una dura batalla.
Es un libro que rinde tributo a esa capacidad. Todo el mundo habla del valor de los mambises, pero esa capacidad de enfrentarse con valor ante cualquier adversidad la tiene el cubano. Y lo ha demostrado a través de toda la historia.
En la actualidad escribo apuntes de mis observaciones diarias de todo cuanto sucede a mi alrededor y me parece notorio a escala de ejemplificar el tiempo que vivimos. Algunos de esos apuntes, los que más logran ser una crónica, los comparto en Facebook, pero no dudo que en breve tiempo se conviertan en un libro de crónicas que refiera lo que ahora mismo estamos viviendo.
Lo que ahora puedo asegurar es que todas esas observaciones serán partes de una novela o inspiración para un cuento o ya han motivado un poema. Para quien tiene el oficio de escritor y su material más apreciado es su realidad no hay otra posibilidad que dejar testimonio, en algún género, de este tiempo sumamente difícil, complejo, que ahora vivimos.
Según la enciclopedia colaborativa cubana Ecured has escrito 13 libros y 3 novelas; realizas programas de radio y acciones de promoción cultural como talleres literarios. Muchos te están agradecidos como uno de esos jóvenes que guiaste y tienes en alto aprecio profesional, Sergio Zamora. ¿Cómo organizas tu tiempo?
Lo primero que quiero decirte es que Ecured no está actualizada. A estas alturas tengo treinta tres libros publicados, entre poesía, novela y cuentos. No soy un escritor circunstancial. Asumo mi oficio como lo asume un maestro o un dulcero o un carpintero, es decir, me levanto todos los días a trabajar, muchas veces más de ocho horas.
No es que escriba todos los días, pero todos los días trabajo, porque un escritor tiene que leer mucho, informarse. No se puede asumir la escritura solo con voluntad; hay que trabajar, sumar saberes, vivir con intensidad para que todo eso se vierta en tu obra.
Lo otro es que muy pocos escritores pueden vivir solo de la escritura y sobre todo en los últimos años se precisan de varios trabajos para poder llegar a fin de mes, por lo que no dudes que me paso el día trabajando. Soy muy riguroso con el tiempo y soy organizado, si no fuese así no pudiera hacer todo lo que hago. También me ayuda que hasta el día de hoy nunca he tenido que hacer algo que no me gusta; todo cuanto hago lo disfruto, me otorga placer.
En Publicaciones entre líneas están a la venta tres poemarios tuyos: “Sagradas pasiones”, “El discreto encanto de los oficios” y “Las otras ciudades” ¿cómo ha sido la aceptación de los mismos en el mercado fuera de las fronteras nacionales?
He publicado algunos libros más en editoriales extranjeras, pero todas son editoriales de reducido alcance, editoriales muy alternativas. Mi primera novela "Un día más allá", se publicó primero en Estados Unidos, por la Editorial Bluebird, en el 2008.
Siempre que he viajado encuentro un público deseoso de conocer de Cuba, de leer a los autores cubanos que casi nunca están a su alcance, porque no hay libros nuestros en las librerías del mundo. Son pocos los escritores cubanos que han podido darse a conocer en el mundo, muy pocos para la rica y fuerte tradición literaria de esta isla. Sobre todo, muy pocos autores vivos.
La Feria del Libro de La Habana fue pospuesta a causa de la pandemia. Hay quienes opinan que debió hacerse una convocatoria virtual ¿qué crees?
Habría que preguntarse cuántos cubanos podemos disfrutar de una Feria del Libro virtual. Creo que no puede haber Feria del Libro sin novedades editoriales y la crisis económica que ha agudizado la pandemia ha reducido casi que a cero la poligrafía en Cuba. Me parece mucho mejor esperar tiempos mejores que hagan regresar la fiesta cultural más popular de este país. Lo que sí creo que los escritores debemos estar en los medios virtuales, individualmente, y que las instituciones lo propicien, porque los públicos que se alcanzan en estos medios son inmensos.
Siendo un hombre tan diáfano, sencillo, espontáneo ¿algunas veces pienso que complejizas tus textos, quizás metamorfoseas un tanto la realidad?
