La torpe decisión vaticana de limitar la presencia de exiliados e impedir la exhibición de banderas cubanas en el Angelus dominical del Santo Padre, alegando un supuesto peligro de atentado, confirma que Francisco es un Papa fallido, oportunista y aislado dentro y fuera de la Iglesia Católica; y ahora obligado a pedir perdón a millones de víctimas del castrismo.
El Papa -con la marginación sectaria de emigrados y banderas de Cuba- ofendió a millones de cubanos, víctimas del comunismo de compadre que asola la isla desde 1959, que expulsó al jesuita español Armando Llorente, padre espiritual de Fidel Castro; que también escamoteó el crucial papel de Monseñor Enrique Pérez Serantes, en la preservación de su vida y la de su hermano Raúl, tras sus ilegales ataques armados contra los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.
El argumento de atentado usado por el Vaticano para limitar a 50 cubanos la presencia de la emigración en la misa dominical lleva la firma de la Inteligencia castrista y repite el viejo esquema totalitario de reforzar una leyenda de exilio violento, cuando nada es más despiadado que la dictadura castrista.
La negativa eclesial a la exhibición de banderas cubanas es una arbitrariedad injustificable porque lo habitual en San Pedro es que la muchedumbre exhiba sus enseñas patrias, como símbolo de la implantación y alcance del catolicismo en el mundo; tratar a Cuba como una excepción, beneficia a sus represores y ofende a sus víctimas.
Un cura es como un médico; cuando alguien llama a su puerta, debe acogerlo, escucharlo y curarlo; especialmente cuando se asegura actuar por mandato de Dios, y la Iglesia Católica no debe seguir de espaldas al sufrimiento del pueblo cubano para preservar pequeños avances y privilegios, que son más concesiones calculadas de la dictadura, que conquistas religiosas.
Bergoglio nunca ha sido comunista, solo un jesuita del ala conservadora, con sensibilidad social y muy oportunista, como evidenció en el cambio de postura frente al matrimonio Kirchner; cuando ya instalado en Roma, negoció un viaje de Cristina al Vaticano, para una conveniente reconciliación.
Francisco llegó a Papa porque la Iglesia tenía la necesidad de alguien capaz de ofrecer una nueva imagen pública, por encima de todas las cosas; y los cardenales eligieron a un demagogo con sotana, popular entre pobres y laicos de Argentina, adversario de los Kirchner y Superior de los jesuitas durante la dictadura militar, apoyada por los obispos.
El cardenal argentino parecía el hombre ideal para limpiar la deteriorada imagen de la iglesia católica porque su vida modesta que siempre practicó -no es una invención de última hora- encandila a tontos y marrulleros que siguen creyendo que el Vaticano, como Jesús, expulsó a los mercaderes del templo.
Pero la operación cosmética fracasó porque el hábito no hace al monje y sectores políticos, sociales y eclesiales, no dogmáticos, a derecha e izquierda, descubrieron la estafa y aislaron al nuevo Papa que -desde entonces- se mueve entre campañas de imagen y solo cuenta con lealtades espurias y emocionales, que persiguen maniobras de asertividad oportunista.
El drama eclesial no puede ser más grave porque una cosa es que la Iglesia tolere las particularidades de un Papa de conveniencia y otra muy diferente que admita a un Sumo Pontífice que desnaturaliza el papado y comete errores notables como la marginación de emigrados cubanos en su misa dominical, cuando Cuba es un clamor antidictatorial, incluidos sacerdotes, no sujetos a servidumbres obispales.
El Vaticano cometió una tercera torpeza, al intentar conceder a la algarada cubana un carácter de orden público, enviando a un oficial de la Guardia Suiza a dialogar con los promotores que -inteligentemente- exigieron hablar con un cardenal, que no pudo modificar la decisión tomada por la jerarquía eclesial.
Los promotores de la justa protesta en la vaticana Plaza de San Pedro no han explicado si previamente intentaron coordinar su acción con el Vaticano, opción deseable porque desarma el discurso y las maniobras de La Habana; aunque parezca una concesión ante el ímpetu democratizador desatado por el 11J y en las proximidades del 15N.
Toda acción del exilio debe asumir la realidad geopolítica y los intereses de cada actor, incluidos los gusañeros que van de ola en ola y de playa en playa, como si en Cuba no pasara nada; y ahora se rasgarán las vestiduras acusando a los manifestantes de pretender politizar una homilía papal.
La iglesia católica es un poder bimilenario y conservador, que huye del estruendo como de alma que lleva el Diablo; especialmente en coyunturas complicadas como la creciente debilidad del Papa Francisco y la guerra entre alemanes y norteamericanos por imponer al próximo Sumo Pontífice, que tampoco será comunista ni anticomunista, solo el Santo Padre número 227.
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