El gobernante cubano Miguel Díaz-Canel y el coro de voceros que lo secunda en medios oficiales se han referido una y otra vez a las multitudinarias protestas de esta semana como parte de una supuesta estrategia de "guerra no convencional" por parte del gobierno de Estados Unidos.
Según la versión que repite toda la propaganda oficialista, la información sobre las protestas difundida a través redes sociales -parte de la cual tuvo un efecto real en la multiplicación de las reacciones- fue una gigantesca y maquiavélica campaña de desinformación.
Una vez más, el gobierno cubano y los medios oficialistas mienten de manera descarada.
No deben confundirse los usos legítimos de campañas y hashtags que denuncian la crítica situación de la isla con el masivo reclamo que hemos visto en estos días. Ningún hashtag ni campaña, de EE.UU. o desde el exilio, llevó a cientos de miles de cubanos a las calles: fue el hartazgo social -y sus numerosas causas- el verdadero detonante de las protestas
Las redes sociales que difundieron información en tiempo real sobre lo sucedido mientras los medios cubanos callaban no están manipuladas por nadie.
Cualquiera con un mínimo conocimiento de estos medios sabe que la tesis del megapoder tras las redes es ridícula, una de las numerosas teorías conspiranoicas que abundan en estos tiempos.
Como en cualquier escenario de inestabilidad social, en las redes pudieron verse todas las opiniones, incluyendo, por supuesto, algunas fake news. Pero definir las redes sociales como algo “intoxicante y enajenante", según la reciente declaración del mandatario cubano, no es más que un burdo argumento para justificar la censura y seguir tratando al pueblo cubano con un paternalismo inaceptable.
Lo que las redes sociales cuestionan es la versión oficial del gobierno. Lo que esos videos que han recorrido los teléfonos móviles de los cubanos destruyen es el monopolio del régimen sobre la información.
Nadie ordenó a artistas, disidentes, "influencers" y otras figuras públicas dentro y fuera de Cuba, incluso personalidades de la cultura nacional con simpatías del oficialismo, desde Leo Brouwer hasta Chucho Valdés, que se sumaran a la oleada de publicaciones creando un movimiento que se trasladó a las calles. Sólo una dictadura, donde impera la ley de la única verdad, puede pensar así.
Lo que no menciona el gobierno cubano es de su propia guerra propagandística contra la información y la transparencia en la isla, una confrontación agudizada en los últimos años. De lo que no habla es de la campaña mediática que, ahora mismo, trata de sustituir la realidad que todos pudimos ver en las calles por el relato oficial.
Una "guerra" que hace uso de todos los medios -absolutamente todos- de prensa oficiales y que extiende su perverso alcance a divisiones de la Seguridad del Estado y del MININT encargadas de manipular, difundir bulos, hackear, vigilar electrónicamente, criminalizar simples publicaciones en redes, cortar el servicio de ETECSA cuando les da la gana, difamar y acusar sin derecho a réplica en televisión. Eso sí es "terrorismo mediático".
No son las redes sociales las que quieren "robar la tranquilidad" de los cubanos. Es el abuso de poder, la escasez y la miseria cotidianas, la política rapaz de la llamada "Tarea Ordenamiento", la falta de una verdadera política social y el colapso de la llamada "potencia médica" lo que ha terminado por romper la tensa calma social que el gobierno ha exhibido durante décadas como un logro.
El odio lo han creado ellos. Las turbas armadas con palos que siguen instrucciones de Brigadas de Fuerzas Especiales las han enviado ellos. La mayoría de los golpes los han dado ellos, porque son quienes tienen los recursos y las armas antidisturbios. Los arrestos de los pocos periodistas e informadores independientes que quedan en la isla los han ordenado ellos.
Luego de todos esos programas televisivos donde el Otto Meruelo del castrismo ha difamado y amenazado a activistas y disidentes cuyo único "pecado" es estar en contra del gobierno, Díaz-Canel invita ahora a "no dejar que el odio se apropie del alma cubana, que es un alma de bondad, cariño y amor".
Este miércoles el régimen anunció un plan de emergencia que no es más que otra engañifa totalitaria. Liberar los impuestos arancelarios para la entrada al país de alimentos, medicinas y productos de aseo durante 2021 y dar autonomía a las empresas estatales para aumentar los salarios suena más a un zafarrancho oficial por aplacar la tormenta social en marcha que a un gesto de voluntad política.
Toda esta parafernalia de última hora resulta un macabro ejercicio de cinismo, hipocresía y mentira. Si el régimen no quiere la fractura social, debería empezar por restaurar libertades, liberar a los miles de detenidos en las protestas y acabar con el apagón de Internet, en vez de ofrecer unas minúsculas zanahorias después de dar los palos.
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