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El presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez tiene fecha de caducidad, el día que muera Raúl Castro Ruz; cuando las honras fúnebres darán paso a una noche de cuchillos largos entre facciones, si la dictadura no se desmorona antes, porque la oposición sigue renunciando a liderar el agudo descontento.
Díaz-Canel no es un líder, es incapaz de generar consenso, padece de inseguridad, carece de empatía, improvisa y, como todo mentiroso, contiene mal el lloro; cuando aparece superado por la realidad; soltando estupideces como achacar los apagones a una salación colectiva; fruto de su contradicción ideológica de declararse comunista y vivir como la clase media del capitalismo desarrollado, causante de una rara emocionalidad.
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Raúl se equivocó al elegirlo como bateador designado y limpiando el aparato de fidelistas; pese a que ya había cosechado sonoros reveses con la destrucción y ocupación del Ministerio del Interior, en 1989; cuando desequilibró interiormente el castrismo, a su favor; abriendo el camino a la perdición, que no lo deja dormir tranquilo a los 91 años y lo obliga a salir de la dacha habanera para respaldar a su fracasado pupilo.
"Ni nos rendimos, ni nos dejamos vencer", proclamó Díaz-Canel. Ni falta que hace, presidente; el día que la apaleada y cercada oposición lidere la rabia popular, que ya alcanza a la emigración, sus horas estarán contadas porque un sistema político basado en la anticuada épica de la resistencia, solo conduce a la derrota; como sucede ya en los ámbitos estratégicos de economía, salud, energía, alimentación y el agua potable; adversidades reconocidas por los ministros de Economía y Salud Pública, en sendos discursos ante el plenario.
¡"Es un código de amor, un código de paz"!, aseguró el gobernante al referirse al nuevo ordenamiento jurídico familiar en Cuba; lástima que esos valores hayan brillado por su ausencia en la proclama de guerra civil lanzada por el presidente el 11J, seguida por el encarcelamiento y condena de los hijos y nietos de más de 700 familias, que se suman a los más de 120 presos políticos, previos al aldabonazo popular del año pasado.
¿Para qué quieren un gay o lesbiana cubanos poder casarse si quizá no tengan donde vivir? El problema no consiste en ser homosexual o heterosexual, sino en ser ciudadano, con derechos y deberes y, como ocurre desde las reformas de los años 90, la dictadura más antigua de Occidente solo reconoce a los homos serviles; como Miguel Barnet, que volvió a cimarronear, chocheando con que el miedo no es cubano.
El parlamento lejos de reprobar al ministro de Energía y Minas, soportó una diatriba del presidente contra los cubanos hartos de tantas mentiras y aplazamientos, que tocan cazuelas vaciadas en señal de protesta y los acusó de ponerse del lado del enemigo; embuste que no se lo creen ni los chamacos de La Colmenita porque, hasta los niños saben en Cuba, que lo bueno siempre viene de afuera.
El presidente llegó a asegurar que no somos el único país del mundo donde hay apagones; de acuerdo, ¿y qué? Usted fue designado para gobernar Cuba, no para andar revisando el déficit energético de Sri Lanka o Panamá; pero no satisfecho, llegó a reiterar el mensaje del ministro Gil, negando la parálisis de la nación; pese a reconocer que están parando industrias y empresas porque no tienen electricidad ni dinero para comprar combustible.
Al menos, pónganse de acuerdo porque los caballos se aturden con las órdenes de ¡So y Arre!, al mismo tiempo, y acaban derribando jinetes, corcoveando y corriendo libremente por los potreros, sin importarles adonde caerán las monturas.
Sin turistas, sin poder jinetear las remesas de la solidaria emigración cubana, con cuestionamientos crecientes a la práctica esclavista de venta de servicios médicos y sin poder cosechar marabú para producir carbón, Cuba está paralizada de punta a cabo; los revolucionarios y los plattistas suplicando pío tai a Biden y la mayoría deseosa de un aguacero que mate canallas y oportunistas.
Desde el punto de vista formal, la ANPP dejó joyas como la de su presidenta por sustitución, diciendo: presidente, me atreví a hablar después de usted; circunstancia que no ocurre en ningún otro parlamento del mundo; o las intervenciones de diputados y ministros, antecedidas de menciones guataqueriles a Raúl Castro y al propio mandatario; subordinando el carácter soberano del electo a la liturgia totalitaria.
En el retablo de la farsa comunista, también hubo espacio para la mojigatería con un vibrante diputado que, como la niña de Eusebio Delfín, habló -conmovido y triste- del viejo caiguarán; lástima que el repentino bardo haya salido directo del Palacio de Convenciones a su puñetera vida; mientras la casta verde oliva y enguayaberada retoce este fin de semana y los que vienen en sus piscinas con barbacoas Made in Miami; te odio y sin embargo te quiero; sin la incertidumbre de qué, cuándo y cómo cocinar y la certeza revolucionaria que el aire acondicionado no fallará y los mosquitos no pasarán.
La mafia anticubana de La Habana resulta más letal que la ídem de Miami, trabajadora, eficaz y solidaria; mientras que la autóctona solo chupa la sangre de millones de ciudadanos y aún así, tiene el descaro de gritar: ¡Padrino, quítame esta sal de encima!
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