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Una reciente confesión del Papa Francisco, en medio de la conmemoración del primer aniversario del 11J, sobre sus relaciones "humanas" con Fidel y Raúl Castro Ruz; sendos pichones de jesuita, provocó el enfado de anticastristas, alegría indisimulada en la dictadura más antigua de Occidente y dolor en católicos cubanos.
La compartida pasión jesuita del Sumo Pontífice con los dos hermanos Castro Ruz más conocidos y los intereses geopolíticos y económicos de la Iglesia Católica en Cuba y América Latina explican la ensayada improvisación papal, sin espacio para consolar a las madres de más de mil presos políticos y de emigrados muertos en el Estrecho de Florida o los intrincados caminos de la fuga hacia Estados Unidos.
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La democracia cubana será incompleta si no robustece el carácter laico y aconfesional del Estado; manteniendo a las sotanas en conventos y parroquias y despojando a la Iglesia Católica de su condición aparencial de nomenclatura alternativa al comunismo de compadres; compartiendo modos y estilo, aunque soportando regaños del partido comunista.
El Papa Francisco dijo admirar al pueblo cubano; mera obviedad aplicable a todos los pueblos del mundo, pero su verdadera pasión está puesta en aquellos guerreros jesuitas y verde oliva que encontraron, en el santiaguero colegio de Dolores, luces y motivación para salvar y perfeccionar prójimos, como reza el principio fundacional de la Compañía de Jesús; ardor influido por un sentimiento de culpa católica, por los encontronazos con el castrismo, entre 1960 y 1970.
La Iglesia católica teme que los templos vuelvan a vaciarse, comparte con el tardocastrismo similares carencias de liderazgo y formación de sus cuadros y ni siquiera ha tenido valor para reivindicar su papel crucial en la preservación de las vidas de Fidel y Raúl Castro, tras los ataques a los cuarteles Moncada y de Bayamo y la participación de muchos jóvenes católicos en la revolución cubana.
La curia de San Pedro apuesta porque la administración Biden retome el embullo Obama, para ofrecerse como mediador; cuando su papel se reducirá a apaciguador del catolicismo exiliado e inxiliado, como fórmula para proteger sus intereses socioeconómicos en los ámbitos educativos, sanitarios y de atención a mayores en una Cuba putinesca o nicaragüense; modelo preferido por los mancilladores de La Habana y sus aliados posibilistas; incluido el pragmático Estado vaticano.
El miedo de la Iglesia al castrismo y sus medidas conquistas, promovidas hábilmente por Fidel Castro, cuando el comunismo se fue a bolina, explican el vergonzoso silencio del Papa, del Cardenal de La Habana y demás obispos en Cuba frente al drama de un pueblo noble, sacrificado por un ideal totalitario, que suplantó el Sagrado Corazón de Jesús por el Che Guevara y estigmatizó a religiosos, gusanos, homosexuales, hippies, desafectos y apáticos; según la jerga castrista.
En el ámbito clínico, corresponde a psiquiatras y psicólogos estudiar la pasión de Bergoglio por las dictaduras militares, sin discriminación ideológica, pues siendo superior provincial de los jesuitas en Argentina (1973 - 1979) chivateó a los sacerdotes jesuitas Orlando Yorio; ya fallecido, y Francisco Jalics ante la Junta Militar fascista.
Ambos curas se fueron a vivir a barrios de llegaypon de Buenos Aires para comprometerse más de cerca con los pobres; pero las autoridades de la Iglesia reaccionaron en contra y el actual Papa, mintiendo a sus sacerdotes, los delató al régimen militar. Por tanto, sus ensalzados votos de pobreza, con zapatos de Chencha la gambá y el espartano apartamento elegido para vivir, forman parte de una calculada operación de imagen pública; como también lo fue su reconciliación pública con Cristina Fernández, viuda de Kirchner; a la que nunca ha soportado, aunque la antipatía es mutua.
Este fragmento del libro Ejercicios de meditación" (1995) del cura Francisco Jalics es muy revelador:
“Mucha gente que sostenía convicciones políticas de extrema derecha veía con malos ojos nuestra presencia en las villas miseria (...) Nosotros sabíamos de dónde soplaba el viento y quién era responsable por estas calumnias. De modo que fui a hablar con la persona en cuestión y le expliqué que estaba jugando con nuestras vidas. El hombre me prometió que haría saber a los militares que no éramos terroristas. Por declaraciones posteriores de un oficial y 30 documentos a los que pude acceder más tarde pudimos comprobar sin lugar a dudas que este hombre no había cumplido su promesa sino que, por el contrario, había presentado una falsa denuncia ante los militares”.
Aquel hombre era Jorge Bergoglio, el entonces provincial jesuita y ahora Papa, contó el sacerdote Orlando Yorio en una carta al asistente general de la Compañía de Jesús, que obtuvo el periodista Horacio Verbitsky en una extensa investigación.
El 23 de mayo de 1976 Yorio y Jalics fueron secuestrados por la dictadura. Padecieron cinco meses en la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los principales centros clandestinos de detención y tortura del régimen fascista argentino. La Iglesia local, cuya jerarquía colaboró con la dictadura, mientras una minoría ofrecía una valiente resistencia; como ocurre ahora en Cuba, intercedió para que los liberasen y ambos fueron drogados y arrojados en un lago de Cañuelas, localidad cercana a Buenos Aires, en octubre del propio año.
La Iglesia y el Vaticano intentarán ser siempre aliados de quien gobierne; amparados en la supuesta ventaja de la eternidad y su permanente espíritu de superioridad eclesial, equivalente al predominio moral comunista que, sazonado con dos pichones jesuitas, abren puertas en los inescrutables caminos del Señor; aunque prostituyan la liturgia.
El Papa Francisco; al menos mientras ocupe la Cátedra (silla) de San Pedro, debería tentarse el Solideo y asumir una de las máximas espirituales de San Ignacio de Loyola: En ejercicio de desolación nunca hacer mudanza; en vez de ponerse a paluchear con que quería una iglesia que oliera a ovejas y resulta que padece una pasión irrefrenable por el lobo.
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