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Eduardo René Casanova Ealo (Quemado de Güines, 1960) iba para profesor de ruso, museólogo e investigador, pero acabó como poeta, narrador y editor de Primigenios, una editorial con un lema poco comercial, pero esclarecedor: “Con el arte y la literatura todo, contra el arte y la literatura nada”; antítesis del monólogo totalitario que enmudeció a Cuba, un año después de su nacimiento.
Experto en el conflicto del Escambray, la guerra civil más secreta padecida por los cubanos; desde pequeño conoció la amargura del represaliado, viajando a La Habana para visitar a su tío Alfredo, encarcelado por la emergente dictadura del proletariado que -entre otras cosas- barrió con la quincalla de su mamá y la cafetería del abuelo, donde se vendían los batidos de frutas más sabrosos del mundo.
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Pero su venganza siempre ha sido literaria; siendo aun niño, descubrió la biblioteca abandonada de su pueblo, y empezó a colarse por entre las desvencijadas tablas y a coger libros que siempre devolvió a las estanterías atiborradas de polvo y desidia.
Temiendo morir en una súbita operación, viajó a Cuba para despedirse de los suyos; sin decirles nada, pero volvió a tropezar con libros, poetas y escritores sin espacios para publicar esas letras que guardan celosamente en un rincón del alma.
¿Qué recuerdas de tu niñez en Quemado de Güines?
Tengo la suerte de contar con mi madre Teresa Ealo de 92 años, aquí en el exilio. Hace unos años cuando me puse a escribir mi noveleta “El polvo rojo de la memoria” en la que el personaje principal Carlos Camilo decidió escribir sobre su infancia, pero al padecer de la pérdida de la memoria colectiva esa que impusieron a la llegada de la revolución de los barbudos, tanto en la novela como en la vida real, tuve que acudir a los recuerdos de mi madre y parientes para muchos de los hechos que se narran en ese libro.
Lo que más recuerdo, es de cómo me adueñé de la biblioteca del pueblo que habían abandonado por peligro de derrumbe. El patio de mi casa daba al patio de la vieja casona y yo por las tardes entraba por un hueco en la pared de tablas y me llevaba un libro diferente que, por supuesto, luego devolvía, no por honesto, sino por respeto a mi abuelo Antonio, quien estoy seguro me hubiese reprendido bien fuerte si llegaba a saberlo. El abuelo Antonio Ealo lo había perdido todo con la intervención de su cafetería, en la ofensiva revolucionaria de 1968, pero hasta su muerte fue un hombre de mucha moral y grandes valores cívicos.
Como a todos los niños de esa década me hicieron pionero, aprendí a cantar el Himno Nacional y a gritar a todo pulmón ¡pioneros por el comunismo seremos como el Che! Eso era casi todos los días y algunos fines de semana, mientras las marchas revolucionarias se escuchaban en los altoparlantes.
Lo peor es que, no recuerdo con exactitud, cuál día, ni a qué hora, la quincalla de mi mamá y la cafetería de mi abuelo; donde se vendían los batidos de frutas más sabrosos del mundo, en un abrir y cerrar de ojos desaparecieron. Y ese debería ser el recuerdo más importante. Incluso más importante de la imagen que tengo de mi madre junto a un grupo de vecinos construyendo unas aceras cuando la eligieron delegada del Poder Popular.
Un día me montaron en una “rancholera” para ir a La Habana. Supe que mi tío Alfredo ─al que todos conocían por el Catalán─ estaba preso en La Cabaña. Mi tío ya era famoso antes de eso. Primero, porque lo acusaron de robarse el dinero de una carrera de bicicletas que organizó en el pueblo y con ese dinero, para vergüenza de mi abuelo, fue a parar a la capital, donde montó una barbería.
Mi tío había salido hasta en la televisión nacional, y nada menos que por pararle un discurso al comandante en jefe, en una de esas reuniones en las que el líder les explicaba a los comerciantes de la capital la necesidad de la intervención de sus negocios. Si la escolta de Fidel no lo hubiera sacado del teatro aquel día, los dueños devenidos en proletarios furiosos y enardecidos, lo habrían linchado a golpes.
Pero el motivo de porqué mi tío estaba preso en La Cabaña era otro. El día 18 de octubre de 1967 abrió su barbería para pelar al primer cliente y mientras lo pelaba el hombre le preguntó qué le pasaba pues lo veía molesto.
─Cómo no voy a estar molesto ─le contestó este─. No he podido desayunar, todo está cerrado. No sé qué está pasando.
─Alfredo es por el duelo nacional ─contestó el cliente, mientras lo miraba en el espejo─. Anoche Fidel anunció, que mataron al Che en Bolivia.
Mi tío Alfredo solo dijo que a él no le importaba la muerte del Che, aunque otros dicen que sí dijo bien claro que no le importaba ni pinga la muerte del Che. Supongo que uno de los que cuenta esa parte de la historia es el cliente al que estaba pelando, el hombre era un agente de la Seguridad del Estado.
A los 20 minutos se lo llevaron preso para condenarlo a los pocos días a no sé cuántos años en La Cabaña. A la visita carcelaria fuimos abuela Magdalena, mi mamá y yo de ocho años. Mi tío bien delgado y pálido abrazó a su madre y yo pude escuchar entre su llanto: “Viejita sácame de aquí, todas las noches fusilan a uno”
Hace unos días, mientras reditaba la segunda edición de “Dichosos los que lloran”, de Ángel Santiesteban Prats, me vinieron a la memoria esos minutos que experimenté, en aquel lugar, rodeado de guardias, presos y familiares.
