Ni premio ni elección: el exilio forzoso de Hamlet y Katherine es violencia

¿Quién puede juzgarles por elegir el exilio o el destierro antes que la cárcel? ¿Puede ser el destierro o el exilio una elección? ¿En serio alguien piensa que abandonar tu país a la fuerza, de la manera en que tuvieron que abandonarlo ambos, es un premio? ¿Un premio por qué? ¿Por la violencia que enfrentaron? 

Hamlet Lavastida y Katherine Bisquet © Facebook Katherine Bisquet
Hamlet Lavastida y Katherine Bisquet Foto © Facebook Katherine Bisquet

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Este artículo es de hace 3 años

Cuba no necesita más mártires. La causa por la libertad de Cuba no necesita más mártires. Los mártires, ante todo, son víctimas. No se le puede pedir a alguien que sea mártir sin pedirle, al mismo tiempo, que sea víctima. Cuestionar la decisión de exiliarse que tomaron el artista Hamlet Lavastida y la poeta Katherine Bisquet, si es que bajo amenazas se puede hablar de decisiones, supone perder de vista o minimizar el hecho de que ambos eran víctimas de violencia política por parte de un régimen autoritario.

Nadie con un poco de sentido común, porque quizás decir humanidad sea decir demasiado, debería pedir a otras personas que se inmolen por una causa. Nadie debería pedir a una víctima que siga siendo víctima. Nadie puede determinar los límites de resistencia, sacrificio y entrega de los demás.


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Ni Hamlet, luego de tres meses preso en Villa Marista, ni su pareja Katherine, luego de un arresto domiciliario de más de dos meses, nos deben nada a los cubanos que queremos un cambio. No tienen nada que demostrarnos. No son políticos sino artistas que por defender su derecho a hacer arte tuvieron que hacer activismo en defensa de los derechos humanos, desafiar a un poder monstruoso de 62 años, y exponerse a la represión. En todo caso, somos los cubanos que queremos un cambio quienes les debemos, al menos, respeto y reconocimiento.

Pero incluso si ambos hubieran sido líderes de un partido de oposición con intenciones estrictamente políticas, de todas formas nadie tendría derecho a juzgar sus convicciones por sus capacidades para soportar la violencia. No estamos hablando aquí de sus capacidades para soportar el clima de agosto, ni la cola del pollo, ni los apagones, sino la violencia que ejercían en su contra agentes de la Seguridad del Estado desde hacía varios años.

¿Quién puede juzgarles por elegir el exilio o el destierro antes que la cárcel? ¿Pueden ser el destierro o el exilio una elección? ¿En serio alguien piensa que abandonar tu país a la fuerza, de la manera en que tuvieron que abandonarlo ambos, es un premio? ¿Un premio por qué? ¿Por la violencia que enfrentaron?

No olvidemos que Hamlet es artista visual y Katherine escritora. Son dos profesionales. El activismo ha sido parte de sus carreras, sin dudas, pero si hubieran decidido ser indiferentes hacia todas las injusticias que veían en Cuba, como lo han sido incontables artistas durante décadas, sus obras igual les hubieran seguido abriendo puertas. Y si su sueño hubiera sido emigrar, lo hubieran hecho fácilmente sin haber sufrido todos los horrores que han sufrido por denunciar la censura y reivindicar la libertad de expresión.

Quedarse en Cuba o irse de Cuba no nos hace mejores o peores. No determina nuestras convicciones ni nuestros compromisos con la libertad. Hay muchas maneras de luchar por lo que creemos y no todas las maneras se circunscriben a la isla. Sin embargo, para luchar hay que estar no solo con vida sino también con la salud mental suficiente para poder ser verdaderamente útil.

Siempre he dicho que no creo en las causas que devoran gente, que necesitan el sacrificio humanos para legitimarse. Esa lógica me parece obsoleta, anticuada, patriarcal. A mí no me sirven las cuasas que no te hacen feliz. Cuando las satisfacciones dejan de compensar los sacrificios, es momento no de renunciar sino de cambiar y moverse; aunque sería igual de válido renunciar.

No es posible abogar por la libertad de Cuba si no actuamos primero como personas libres. La libertad empieza a fundarse en cada uno de nosotros. La libertad no queda apenas en el futuro sino, sobre todo, en el presente. Es en el presente donde vivimos, la única certeza que tenemos, y nuestro presente vale. Nuestras vidas valen.

Mientras yo hice periodismo independiente en Cuba, a pesar de todas las adversidades y restricciones, fui feliz. Durante cinco años sentí que, cuando colocaba en una balanza las realidades positivas y las negativas, la balanza siempre se inclinaba a favor de las positivas. Porque que yo haya sido feliz bajo represión y con un salario que hubiera sido un chiste no ya en el centro de Europa sino en los países en desarrollo, no significa que no hubiera vivido tristezas, que no hubiera sentido miedo y rabia.

La felicidad no es la ausencia de problemas, los problemas son inherentes a la existencia, sino cierto equilibrio que logramos crear cuando somos capaces de enfrentar nuestros problemas de un modo sano. Cuando a mí se me fracturó ese equilibrio y no encontré forma de restaurarlo, me marché al exilio con uno de los dolores más grandes que había sentido en 32 años. Me preocupaba no solo ser feliz sino cuidar mi salud mental.

No hay nada vergonzoso en cuidarse. No hay nada vergonzoso en reconocer que tenemos límites y respetarlos. Ello no nos hace cobardes, no nos derrota. Sí, es cierto que es importante superarnos, es cierto que hay que asumir riesgos y desafíos, pero hay un margen para experimentar con los riesgos y los desafíos, y luego están nuestros límites.

La idea de las figuras políticas como seres sobrehumanos es una construcción a veces un poco peligrosa. Todos no tenemos que ser José Martí, ni Nelson Mandela, ni Mariana Grajales. Tampoco, obviamente, son iguales todas las épocas. Martí, Mandela y Mariana deberían ser inspiraciones para ser libres y no paradigmas obligatorios. No cárceles. Las contribuiciones de quienes no están dispuestos a morir en una prisión o en una batalla, ni a ofrendar sus hijos a una causa, no valen menos.

En el teatro de la libertad de Cuba cada quien debería poder interpretar el rol que quiera y durante el tiempo que quiera. Si todas fuéramos Mariana, Mariana no sería Mariana. Además, ni Mariana, ni Martí ni Mandela hubieran sido los personajes que fueron sin las actuaciones de muchas otras personas cuyos nombres no trascendieron en igual medida.

Nadie es imprescindible y todos somos necesarios. Hamlet y Katherine no son los primeros artistas y activistas en poner sus cuerpos para defender las libertades en Cuba, ni serán los últimos. Desde Polonia, o desde donde decidan establecerse, seguirán seguramente defendiendo sus ideas. Mientras el gobierno cubano siga violando derechos humanos, su sistema seguirá produciendo detractores, disidentes, opositores... En su autoritarismo, en su violencia, está la semilla de su propia destrucción.

La obra de la libertad de Cuba es una obra colectiva. No depende apenas de Katherine, ni de Luis Manuel Otero, ni de Maykel Castillo, ni de Félix Navarro, ni de Anamely Ramos, ni de Yoani Sánchez, ni de Carolina Barrero. Cada quien hace una parte, hasta donde puede y quiere, sin imposiciones, sin mesianismos, y cada parte nos coloca cada vez más cerca de ser el país al que aspiramos.

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