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En cada receso escolar Javier Larrea viajaba de Santa Clara a Caibarién, donde su abuelo materno lo esperaba con algún pollito, una jicotea o un conejo de regalo. No pocas de esas criaturas se iban de vuelta con él a su casa. Y como no le sobraba el espacio porque vivía (vive) en un apartamentico en los altos de un consultorio médico, a veces veías una de sus gallinas volando por encima del techo de un vecino o que una jicotea amanecía en la escalera. Crecía rodeado del bullicio de los animales y consumiendo todo tipo de literatura que tuviera que ver con ellos: desde guías ilustradas hasta los recortes de la sección “Mi Veterinario” de la revista Bohemia.
Para cuando comenzó los estudios de Derecho, su casa se había convertido en un hogar temporal, aunque desde mucho antes ya rescataba animalitos callejeros, los curaba y los llevaba a un refugio o con un protector conocido. Entonces era incipiente el movimiento animalista en Cuba, no existía el acceso a las redes sociales y había pocas personas dedicadas a darlos en adopción. En algún momento ha tenido simultáneamente bajo su cuidado una veintena de cachorros, unos cuantos perros adultos y unos cuantos gatos.
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“Los acojo en mi casa para rehabitarlos y encontrarles una familia responsable”, explica. Si bien tiene seis mascotas propias, no le es fácil desprenderse de los animales a los que le sirve de tránsito, porque convive con ellos durante meses y se encariña. No obstante, entiende que solo hallándoles un hogar definitivo podrá seguir ayudando a otros.
Es sábado temprano y responde casi corriendo a esta entrevista porque debe salir a hacer un rescate. Un día habitual de Javier incluye madrugar después de dormir cuatro o cinco horas. Es un desastre en el ámbito personal, pero el profesional se lo toma muy en serio. No tiene horario fijo para nada. Lleva unas dos semanas acostándose a las tres de la mañana porque está terminando de programar la página web de Bienestar Animal Cuba (BAC) -la mayor organización animalista de Cuba que fundó en enero de 2020-, que se estrenará pronto. Apenas se despega del celular. Está a punto de graduarse, pero BAC es el centro de su ajetreada existencia. No deja de estar pendiente de las filiales en todo el país, de cada publicación en las redes sociales, de llevar un animalito con la familia que lo adoptará o de participar en un evento de promoción de bien público.
Antes de surgir BAC, en la universidad Javier vio fracasar el proyecto social comunitario Bienac. A pesar de que fue una idea de amplio alcance en Santa Clara, que logró tener incluso un refugio propio, el contexto resultaba mucho menos favorable para realizar activismo en pos de los animales. Era alrededor de 2015, y el solo hecho de abogar por una ley de protección animal te hacía entrar en la “lista negra” de quienes te rodeaban.
“Defender a los animales callejeros era asumir algo que el Estado no asumía y hacerlo respaldado por una institución educativa oficial era muy difícil. Aparecimos en algunos importantes medios de prensa y ahí comenzaron nuestros problemas porque ser mediático aquí a veces se vuelve un peligro”, recuerda Javier, que lamenta que Bienac desapareciera.
Interiorizó que en el futuro cualquier iniciativa animalista debía nacer alejada del aparato estatal. “Seguir mi camino de forma independiente iba a ser mucho mejor”, asegura. De ese modo creó BAC en Santa Clara, con él como único miembro, y a partir de ahí lo contactaron decenas de personas de Villa Clara y de otras provincias que anhelaban formar parte de su grupo y apareció una filial en cada localidad que quiso sumarse. “Ninguna organización animalista se ha diseminado tanto por el territorio nacional”, comenta. De hecho, fue la primera de su tipo con presencia en Camagüey, Puerto Padre, Guantánamo, Baracoa, Pinar del Río y la propia Santa Clara. Incluso ha habido protectores que han salido de BAC porque no compartían algún punto de vista y han creado su propia red de bienestar animal.
