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El rey del sucu suco no ha muerto como tampoco lo hará el género al que dedicó su vida: viajó a ese sitio donde van los seres especiales que se cansan de estar en la Tierra y desde allí continuará alegrándonos la vida.
Mongo Rives no necesitó salir de la Isla de la Juventud, y menos de ese pequeño pueblo que es Santa Fe, para inmortalizar un género musical tan campesino, cubano y alegre como el sucu suco; pero eso quizás no lo entiendan quienes se dejan arrastrar por los sonidos contemporáneos y piensan que se trata de una música pasada de moda.
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Los pineros, aunque no hayan nacido en la Isla, sentimos orgullo del sucu suco y de su principal promotor, un hombre que desde joven aprendió a arar la tierra mientras convertía machetes, cajones y cucharas en instrumentos musicales e hizo del tres, la guitarra y el laúd el pretexto perfecto para amenizar los guateques.
El suc-suc de los zapatos sobre el suelo se convirtió en la onomatopeya ideal para nombrar un género que no necesitó triunfar en grandes discográficas, porque es una música de gente sencilla que disfruta en una fiesta con el aroma del campo, el café recién colado y un trago de aguardiente.
Mongo Rives, en su natal Santa Fe, por suerte enseñó los secretos del género, porque entonces no le íbamos a perdonar que privara a las futuras generaciones de escuchar sonidos tan auténticos como los que su grupo regaló durante años.
Con sombrero y su eterna novia la guitarra en las manos, el artista nos observa desde el otro lado con esa sonrisa que le ilumina el rostro, mientras movemos los pies y la cintura al ritmo del sucu suco, que rima con bejuco, trabuco, conuco y por qué no, con nasobuco.
Desde pequeños, los pineros crecimos con el sonido pegajoso de María Elena y Dame el rabito del lechón, dos canciones que merecen un puesto en el reino de la música popular bailable, porque los tres primeros acordes ya te obligan a mover cada músculo del cuerpo y no importa que desconozcas los pasos, lo que realmente vale es que te dejes atrapar por su energía.
Historias de amor, festejo, algarabía, cubanía, identidad, se repiten una y otra vez entre los versos del género que durante años Mongo Rives defendió y amó, como solo un padre ama a sus hijos; quizás por eso también fue progenitor de una familia de artistas que hoy lloran su partida, pero a la vez agradecen cada segundo que le dedicó a la cultura desde los espacios comunitarios.
El rey del sucu suco debió recibir más premios mientras estuvo por estas tierras, los investigadores debieron visitarlo más en ese pueblo de aguas medicinales donde se funden lo urbano y lo bucólico, los libros pudieron dedicar más páginas a recoger las historias de un ser que se ganó el cariño del pueblo y hoy lamenta su ausencia física.
Sirvan estas líneas para recordar al músico, al hombre, al cubano, que amó con locura lo que hizo y hasta el último segundo de su existencia le sacó a las cuerdas de su guitarra ligeros sonidos que nos hicieran sentir felices, porque en ello radicaba también su propia felicidad.
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