El lanzamiento por turoperadores rusos de tres vuelos semanales a República Dominicana y la incógnita canadiense ante el elevado índice de contagio por coronavirus, podrían ser los golpes de gracia para el destruido turismo en Cuba, herido de muerte por la mala gestión de Manuel Marrero Cruz y lastrado por malos servicios e ideologización de la oferta.
Cuba nunca ha sido capaz de competir con mercados vecinos como Cancún o República Dominicana, mucho más atractivo para los turistas y ha tenido que conformarse con viajeros de bajo perfil, que compran un paquete a un turoperador extranjero y apenas gastan dinero extra durante su estancia en la isla.
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Recientemente, el embajador de Putín en La Habana le metió un conteo de protección al gobierno cubano porque se puso a trucar pruebas PCR a turistas rusos; advirtiendo que no podría volver a pasar; el robo al descuido es otra especialidad del tardocastrismo, incapaz ya de distinguir entre el bien y el mal.
Cuando el embullo Obama, el gobierno cubano -desoyendo a turoperadores y especialistas con años de fatiga en el mercado turístico- decidió subir los precios en un 40% y se quedaron sin viajeros, tras la bofetada de Raúl Castro al presidente norteamericano más generoso con el castrismo.
El turismo en Cuba viajó de la oportunidad al fracaso por la ideologización innecesaria, su bajo índice de calidad en los servicios, la militarización del negocio, la pujanza de competidores regionales y el coronavirus.
Pero el tardocastrismo se aferra a uno de sus mantras preferidos para justificar sus desastres: Bloqueo y coronavirus, pero la crisis turística viene de lejos y, de hecho, el gobierno y GAESA han sido incapaces de gestionar con solvencia una industria rentable en la mayoría de los países, pero que en Cuba no ha conseguido siquiera el encadenamiento productivo con productores agropecuarios, obligando a Meliá y otros gestores turísticos a importar vegetales y frutas.
En los albores de la pandemia, pese a que la mayoría de los países cerraban fronteras, el gobierno cubano las mantuvo abiertas de manera suicida porque sus cuentas ya venían en números rojos desde septiembre de 2019, cuando Díaz-Canel tuvo la ocurrencia aquella de elogiar los corrientazos que provocan sacudidas en las conciencias.
La estupidez presidencial no podía ser más imprudente porque confirmó lo que muchos temían, una nueva crisis económica estaba al doblar de la esquina; los cubanos son nobles y han sido empobrecidos por el comunismo de compadres imperante, pero no son bobos y no resulta fácil engañarlos; otra cosa es que finjan y aplaudan.
La realidad siempre es más tozuda que la ideología y los entusiasmos presidenciales que -como continuismo de la errónea política turística del comandante en jefe- sigue machacando los eslóganes mentirosos de que Cuba es un eterno verano con un pueblo alegre y hospitalario.
Cuba es un eterno dengue y veremos lo que dura el coronavirus, que ha diezmado a científicos, médicos, personal sanitario y artistas y a miles de ciudadanos anónimos; rara vez un pueblo puede ser alegre en medio de la pobreza y la desigualdad y menos aún hospitalario, cuando sabe que el contacto con turistas puede acarrearle una sanción y hasta cárcel por asedio al viajero.
El presidente Biden ha prorrogado un año más el embargo económico, que no incluye la venta de alimentos y medicinas, entre otros productos; pero el compañero Polanco ya tendrá listo el pelotón mentiroso para que suelten la gangarria de bloqueo y 243 medidas de Trump; penúltimos sainetes comunistas.
El embargo norteamericano no incluye alimentos, medicinas y prótesis médicas -entre otros renglones- de ahí la abundancia de pollos yumas en las tiendas dolarizadas, donde compran proletarios que cobran en pesos cubanos, gracias a la justicia revolucionaria, reforzada con la Tarea ordenamiento, que duró lo que un merengue en la puerta de un colegio y provocó la rebelión del 11J y protestas anteriores y posteriores.
Pero toda crisis es una oportunidad, y la emigración cubana, necesitada de viajar a la isla para visitar y socorrer a sus familiares, debería exigir un trato justo y que La Habana deje de chantajearlos y de dividirlos entre cubanos libres y gusañeros; el poder económico de los emigrados exige una expresión política en medio de la crisis sistémica del tardocastrismo.
Y si el burócrata Soberón o algún otro papagayo tardocastrista se pone digno, solo hay que recordarle que quien paga manda; como hace López-Calleja con todos ellos y el resto de los cubanos.
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