Doce preseas olímpicas ha asegurado Cuba en los actuales juegos de Tokio que culminarán el próximo domingo 8 de agosto. A solo tres días del cierre de esta cita con el deporte mundial, y hasta este momento, la isla acumula 5 medallas de oro, 3 de plata y 4 de bronce en disciplinas tradicionales como el boxeo y en otras no tan esperadas como el canotaje.
Las autoridades y la prensa estatal celebran el medallero cubano, y continúan ignorando a los deportistas nacidos en la isla que contribuyen a los medalleros de otras naciones del mundo. Para el discurso oficial, los nacionales que representan delegaciones extranjeras son excubanos.
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“En Cuba soy un traidor, pero ya no soy cubano, soy uno de los cinco campeones olímpicos portugueses”, dijo Pedro Pablo Pichardo tras ganar medalla de oro en el triple salto bajo la bandera de Portugal.
Junto a Pichardo hay 21 atletas más que, en una decena de disciplinas deportivas, clasificaron con vistas a esta temporada olímpica en la que que tampoco encontrarán un lugar dentro del reducido espacio de la narrativa estatal donde solo caben los que aportan medallas a Cuba.
En estos juegos olímpicos hemos asistido a la disputa de los púgiles Julio César la Cruz y Enmanuel Reyes Pla, entre gritos de "Patria o Muerte" y "Patria y Vida". Afortunadamente, como para restaurarnos la fe, nos ha conmovido el abrazo entre los también boxeadores Arlen Lopez Cardona y Lorenberto Alfonso.
Mientras tanto, el INDER continúa negando posibilidades de superación profesional a sus deportistas, monopolizando su radio de acción 'dentro de la revolución' o de los equipos isleños. Esta manifestación de tozudez limita las potencialidades y alcance de las selecciones nacionales, y ha demostrado ser inútil ante creciente éxodo del talento nacional.
Pero ¿quiénes son estos atletas?
¿Por qué apenas se habla de ellos?
¿Por qué no pueden representar a su pais aquellos que viven en el extranjero?
¿Por qué las autoridades cubanas aun los considera traidores?
Mas allá de divisiones y geografías, el atleta cubano se ve expuesto a obstáculos que muy pocos, en países “normales”, enfrentan. Que un tirador entrene sin balas o un pitcher con guantes y bolas remendados no es más ni menos titánico que aprender otro idioma, adaptarse a una idiosincrasia y sortear estigmas retrógrados y prohibiciones absurdas de entrada a su país natal.
Por todo esto y más atraviesan los cubanos que, dentro o fuera de Cuba, intentan imponer su marca en las pistas de atletismo, en el campo de tiro o en el terreno de beisbol.
La arrogancia del régimen de La Habana no permite que atletas no residentes en la isla y no adscritos al estricto control de la institucionalidad cubana representen a Cuba en ningún certamen de peso, como si hacer uso del derecho de residir fuera del país fuera motivo de vergüenza nacional o de castigo por parte de quienes mal gobiernan.
Los mismos que apelan a la no politización del deporte cubano, cuando les conviene, son los que han impuesto un grillete ideológico a los atletas -comprometidos o presionados, según se mire, a arrastrar la carga de un difunto o del político que algunos llaman presidente.
No es de extrañar que ya no tengamos pelota ni Morenas del Caribe en las olimpiadas. No debe asombrarnos que hoy 22 deportistas cubanos estén jugando con otras ciudadanías y dando glorias a otras naciones del mundo. Las autoridades cubanas no aprenden.
Doce medallas para Cuba, aunque se conviertan en 20 al final de estos juegos, podrían haber sido, al menos, diez más, si el absurdo y la incompetencia no reinaran hoy en cada rincón de la vida y el deporte cubanos.
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