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El gobierno de La Habana construyó una casa de mampostería al medallista olímpico de lucha grecorromana Luis Alberto Orta, ganador de la primera presea dorada de Cuba en los Juegos Olímpicos de Tokio.
Vecino de La Güinera desde los cinco años, Orta vivía en una casa de madera y ahora que ostenta un título olímpico las autoridades aceleraron el proceso de construcción de su vivienda en Arroyo Naranjo, según relató el periódico oficialista Juventud Rebelde.
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El ahora campeón olímpico no contó con la misma suerte cuando alcanzó un discreto bronce en los Juegos Panamericanos de Lima 2019, y solo la medalla de oro le permitió recibir una nueva vivienda y ser parte de los 130 hogares que el gobierno pretende reparar en ese barrio de la capital cubana.
La noticia de la casa recién construida para el deportista llega poco después que Miguel Díaz-Canel visitara la zona para ver el plan de obras que se ejecuta en esa localidad, a pocos metros de donde murió un joven a manos de un policía en las protestas del 11J.
El relato de la prensa oficialista señaló que Orta permaneció fuera de casa durante más de tres meses, primero en Bulgaria y luego en Japón, alejado de su madre, su esposa e hija recién nacida, así como de los amigos del barrio.
El reporte de la prensa oficial, con una alta dosis de propaganda y triunfalismo, no mostró detalles de la nueva vivienda, solo un pedazo se techo de concreto y una pared que oculta la bandera cubana, mientras abraza a vecinos y al entrenador Leonel Pérez.
El reporte solo muestra al medallista olímpico jugando dominó en la calle con Osvaldo Vento, presidente del INDER, que también estuvo por La Güinera para cumplir la orden del primer secretario del Partido Comunista de visitar los barrios de Cuba.
Cake, caldosa y música fueron los ingredientes para celebrar la llegada del atleta, que demoró varios días tras cumplir el protocolo de cuarentena por coronavirus y la sospecha de que algunos familiares tuvieran la enfermedad, según la versión oficial.
No sabemos si el recibimiento del deportista en su barrio fue como el de la judoca Idalys Ortiz, con niños agitando pañoletas y dulces con moscas, pero la descripción del festejo y las pocas señales que dejan entrever las fotografías permiten distinguir la precaria bienvenida que pudo recibir un hombre que puso en alto el nombre de Cuba en unos Juegos Olímpicos.
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