El viceministro ruso de exteriores, Sergei Riabkov, no descartó que Moscú pueda desplegar efectivos militares en Cuba y Venezuela si persiste el desacuerdo con la OTAN en relación con Ucrania y otros temas de seguridad que alega la Madre Rusia de Putin.
La respuesta de las potencias occidentales a las necesidades defensivas que reclaman países vecinos de una federación cada vez más beligerante, no ha gustado en el Kremlin. Las negociaciones de este lunes en Ginebra dejaron el amargo regusto de una vuelta al peligro y al discurso de la Guerra Fría. Y como no podía ser de otra forma, salió a relucir el nombre de esa nación sin soberanía que, desde 1962, es Cuba.
En octubre de 2022 se cumplirán 60 años de la Crisis de los Misiles, un hecho histórico que, más allá de sus implicaciones globales, marcó la hipoteca de Cuba ante la Unión Soviética a cambio del crédito necesario para construir el proyecto político del dictador Fidel Castro: perpetuarse en el poder. El despliegue de misiles nucleares en Cuba obedeció menos a una razón defensiva que a una maniobra oportunista de Castro para sacar a la isla de la órbita estadounidense, posicionarse en el bloque soviético y anclarse en el poder construyendo un totalitarismo comunista a la sombra del Gran Hermano.
La decisión, acompañada de 6,000 millones de dólares anuales, convirtió la relación con la Unión Soviética en estratégica para el llamado “gobierno revolucionario”. A nivel militar y político, Fidel Castro quedó en ridículo frente a la comunidad internacional cuando los rusos alcanzaron un acuerdo con Estados Unidos y retiraron unilateralmente los misiles.
Sin embargo, como premio de consolación, Moscú llegó a un acuerdo con Washington mediante el cual los estadounidenses se comprometían a no agredir militarmente a Cuba.
Gracias a ese pacto, el tiranuelo de Birán se mantuvo décadas dándoselas de macho alfa, apuñeteándose el pecho, alardeando de virilidad y provocando a todas las administraciones que desfilaron por la Casa Blanca.
También, gracias a ese pacto, se consumó el plan castrista de vaciar Cuba del capital histórico, simbólico y material construido socialmente a lo largo de una tensa pero fructífera relación con Estados Unidos. El país vecino, decisivo para la independencia y la obra de la República más allá de sus intereses imperiales, pasó a convertirse en “el enemigo”; y el dictador, desde su eterna tribuna, inculcó el odio, alimentó el rencor nacionalista y promovió una cultura belicista y de infinito conflicto con los llamados “intereses yanquis”.
Percibiéndose como único representante de la voluntad popular, el dictador y su camarilla se blindaron en el poder, proyectándose como legítimos garantes de la independencia y la soberanía de un Estado que transitó del republicanismo democrático al totalitarismo comunista, construyendo un régimen iliberal, autoritario y dictatorial.
Creando un estado ficticio de guerra y una mentalidad de trinchera y supervivencia, el poder forzó un cierre de filas en torno a los líderes de un proyecto excluyente y conflictivo que resignificó la nación y dejó a los cubanos divididos y enfrentados entre ellos, mientras la “revolución” y el “bloqueo” se volvieron los ejes de un carretón de miseria colectivizada y aniquilación del individuo, que cargó con el utópico heno del campo socialista.
El despojo de derechos y libertades de los ciudadanos a manos de Castro, y la construcción de un régimen totalitario, constituido en razón de una ideología, dejó sin efecto la noción del pueblo cubano como soberano, quedando esta como decorado de la nueva colonización de Cuba a manos de Moscú. Después de décadas al servicio de la metrópoli comunista y luego de la caída del Muro de Berlín, Gorbachov se desentendió de mantener a los parásitos regidores de su feudo caribeño y estos corrieron como pollos sin cabeza en busca de nuevos anfitriones a los que parasitar multilateralmente.
Cuba no es un país soberano por mucho que lo proclamen sus gobernantes. La soberanía, como toda realidad política, está construida socialmente, no es un concepto fijo, sino parte del proceso intersubjetivo en que se definen identidades e intereses. Las sociedades abiertas, al contrario que las cerradas, proyectan su identidad y persiguen sus intereses sobre la base del consenso siempre renovado entre sus ciudadanos. Las dictaduras imponen la realidad a sus vasallos, incapaces de construirla por efecto del control social y la negación del diálogo.
La comprensión de la soberanía como responsabilidad y obligación de un Estado de proteger los derechos humanos de sus ciudadanos gana terreno en el derecho y en una comunidad internacional en crisis frente a lógicas post-westfalianas que empiezan a ser predominantes. En tanto violador de los derechos humanos, civiles y políticos de sus ciudadanos, el régimen cubano no tiene autoridad moral ni legitimidad alguna para reclamar la no injerencia en sus asuntos internos y el respeto a su soberanía.
Desprendida de ideología, la asociación estratégica de élites mafiosas que cooptan el poder lo mismo en Moscú que en Managua ha puesto nuevamente a Cuba en manos de los intereses de los oligarcas rusos. Si le aprieta el zapato en Ucrania, planta su bota Putin en La Habana y, sin comerla ni beberla, los cubanos se desayunan con la noticia de que pueden volver tropas y armamento ruso a su territorio como parte de una geopolítica en la cual, una vez más, juegan el papel de moneda de cambio.
En su tablero de ajedrez, agarra Vladimir un peón con la cabeza de Díaz-Canel y lo desplaza hasta la casilla nuclear, y millones de cubanos escuchan que un tal Ryabkov ni desmiente ni confirma la posibilidad de un holocausto. Preocupados por la pobreza generalizada, el hambre, el desabastecimiento, la inflación, la falta de derechos y libertades, la represión y otros males infligidos por la dictadura militar de partido único, los cubanos ahondan cada vez más en las causas de su desgracia, descubriendo la verdadera naturaleza del régimen que los somete.
El grito de libertad que se multiplica en sus gargantas expresa la búsqueda de un nuevo contrato social, de otro marco de convivencia en el que los ciudadanos puedan dirimir sus diferencias y perseguir sus intereses por vías pacíficas y civilizadas. Expresa también la necesidad de recuperar la soberanía para el pueblo, de que el poder se ejerza sobre la base del consenso y el imperio de la ley, así como el anhelo de volver a la comunidad política de las democracias.
Sabiendo que la percepción social de Estados Unidos y Rusia ya no es la misma de los tiempos de la Guerra Fría, la pregunta es si los gobernantes cubanos serán capaces de hipotecarse nuevamente con Moscú a cambio de redobles de tambores que ensordezcan el clamor del pueblo que exige un cambio. Con la legitimidad del poder en Cuba cada día más en cuestión, ¿apostará el régimen en otro gran juego de bolos con ojivas?
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