Lo que más me interesa como creador es comunicarme con los que se acerquen a mis libros, dialogar con sinceridad. Si de algo presumo es de tener lectores muy sencillos, personas que uno cree no leen, porque tienen oficios muy alejados de la escritura e incluso algunos de escasos estudios, sobre todo mi narrativa.
Ahora, la poesía es sobre todo la verdad dicha en metáfora. Bueno la poesía que hago y la que disfruto como lector.
Muchos escritores buscan la puerta que conduce a lo fantástico, pero… en lo fantástico, para catalogar de alguna forma esto que vivimos, estamos. ¿Sacrificarías la vida por la realidad, más allá de lo que se pinta como fantástico, utópico, onírico? ¿Levantarse día a día con un sueño que puede llegar a materializarse y no obstante, darte cuenta de que la vida es, para muchos, una pasión inútil porque todo sigue igual?
Tengo un gran defecto, bueno, tengo varios, pero el más notable creo que sea que soy un poeta con los pies en la tierra. Yo creo en que es posible aportar para que la realidad de uno sea mejor. Cada cual desde su lugar. Por supuesto, yo creo en la capacidad transformadora de la literatura y desde esa creencia trato de hacer mi vida mucho mejor y mucho mejor la vida de los demás.
Me levanto todos los días dispuesto a enfrentar mi realidad, no con complacencia, sino con la idea que de mí también depende ese mejoramiento que todos deseamos y necesitamos. El día que deje de creer en eso me siento, cruzo mis manos y cierro los ojos simulando ya no estar. Quizás por eso mi literatura tiene poco de fantástico y mucho más de la realidad.
¿Concepto de familia para Titico? ¿Es cierto que la harina con huevos fritos es tu comida favorita?
Es cierto y si me agregas boniato hervido mucho mejor. Y en una mesa bien servida. Soy ceremonioso en esas cosas. Me gusta que la comida en familia sea una bendición que se respete. Por eso en mi casa nos sentamos todos a la mesa, en una mesa servida como si celebráramos algo, aunque no sea siempre el alimento que uno desea.
Para mí la familia es lo primero. No hay nada que me satisfaga más que ser un buen padre, un buen abuelo, un buen esposo, un buen amigo. Soy fruto de una familia muy corta, que en su mayoría se fue del país en los años 70 cuando yo era aún muy pequeño. Solo tuve dos primos, abuelos y una tía todos por la parte materna. Fui hijo único, por lo que tuve que buscarme, cuando fui consciente de esto, una familia mucho más numerosa. Lo logré teniendo una hija que me ha dado dos nietos, con mis hijastros y mis amigos, que son muy pocos pero que han sabido ocupar el lugar de hermanos.
Más allá de la familia hay amigos que conquistan otros universos en nuestras vidas ¿en qué dimensiones extraterrestres entran la gran pintora Zaida del Río y el lamentablemente desaparecido escritor Sigfredo Ariel?
A Zaida me une una amistad que ya tiene más de cuarenta años. Nos conocimos siendo muy jóvenes, a través de una amiga común. Hemos vivido muchas experiencias juntos y desde la admiración es una amiga que quiero y respeto. Nadie como ella para tener largas conversaciones sobre arte, religiones, paisajes y de los temas que menos esperas ella conozca. Todo el mundo reconoce su talento, pero pocos saben que es una probada intelectual con variados y sólidos saberes.
A Sigfredo lo conocí en la escuela primaria, luego estudiamos juntos en la Escuela Vocacional y coincidimos en la vocación por la literatura. Es decir, fue una persona que me acompañó por muchos años. Yo descubrí la grandeza de la música cubana por él, a los escritores de Orígenes, era alguien de muchos saberes, alguien que siempre tenía algo nuevo para revelarte. Fue además muy querido en mi familia.
Muchos creen en el “fatalismo geográfico”; aseguran que si no salen del terruño no triunfan. Nacionalmente, La Habana ha atraído a parte de lo mejor de la cultura cubana en todas sus manifestaciones. ¿Por qué se te ha hecho ajena la capital, amas demasiado a tu Santa Clara natal o no has podido vivir en la gran urbe?