Sin autosuficiencias, Javier resalta que BAC ha sido “un fenómeno social nacional sin precedente en cuanto a activismo, a protección animal y a muchas cosas más”. Está orgulloso de haber consolidado una organización tan grande, a la que desde el principio no le han faltado obstáculos. Confiesa que han encontrado los mismos problemas que con Bienac, pero “los hemos ido superando porque mucha gente nos ha abierto las puertas, se ha sensibilizado y ha reconocido nuestra labor. Nadie ha podido negarla porque es imprescindible, tanto, que los medios oficiales han debido hablar de nosotros. Pasamos de ser mal vistos a ser un proyecto que se respeta muchísimo y del que la gente quiere formar parte”.
Claro que eso no ha venido libre de costos para la salud emocional de este joven animalista y de quienes lo rodean. Ha tenido que sufrir desde el envenenamiento de sus perros Pan y Peluche y el sacrificio de gallos en las afueras de su casa, hasta amenazas de muerte y acoso en las redes sociales, experiencias traumáticas que han afectado en especial a su madre, por cuya paz mental Javier renunció recientemente a la presidencia de BAC. Siempre ha estado dispuesto a sacrificarse, pero no a su familia.
“El puesto de presidente me hacía estar demasiado expuesto, sometido a una presión del gobierno, de las autoridades, de la Seguridad; y al análisis constante de lo que hacemos o dejamos de hacer como grupo. Hasta que yo me organice al menos y a mi hogar regrese un poco de paz espiritual no pienso volver a ocuparlo. Fue algo que impactó mucho a los miembros de BAC, a mis familiares, a mis amigos, a mis seguidores, que me han brindado un apoyo abrumador”. Aclara que abandonó su cargo, pero no a BAC. “Como su fundador estoy enfocado en una labor más amplia, más alejada de las formalidades, más en la práctica o en ‘la caliente’, como se dice en buen cubano”.
Un activismo “mal visto”
Según asegura Javier, por mucho tiempo se vio mal al movimiento animalista y sigue siendo así “porque al Estado le cuesta trabajo reconocer el activismo en pos de cualquier causa y, cuando hay algo que está al margen del Estado, el Estado enseguida empieza a poner peros, a buscar ‘las cuatro patas al gato’, a ver qué hay detrás de todo. Son profundamente escudriñadas las pretensiones del movimiento animalista porque le hemos estado diciendo al Estado lo que ha estado haciendo mal o lo que no ha hecho y hemos mantenido una posición muy firme en nuestras exigencias. Por más de 30 años no se había aprobado una ley de protección animal”.
Comenta que los animalistas han sido muy ignorados y que cuando los han tenido en cuenta ha sido “en condiciones de crisis en que se han vuelto una amenaza por marchas o manifestaciones. El Estado no crea alianzas con nosotros, no nos reconoce legalmente ni siquiera como ONG para establecer contratos, vínculos”. La única organización con apoyo gubernamental es Aniplant que, para Javier, “está muerta porque desgraciadamente no funciona, amén de que valora y respeta el trabajo de su presidenta Nora, que ha dedicado toda su vida a los animales”. Mientras, a los demás grupos “se nos dificulta el acceso a la comida, los medicamentos, la transportación, etc., y dependemos mayoritariamente de nuestros miembros y de donantes externos”.
A Javier le apasiona la fotografía, el mundo digital, la publicidad y aprender a manejar las audiencias. Subraya que el significado de ser animalista no está totalmente definido en Cuba. Dentro del movimiento, de acuerdo con el estudiante de 24 años, hay varias aristas: personas que dicen ser animalistas, pero que comen carne y apoyan la existencia de zoológicos y acuarios; personas (que son la vertiente más fuerte) que se consideran veganas; y personas que apuestan por el bienestarismo y solo se concentran en defender los derechos de los animales.
Desde su óptica, él sería un animalista en perfeccionamiento porque “hay que rechazar muchísimas cosas para serlo completamente”. Es algo que, al igual que la objetividad en el periodismo, uno trata de alcanzar, pero es casi imposible hacerlo. “Porque quien no come carne, consume productos hechos con piel de animales o que provienen de centros que experimentan con animales, los explotan o los matan de manera cruel y no con lo que se conoce como sacrificio humanitario”. Se describe como un vegetariano que camina hacia una vida vegana para ampliar su círculo de compasión. “Cada día me niego más y más y más cosas”, apunta quien no ingiere casi ningún tipo de carne.
