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La imagen del presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez con la bandera cubana como bufanda, rematada con unas desfasadas borlas que le confieren un tufo colonialista y militar, refuerzan su imagen de bobo solemne empeñado en la destrucción de Cuba y confirman su bajo perfil institucional e inmadurez política
Granma publicó en su portada digital una foto del mandatario de visita en Nicaragua, con una bufanda formada por las banderas de Cuba y Nicaragua, en la que ambas enseñas aparecen parcialmente tapadas por una pañoleta rojinegra sandinista, y una blanca mascarilla sanitaria, que confieren aspecto carnavalero al gobernante, que sigue sin encontrar el tono institucional que su alta responsabilidad exige.
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En el órgano oficial del gobernante Partido Comunista, único legal en Cuba, no debe quedar nadie con criterio editorial para haber evitado la ridícula pose y el ñoño texto que la acompaña; o peor aún, alguien en el Departamento Ideológico del Comité Central anda saboteando al presidente.
La Ley de símbolos nacionales de la República de Cuba (128) establece que:
Artículo 12. La Bandera Nacional se usa con el mayor respeto y cuidado, ocupando siempre un lugar visible, preeminente y de máximo honor.
Artículo 13. La Bandera Nacional no se inclina ante otra bandera, insignia, símbolo o persona.
El desprecio de Díaz-Canel a la bandera cubana echa por tierra los espurios argumentos esgrimidos en 2020, por las autoridades contra el artista Luis Manuel Otero Alcántara, en esa vieja manía castrista de intentar descalificar a opositores fabricándoles supuestos delitos comunes.
Y no es la primera vez que Díaz-Canel usa mal los símbolos patrios, porque en noviembre de 2020, se presentó en la tángana progubernamental del habanero parque de Trillo, con un pulóver-bandera, donde el triángulo rojo salía del sobaco izquierdo del presidente.
Toda la algarabía tardocastrista por supuestos usos indebidos de la bandera cubana por parte de opositores y vecinos de Miami ha quedado desmontada en un santiamén con la ridícula puesta en escena del presidente, incapaz de asumir las obligaciones institucionales de su cargo y empeñado en pisotear las leyes y costumbres, como hace ahora en Nicaragua, donde el protocolo institucional ha sido roto por la familiaridad de aliados políticos antidemocráticos.
Cargos son cargas y cuando un presidente actúa mal, compromete la dignidad de su país, por mucho que guatacas ignorantes pretendan hacer pasar sus groserías como gestos de naturalidad y simpatía; un mandatario no tiene que ser simpático, mucho menos ridículo, pero sí debe ser responsable y actuar con coherencia institucional.
Aparentar ser revolucionario y transgresor de modos y costumbres, mientras mantiene a miles de jóvenes presos y a la espera de largas condenas por el 11J, solo confirma la simplicidad del personaje elegido para suceder a Raúl Castro Ruz en la presidencia y en el desvencijado partido comunista, único legal en Cuba.
En vez de gastar dinero en recuperar a un grupo asesor formado por veteranos que ya fracasaron en proveer libertad y prosperidad a Cuba, el presidente Díaz-Canel debería rodearse de gente capaz y crear un pequeño grupo que lo aconseje en algo tan simple cómo comportarse públicamente y evitar cualquier tentación pachanguera y ridícula.
En vez de azuzar el patrioterismo simplón como arma arrojadiza contra opositores, exiliados y engañabobos de revolucionarios nostálgicos y desvalidos, Díaz-Canel debía aprender que cualquier gesto presidencial tiene connotaciones que trascienden lo común, teniendo especial cuidado en los símbolos patrios; sobre todo, cuando parte de la política-ficción que lo sostiene se basa en el patrioterismo de hojalata y baba sin quimbombó.
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