Raúl Castro Ruz, funerario en jefe, dio la extremaunción a Miguel Díaz-Canel Bermúdez, este primero de mayo, cuando el general de ejército salió de su dacha habanera para mentir, improvisando un elogio mortal del presidente, ante los periodistas que -una vez agredidos- gritaron: ¡Viva Raúl!; una pena que no le hayan cantado Las mañanitas.
Castro buscó a los periodistas -son las reglas de juego desde que su hermano Fidel extirpó la pluralidad- para oficiar la misa de cuerpo presente del mandatario, asegurando que está trabajando ¡muy bien!, aunque a veces demasiado; mientras Díaz-Canel negaba con la cabeza, cual niño sorprendido por papá en una travesura, y conteniendo su natural impulso de decir que aún trabaja poco por el pueblo y que ahora si construiría el socialismo.
Danny Glover, Oliver Stone o Sean Penn deberían mandar la escena a Francis Ford Coppola, para que descubra el talento cinematográfico de Raúl Castro, capaz de fundir en un plano, el asombro de Don Corleone ante la creencia del funerario Bonasera de que dirigía una banda de asesinos, y la indisimulada satisfacción de Tom Hagen, despidiendo a Frankie Pentangeli y Salvatore Tessio, en sus caminos a la perdición.
Si Raúl Castro deseaba reforzar a su elegido para la continuidad, acabó debilitándolo; porque ya no representa nada, solo es un jarrón chino aguardando la muerte; de ahí su evocación a los cuadros jóvenes del partido comunista; subordinados a su camarilla de camilitos y cadetes prosirios, mientras untaba con Palmacristi al presidente, que salió muy debilitado políticamente de la Plaza de la Revolución, por su empeño en guarecerse bajo las cuatro estrellas del general con nasobuco.
Díaz-Canel está trabajando mal e improvisando continuamente y ha sido incapaz de definir un estilo propio, por eso unas veces juega a ser Fidel Castro y otras a ser Raúl; sin conseguir legitimarse ante los cubanos, que ahora viven peor que cuando mandaban sus antecesores y, la carencia de legitimación popular, lastra su mandato violento y desorganizado.
La mayoría del pueblo sigue sobremuriendo por la escasez crónica de alimentos, medicinas y otros artículos de primera necesidad; la avalancha migratoria hacia Estados Unidos es un crimen de lesa humanidad contra los cubanos y, anunciar ahora el fin de las obras de una planta productora de oxígeno medicinal en Pinar del Río, es una bofetada a las familias de los cientos de asfixiados por coronavirus.
Algunos exégetas de la baba sin quimbombó, queriendo pasar la mano por el lomo a Díaz-Canel, suelen argüir que le ha tocado bailar con la mas fea; desconociendo que -en política- cargos son cargas y, cuando alguien asume una responsabilidad, hereda lo bueno y lo malo, incluido aquello que habría hecho de manera diferente a quien releva; y el presidente está instalado en Modo pasado; como esa chea y extemporánea donación de escobas de guano a un hospital; y sin mensaje de futuro que ilusione a sus más fervientes partidarios, que tienen todo el derecho del mundo a expresarse, aunque sería deseable que evitaran agredir a quienes discrepan.
Si el tardocastrismo es tan justo y benefactor, ¿para qué hacen falta más de mil presos políticos y una vigilancia constante sobre la ciudadanía, obligando a transeúntes a apagar los teléfonos móviles, cuando un cubano valiente, y harto de injusticias, levanta la voz en una esquina habanera?
Gobernar tiene escasos momentos gratos, pero debe incluir siempre ilusión y confianza en el futuro; pero la mayoría de los cubanos vive desilusionada porque -hace años- descubrió que el porvenir debe construirse día a día, renunciando a consignas que -como los esfuerzos baldíos- conducen a la melancolía; y si alguien duda que busque a una reportera espontánea del habanero Reparto Eléctrico que, cual barda del continuismo, sentenció: ¡Que maravilla, el policlínico pintado en un día!, mientras el presidente saludaba a los congregados, bajo gardeo a presión de la escolta, y seguido de cerca por la caravana de BMW blindados.
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