Le gusta mucho hablar, pero su principal virtud es saber escuchar. Ha tenido que lidiar con las dificultades de mucha gente porque BAC es una organización enorme, fusionada como una familia. Como muchos de sus miembros son jóvenes estudiantes, sus padres se preocupan por que le dediquen más tiempo a las tareas animalistas que a las escolares y a Javier le toca aconsejar: “Mira, hazle caso a tu papá, estudia y cuando termines la prueba, te incorporas”. Además, enfrenta las mismas trabas de cualquier otro grupo animalista cubano: el escaso número de hogares temporales que no se corresponde con la enorme cantidad de animales maltratados y abandonados en las calles, la falta de medicamentos, la dependencia de donaciones, etc.
La relevancia de BAC no se mide por la buena química y la nobleza de sus integrantes, ni por la repercusión que logra a través de las plataformas digitales, sino en el trabajo diario que hace. “Siempre se está haciendo un rescate, una adopción, una consulta, una campaña de esterilización o de vacunación en alguna filial. No se para y por eso no recibimos compensación monetaria, pero sí otras cosas de mucha valor, como el agradecimiento de los animales cuando están recuperándose y los miras y sabes que lo has dado todo por ellos”. Para Javier no hay una mayor satisfacción que esa.
Por otro lado, sería imposible sostener un proyecto así en cualquier otro lugar del mundo porque a sus integrantes solo los une el compromiso moral “de amar a los animales, de ayudarnos unos a otros. Fuera de Cuba las iniciativas como la nuestra trabajan con financiamiento propio y funcionan como una empresa que tiene que pagarle al que cuida el refugio, al del hogar temporal, al de las redes sociales. En BAC solo contamos con personas que ayudan sin esperar nada a cambio”.
Eso sí, su voluntariado demanda exigencia porque “para poder llegar lejos y seguir salvando animales necesitamos organización, tener una buena imagen, actuar con prontitud y responsabilidad”. Precisamente el mayor defecto de Javier es ser demasiado meticuloso, querer que todo salga “al pie de la letra”, amén de que BAC sea un proyecto autofinanciado de reducidísimos recursos materiales que no posee apoyo internacional. “Vivo pendiente de la foto que quedó mal montada o la palabra a la que le falta una ‘s’. Ser muy perfeccionista puede llegar a molestar a algunos, más cuando es un trabajo voluntario”, reconoce con humildad.
Desde pequeño su mamá le enseñó que no hiciera visitas en horarios de comida porque eso es de mala educación y que nunca dejara que le prestasen dinero porque no es bueno estar endeudado. Así que llevó esas enseñanzas a BAC y al inicio, inexperto como era en esas lides, se negaba a que las personas donaran, pero el resto de su equipo lo convenció de que sin ese tipo de ayuda no podrían salir adelante. Asimiló que está bien que la gente done si quiere porque no es algo obligatorio y los hace sentir bien. Su mentalidad al respecto cambió, al igual que sus temores. El miedo a que su proyecto fracasara lo acompañó como una carga durante mucho tiempo y lo fue perdiendo poco a poco.
Si Javier fuera el encargado de decidir sobre la política animalista en Cuba lo primero que haría sería garantizar campañas masivas de esterilización, que son la principal vía para evitar la sobrepoblación de animales callejeros y “de no tener que llegar a lo que llega este gobierno de sacrificar muchos animales por el hecho de vivir en las calles”. Permitiría la creación de refugios y centros de rehabilitación estatales, pero también particulares, porque cree que ambas formas de gestión podrían combinarse genialmente para cuidar de los animales. Daría a los protectores el apoyo que hoy no tienen. Incentivaría grandes planes de publicidad sobre bienestar animal en la televisión, en la radio, en los periódicos, en las calles, en las escuelas. “Es un sueño que los decisores de este país, del ahora y del mañana, pudieran hacer realidad”, concluye.
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