Yo soy una persona dichosa. Estoy convencido de que Dios tiene delirio conmigo. Yo he tenido la posibilidad de vivir en la Habana e, incluso, en otras ciudades del mundo. He tenido esa posibilidad y lo agradezco, porque creo que uno debe tener el derecho a elegir. Yo elegí vivir en esta ciudad.
Reconozco que la Habana es una gran ciudad, una de las más hermosas de cuantas he conocido, pero yo no me conecto con la Habana. Trato de ir cuando no me queda más remedio y trato de que mi estancia sea lo más breve posible.
Eso, por supuesto, trae desventajas pero también muchas ventajas. Aquí la vida es más sosegada, más tranquila. Tienes más poder sobre tu tiempo. Y logras una conexión con la gente que es muy de provincia, no de urbe. Recibo a diario muestras de afecto de lectores que me reconocen y que tienen la gentileza de ser amables conmigo.
No creo eso suceda en una urbe. Gracias a eso he resuelto pasajes, viandas, evitarme una cola y sobre todo saber que soy útil a muchas personas. Casi todos mis libros los presento en el edificio en el que vivo y vienen todos mis vecinos dispuestos a comprar el libro y luego a comentármelo. Eso solo es posible en un sitio como Santa Clara, una ciudad que no tiene atractivo alguno más allá de su vida nocturna y de ser culturalmente muy activa.
Cultura y pseudo cultura son conceptos que en estos momentos pueden llegar a confundirse. Por un lado, la necesidad imperiosa del arte de poder expresarse libremente, sin atadura alguna; por otro, entes que distorsionan la realidad sin esgrimir ninguna expresión artística válida; por último, aquellos que se aferran a como dé lugar a ideas caducas del medioevo. ¿En qué contexto puedes ubicarte tú como artista, como hombre, como ser social?
Creo que necesito sentirme libre de equivocarme y de actuar y eso lo he podido hacer hasta el día de hoy. Claro que he pagado un precio, pero he estado dispuesto a pagarlo y he vivido en absoluta libertad. De pensamiento y de obra. Soy alguien que por herencia familiar soy muy respetuoso, acepto a todos los que piensen diferente a mí y la única condición que exijo es que se me respete mi manera de pensar. Siempre he defendido mi verdad hasta las últimas consecuencias y tengo una absoluta intolerancia al doble discurso. Creo que mi vida y mi obra lo demuestra.
En relación con su vivencia diaria envuelta en COVID, cierro este coloquio con su poema "Tiempos de pandemia":
Sin duda alguna nos librarán de la enfermedad,
sin importarles nuestros nombres, mucho menos oficio,
dirección postal,
ni la hora en que preferimos tomar la siesta
para repetir los mejores sueños nocturnos.
Nada les importará,
ni siquiera que algunos estén dispuestos a relatar lo vivido,
mientras otros se empeñen en olvidar todo,
incluso el nombre del santo al que le pidieron con supuesto fervor
con los ojos entornados, para con cierta facilidad
no tener ahora recuerdo alguno del resplandor
sobre el que se curvaron como prueba de fe.
Algunos ya no estarán para contar nada,
ni familiares cercanos para decir sus nombres en alta voz,
ni escenas en la televisión
para premiar a los que sacrificaron todo,
como en tiempos de guerra, semejando ser invencibles,
soldados que pese a las circunstancias
bailaron al compás de la delirante música
que solo se permite en tiempos de post guerra.
El tiempo fluye, la gente hace carreras radiantes
pese al terrible verano, a los huracanes y las tormentas eléctricas
en cielos que oscurecen antes de tiempo.
La gente cambia de casa, de pareja y de superstición.
La gente aspira tener sitio en Madrid o el Cairo,
o en cualquier otro sitio exótico
que han conocido por las revistas
que muestran a todo color el otro mundo
tan diferente al nuestro.
Se peina de otra manera su teñida cabellera, recicla modas,
se aparejan y se distancian,
dudan de lo que otros consideran importante.
Se satisfacen con una nueva novela
de alguien que ha alcanzado notoriedad
por otros asuntos que nada tienen que ver con su escritura.
El tiempo fluye, adicionándole un peso extra a nuestras cabezas,
olvidadizas y endurecidas
por los golpes, que ahora desde el pasado no refieren dolor alguno,
sino cierta inclinación,
como si estuviésemos reverenciado la sobrevida.
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