La dictadura más antigua de Occidente ha degenerado en macabro turoperador, con solo dos destinos posibles: Cárcel o destierro; dolorosa terminal a la que Carolina Barrero Ferrer llegó este viernes; tras cruzar seis husos horarios, que representan la distancia entre el mal y el bien.
Cubana corajuda y cuyo sentido de la estética y patriotismo la llevaron a enfrentar pacíficamente a uno de los gobiernos más feos del mundo, temeroso y anclado en la decrepitud norcoreana de amarás al líder por encima de todas las cosas o te matamos civil y hasta físicamente.
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Carolina simboliza lo mejor de la juventud y la mujer cubanas, que desempeñan un papel de vanguardia vital en una isla de familias monoparentales femeninas y sojuzgada por el machismo violento y rancio, la pobreza, la desigualdad y la injusticia.
El drenaje impuesto por el terror gobernante no resolverá su tragedia porque el problema de Cuba no son los opositores, activistas, exiliados e inxiliados, sino la casta verde oliva y enguayaberada, empeñada en mostrar su incapacidad a diario ante el desmoronamiento de una nación con valores contrastados para vivir con sosiego y prosperidad.
Aun cuando encarcelen o destierren a Thais Mailén Franco, Daniela Rojo y Saily González; en los próximos meses surgirán una, dos, tres muchas Carolinas porque Cuba no aguanta más, como viene demostrando desde el otoño de 2019, con mayor activismo y resistencia ciudadana, aun carente de liderazgo, a la sinrazón obtusa.
Un gobierno que teme al ejercicio de pensar y al goce de la discrepancia no sirve para nada, excepto para ir de estruendo en estruendo, como el perpetrado borrador de Código Penal y promover flores de destierro, como Carolina, mujer insoslayable, junto a muchas cubanas, que se tragan las lágrimas por hijos, padres, parejas, hermanos y amigos presos, desterrados e inxiliados; las tres industrias más florecientes del tardocastrismo.
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