Médico de guardia no puede dar duralgina a una anciana cubana porque "le habían asignado una sola"

El médico del policlínico relató que una ambulancia que llevaba una paciente al hospital, arrolló a un transeúnte y se dio a la fuga.

Personal de la salud en Cuba (Imagen referencial) © ACN
Personal de la salud en Cuba (Imagen referencial) Foto © ACN

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Este artículo es de hace 3 años

Un ingeniero cubano compartió en sus redes sociales un texto que muestra el grado de depauperación al que ha llegado el sistema de salud en Cuba.

Alfredo Martínez, de La Habana, denunció lo que le sucedió cuando de madrugada tuvo que llevar a su abuela de 78 años al policlínico, debido a que presentaba fiebre, vómitos, decaimiento y desorientación. Y aunque ese día la anciana se había vacunado, tales síntomas podían significar algo peor que una reacción a la vacuna.


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"El médico que nos atendió tenía el agotamiento reflejado en su cara (...). Le explicamos los síntomas, y con la tristeza en los ojos de un galeno que quiere ayudar pero no puede, nos dijo que no tenía duralgina para la fiebre, que le habían asignado una sola y se la había administrado a un niño que llegó con convulsiones; que lo único que tenía para aliviar uno de los síntomas era una metoclopramida", relató.

Mientras le inyectaban el medicamento a la enferma, el doctor que estaba de guardia le contó a Martínez que esa misma noche, una ambulancia que había recogido a una paciente en el policlínico, en su traslado hacia el hospital atropelló a un transeúnte y se dio a la fuga.

A escuchar esa historia, el joven ingeniero decidió llevarse a su abuela y cuidarla con los recursos que tenía en su casa.

"Mientas escribo esto mi abuela se siente mejor, y junto con su bienestar está el mío. Solo me queda una cosa clara: Cuba no salva, mata", concluyó.

A continuación CiberCuba reproduce el texto íntegro de Alfredo Martínez.

"No acostumbro hacer post personales, pero hoy haré una excepción. Estoy desde las 3:00 am despierto y en pleno desespero. Los que me conocen saben que vivo con mi abuela de 78 años, que a pesar de su edad, mantiene una jovialidad y una fuerza que impresiona.

En el día de ayer le pusieron la segunda dosis de Abdala sobre las 2:30 pm, el día transcurrió normal, pero a las 11:00 pm mi abuela empezó a sentirse afiebrada. Automáticamente pensé que era una reacción de la vacuna, algo perfectamente normal cuando uno es vacunado. La fiebre bajó luego de una duralgina (que gracias a Dios teníamos), me sentí más tranquilo y le dije que me avisara si sentía mal.

A las 3:00 am me despierta una llamada. Problemas, ese es el primer pensamiento que viene a mi mente. Cuando voy a su cama, se encuentra con fiebre, vómitos , decaimiento y desorientación, realmente asustado por las condiciones en que la vi.

Automáticamente llamé a mi madre que vive a una cuadra y media, le expliqué lo que había pasado, y en minutos estaba en mi casa. Nos pasamos una hora determinando si llevarla al médico, al ver que no mejoraba pues decidimos que era lo más prudente ir al policlínico. Imagínense el escenario, 4:30 am, mi abuela sin fuerzas para caminar, ¿dónde se consigue un carro a esa hora? Esperamos hasta las 5:00 am de la mañana y llamamos a un vecino, de esos que son como familia, y le explicamos la situación. A las 5:20 am estábamos en el policlínico.

El médico que nos atendió tenía el agotamiento reflejado en su cara, ni siquiera nos llegamos a sentar dentro de la consulta, pues ella no tenía fuerzas para caminar. Le explicamos los síntomas, y con la tristeza en los ojos de un galeno que quiere ayudar pero no puede, nos dijo que no tenía duralgina para la fiebre, que le habían asignado una sola y que se la había administrado a un niño que llegó con convulsiones; que lo único que tenía para aliviar uno de los síntomas era una metrocopramida.

Este tipo de respuesta ya ni me impresionan, estamos en esta situación desde hace rato, y no es el COVID el que desata esta carencias de medicamentos, lo agrava sí, pero no es el que la origina.

Mientras que le inyectan el medicamento, el médico va haciendo los cuentos de su trágica noche. Resulta que en esa guardia, llegó una mujer con una sobredosis de carbamazepina, que en medio de su malestar e incoherencia jaló la manguera del esfigmo, y se quedaron sin equipo para medir la presión.

Hasta ese momento todo me parece comprensible, estoy acostumbrado a naturalizar el desastre, pero lo que realmente me voló la cabeza fue otra anécdota que retumbará en mi cabeza y me queda como certeza de que el país se está muriendo.

Pues sucede que otra paciente llegó con un infarto, al llegar la ambulancia con su respectiva demora, la trasladan para el hospital, y en el transcurso la ambulancia atropella a un señor, y el conductor con la ambulancia y paciente, se da a la fuga.

El inmediato pensamiento es que algo así solo sucede en las películas, pero no, el refrán tan conocido de que la realidad supera a la ficción se manifiesta. No supe si la mujer llegó al hospital, solo se que el hombre llegó 30 minutos después y murió en ese policlínico fatídico.

Con esas historias, miré a mi madre y sin decir una palabra decidimos irnos de ese lugar. Asumimos la responsabilidad de cuidarla nosotros, bajar la fiebre con compresas y administrándole duralgina. Mientas escribo esto mi abuela se siente mejor, y junto con su bienestar está el mío. Solo me queda una cosa clara: Cuba no salva, mata".

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