Rara paz vive Cuba, cuando el presidente Miguel Díaz-Canel, debe comparecer en cadena nacional, en hora de máxima audiencia, evitando su belicosidad reciente y delictiva del 11J sudado; y acompañado por las cuatro ninfas del Apocalipsis, que desplazaron al compañero Randy Alonso Falcón, como maestro de ceremonias.
Si los pajaritos cantan y las nubes se levantan, ¿qué necesidad hay de gastar la escasa energía eléctrica disponible en tirar serpentinas para las glorietas; a qué obedecen las maniobras militares Bastión 2021; porqué el gobierno ha filtrado fotos de jóvenes reclutas con palos; quién ha ordenado la invasión de segurosos, empuñando machetes, en las áreas verdes de La Habana y otras ciudades, que ya debían estar sembradas de piña y calabaza; a qué viene tanto alboroto y advertencias contra opositores y activistas?
El 15N trae de cabeza al Palacio de la Revolución; ya tardío hasta en las condolencias por los cubanos fallecidos por coronavirus, incluido un científico eminente como Gustavo Sierra; y lejos de templar los ánimos, el presidente se pone a alardear de que el presente es de lucha y el futuro ya se verá.
Cuba está urgida de una profunda reforma política, institucional, jurídica y económica que asuma -oficialmente- la natural pluralidad que habita en ciudades y pueblos y entre cubanos que, hace años, renunciaron a la discriminación por motivos ideológicos y cambiaron la vigilancia revolucionaria por la solidaridad y el respeto entre empobrecidos.
Mientras el tardocastrismo no renuncie al absurdo e ineficaz comunismo de compadres, y Díaz-Canel siga confundiendo a seguidores con el pueblo cubano, el estallido del 11J será una minucia ante la rabia de los excluidos que -hace tiempo, incluso con Fidel Castro vivo- dejaron de confiar en la mayimbada.
Si 62 años de revolución no han bastado para construir un espacio de libertad y prosperidad, contando con los subsidios soviéticos y chavistas; ya nunca será posible con un país descuajeringado, muchos cubanos rotos anímicamente; y el gobierno carente de un plan que no sea la resistencia con guapería barata y vana; que mantiene a la nación sumida en la tristeza y la rabia.
Como no podía faltar en cada simulacro oficial, Díaz-Canel compareció con un busto de Martí; el Apóstol tiene que estar hasta la coronilla de toda esa recua de ineptos, incapaces de prever el 11J, pese a los numerosos avisos del pueblo, pero con apetito desmesurado por las mansiones, carros de lujo y vidas con confort que no pagan de sus bolsillos.
Si tan martiano es el tardocastrismo, sería saludable que el presidente Díaz-Canel explique porqué Cuba tiene muchas más cárceles que universidades; si el pueblo cubano -al que confunde con seguidores- es tan revolucionario para qué hacen faltan tantos militares y represores.
Sin democratización real no habrá economía próspera ni justicia social; el resto son papalotes en almíbar que -en su testarudez- llegan a contradecir hasta el propio Fidel Castro cuando, desprovisto ya de la servidumbre de jefe de estado reconoció que el comunismo ya no funcionaba para Cuba.
La economía está dañada por males políticos crónicos; que buscan sustentar la maquinaria burocrática y represiva de la dictadura más antigua de Occidente; supeditando la racionalidad a la urgencia y necesidad de supervivencia de la casta verde oliva y enguayaberada, persuadida que no tendrá donde esconderse, cuando sea derribada.
Un día antes de la comparecencia vacía de Díaz-Canel, Granma volvió a mentar la soga en casa del ahorcado, asegurando que la revolución será eterna; de fantasías está saturada l isla y fue ese periódico comunista el mismo que pronosticó, tres meses antes del 11J- que en Cuba no habría un estallido social, como ocurre en el capitalismo; por favor, que Rogelio Polanco les gestione un turno en la Liga contra la ceguera, por la izquierda.
El 11J cambiaron todos los paradigmas en Cuba y la vida de Raúl Castro y sus viejos pánicos, no deben ser un freno a la democratización y la prosperidad; si el presidente considera que el país comienza a recobrar la normalidad con hambre, hiperinflación, coronavirus, dengue, sarna y otras plagas que aplastan a los cubanos, Díaz-Canel ha involucionado a centinela de un polvorín abarrrotado de dinamita y -para escapar del aburrimiento de su suicida imaginaria- se ha puesto a jugar a la candelitas.
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