“La dictadura debe ser sustituida por un gobierno provisional de carácter enteramente civil que normalice el país y celebre elecciones generales en un plazo no mayor de un año” (Fidel Castro, mayo de 1958).
A menos de tres meses de la jubilación de Raúl Castro, grupos de cubanos empobrecidos y hartos de padecer hambre de comida y medicinas, dejaron en evidencia a la casta verde oliva y enguayaberada, dependiente absoluta de Estados Unidos; a un Díaz-Canel emulando a Nicolae Ceacescu, al Ministerio del Interior, a la Unión Europea y a quienes -desde el exilio- llaman carneros a sus hermanos en la isla, pero abriendo una excepcional oportunidad para la oposición democrática.
Los brotes de rabia popular en Cuba obedecen a la incapacidad crónica del comunismo de compadres para satisfacer necesidades básicas de la población y aunque Díaz-Canel, acobardado por la magnitud de las protestas, intentó dividir a los manifestantes entre contrarrevolucionarios, revolucionarios y gente normal; atribuyendo a los primeros ser mercenarios de Estados Unidos, cuando los principales soldados de fortuna de Washington en la isla, son los dirigentes que no pueden vivir sin administrar las remesas y recargas telefónicas de la generosa emigración cubana.
El presidente tuvo un acto fallido delictivo, típico alarde de Pedro Navaja que grita para espantar el pánico, haciéndose un Nicolae Ceacescu: Tendrán que pasar por encima de nuestros cadáveres; la orden de combate está dada, a la calle los revolucionarios; un jefe de estado llamando a la guerra civil es crimen de lesa humanidad, agravado por el uso oportunista de un busto de José Martí, que no odiaba ni a España, en la escena del pataleo oficial.
La pretensión de la casta verde oliva y enguayaberada es que unos hambrientos y enfermos disparen y agredan a otros famélicos yacientes; y ellos mantenerse a salvo; vana pretensión de cuadros deformados por tantos años de sinrazón y cobardía y que se subordinan a generales sin guerra y obsesionados con los dólares norteamericanos, como Luis Alberto Rodríguez López-Calleja.
Cualquier veleidad castrense de autogolpe de estado está destinada al fracaso porque la época de las dictaduras militares está superada en América Latina, donde Cuba es la excepción que confirma la regla y facilitaría la contundencia de Joe Biden, que ve a los militares cubanos cómodos con el control monopólico de la economía dolarizada, mientras los burócratas comunistas se desgastan día día ante la rabia popular.
El presidente dijo cuatro verdades y media: Somos una dictadura, entre los manifestantes hay revolucionarios y buenas personas, cobramos por los médicos que alquilamos en el extranjero, los problemas económicos de Cuba se arrastran desde el Período especial y no tenemos dinero para comprar vacunas contra el coronavirus, por eso hemos desarrollado cinco candidatos inmunizadores, obviando que con dinero de Irán.
El resto fue un sainete apurado con tintes de tragicomedia al casi pedir disculpas por interrumpir el ¿descanso? dominical de los cubanos, en un mismo acto llamar criminales a quienes alientan las protestas públicas en medio de una pandemia; cuando el desastre comunista obliga a los cubanos a concentrarse diariamente, incluidos fines de semana, durante horas para comprar alimentos básicos y medicinas.
Estados Unidos no podía faltar en la representación, como malvado reiterado, aunque el mandatario, que tiene memoria de gallo, obvió el apoyo decisivo de Estados Unidos al derribo de Fulgencio Batista y la generosidad antinorteamericana de Barack Obama, que apendejó a Raúl Castro; ¿si tanto depende el tardocastrismo de la Casa Blanca porqué se desaprovechó el deshielo obamista?
San Antonio de los Baños, sede de la principal base área y de tres barrios de militares, evidenció el fracaso operativo del Ministerio del Interior, que embarcó al presidente en una improvisada visita, creyendo que era un problema local, cuando la ira es nacional; de ahi, el regreso sudoroso de la comitiva al Palacio de la Revolución para la infortunada aparición del presidente en cadena de radio y televisión, que hoy tendrá matinée.
Con un Ministerio del Interior tan fallido, incapaz de prever estallidos y evaluarlos correctamente, junto con trampas suicidas a Rusia en materia turística-sanitaria; el presidente no necesita enemigos; salvo que alguien por orden maquiavélica ande matizando los partes diarios de la Contrainteligencia antes de que lleguen al despacho de Díaz-Canel.
El decadente tardocastrismo debía saber a estas alturas que, a diferencia de esos países capitalistas siempre tan criticados por el discurso oficial, cuando un cubano vuelve a su casa a intentar descansar, tras protestar legítimamente por sus derechos, encuentra que el refrigerador sigue sin llenarse, que el agua escasea y que sus padres no consiguen dormir porque carecen del medicamento adecuado.
La Unión Europea y los gobiernos del Viejo Continente se ha quedado sin argumentos para seguir pasándole la mano por el lomo a los responsables de la desgracia de Cuba, amparándose en un diálogo crítico que el régimen tolera a cambio de que le sigan dando dinero, pero que abre una zanja difícil de cerrar entre cubanos y europeos, cuya obligación principal pasa por apoyar la libertad y la democracia en la isla, como hizo en su reciente condena a las prácticas mafiosas de La Habana.
Aquellos exaltados de la emigración, proclives a llamar carneros a sus hermanos cubanos de la isla, deberían reflexionar sobre la rebelión pacífica de este domingo y evitar, en lo sucesivo, descalificar a quien sufre y padece hasta el riesgo de morir y; si no es mucho pedir, renunciar a la idea castrista de que la solución de Cuba está en la Casa Blanca, cuando el remedio a los males de la nación está en todos los cubanos del mundo.
El 11J abre una oportunidad única a la oposición democrática, que debe combinar la denuncia represiva, con un programa de gobierno sensato y leal con la mayoría de los cubanos, hartos de engaños y aplazamientos, pero deseosos de saber cómo lo harían los opositores y qué ventajas reales y tangibles implica la democratización de la nación.
La evidencia de la tragedia cubana ocurrió a menos de tres meses de la jubilación del General de Ejército Raúl Castro Ruz, anótenlo en su factura política, y a dos días del 32 aniversario del fusilamiento de Arnaldo Ochoa Sánchez, Antonio de la Guardia Font, Amado Padrón Trujillo y Jorge Martínez Valdés; el karma es como una galerna; lástima que Díaz-Canel pretenda hacerse un Ceacescu, aquel dictador rumano fusilado dos veces junto a su esposa, al que Fidel Castro llamó maricón.
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