¿Cómo viviste el cambio de un pueblo del norte de Las Villas a la ciudad minera de Tula, en la Unión Soviética?
Un poema de Emilio García Montiel, “Carta desde Rusia”, lo explica. La verdad es que, si yo no hubiese estudiado en Tula, la ciudad de los samovares, de las fábricas de armas famosas de cacería y de la tierra donde yace León Tolstoi, no fuera el hombre que soy.
Y en esa exageración tiene que ver mucho mi amistad con Seriosha, quién cursaba el curso de alemán en el mismo instituto. Tenía un dominio asombroso de ese idioma. Podía recitar a Rainer María Rilke con la rudeza del acento y la gloria del imperio austrohúngaro; pero se le encendían los ojos cuando citaba a Günter Wilhelm Grass, un fuego contagioso le brotaba de su voz, provocando en mí la calma necesaria para revaluar mis conceptos sobre la social-democracia y el justo lugar que ocuparía en la historia futura de las repúblicas europeas. Seriosha era un caballo en literatura alemana, en especial sobre la obra de Nietzsche. Estoy hablando de 1978, todavía estaba Leonid Brézhnev en el poder, el CAME, el muro de Berlín, el grupo ABBA, los Bee Gees, la primera mujer y un viaje de regreso a una isla a la cual no volvería a ver con los mismos ojos.
Al regreso, ya graduado, trabajaste como profesor de ruso en escuelas cubanas; cuéntame esa experiencia.
Hambre, mucha hambre. Te bajas de un barco que acaba de cruzar el Atlántico donde bellas camareras te sirven deliciosos platos de la comida rusa e internacional y a las pocas semanas te enteras de que te van a enviar a dar clases de ruso a un preuniversitario en Motembo, Corralillo. Mire compañero, eso es un deber, la revolución lo necesita, es una forma de cumplir con su servicio social. Te lo dicen y te montan en una de esas guaguas Girón por terraplenes de tierra roja, hasta donde en medio de la campiña dos edificios de hormigón armado se destacan. Me dicen que ya eso no existe en la isla, que muchas se han derrumbado por falta de mantenimiento o abandono.
El invento de las escuelas en el campo en las que se aplicó la doctrina de trabajo y estudio fue un fracaso. Un gasto enorme de los pocos recursos con los que contaba el país. Pero formaba parte de una estrategia muy importante para Fidel Castro.
La comida en esos lugares era un asco total. A veces, en mis pesadillas, me despierto cuando me ponen una bandeja con caldo de chícharos, arroz mal cocinado y un pescado negro que sabía a no sé qué. Me dicen que ni eso existe ahora en muchas escuelas donde aún brindan almuerzos.
Enseñar un idioma extranjero por obligación a una masa de cientos de estudiantes es otro error pedagógico. En Cuba, desde siempre el idioma y la cultura rusa fue sinónimo de rudezas, mal gusto, productos sin calidad y los mensajes subliminares de la colectivización, el marxismo-leninismo, la guerra necesaria contra el imperio del mal, Estados Unidos.
Con el tiempo, comprendí que yo fui una minúscula pieza dentro de la maquinaria diseñada por Fidel para la formación del Hombre Nuevo, su variante tropical creada a imagen y semejanza de un marxismo estalinista que desmontó y modificó toda la sociedad cubana; la que hoy padece una crisis económica severa y una represión brutal contra cualquier forma de disenso y crítica pública que impacta los derechos sociales y económicos del pueblo de Cuba.
De las aulas, pasas a trabajar en el Museo de la Lucha Contra Bandidos en El Escambray; un proyecto de los ganadores de la Guerra Civil cubana menos estudiada. ¿Cómo recuerdas el museo, qué elementos guarda y qué le falta?
El Museo Nacional de la LCB, como se le conoce, fue un proyecto del Ministerio de Cultura que contó con la colaboración del Ministerio de las Fuerzas Armadas (Museo de la Revolución) y el MININT. Por supuesto es un espacio donde se trata de mostrar el iceberg de la guerra civil cubana poco conocida y que tuvo lugar en todas las provincias del país entre 1959 y 1965. Yo ingreso al equipo de museólogos en los inicios, cuando casi todo el proceso previo investigativo y de montaje estaba casi listo. Por supuesto la dinámica del museo me permitió investigar y preparar exposiciones, junto a un grupo de museólogos y técnicos, en varias de las muestras que se realizaron mensualmente en esa institución.
La posibilidad de investigar, visitar lugares vinculados a algunas de las acciones de ese conflicto, entrevistar a sobrevivientes de ambas partes y el acceso a documentos de la época me permitieron escribir algunos materiales sobre el asunto.
El museo atesora una colección de objetos históricos sobre la guerra civil cubana: armas, documentos, uniformes, y hasta un pedazo del avión U-2 derribado por una batería de cohetes rusos, durante la Crisis de octubre (1962). El objetivo principal del museo es mostrar la participación de los órganos de inteligencia norteamericanos en el fomento, financiación y logística a los grupos armados que se alzaron en casi todas las provincias del país en contra del gobierno.
Muchos de los conocimientos sobre edición, diseño, maquetación y promociones que aplico en mi editorial los aprendí en esas largas jornadas de trabajo en el museo.
El museo te llevó a la cultura, incluida la literatura que es tu pasión estajanovista. ¿Qué libros tuyos podemos leer?
En parte sí. El museo siempre requería y planificaba investigaciones de campo o en archivos, sobre un tema en específico o sobre la tesis general de la guerra civil del Escambray. Con uno de esos testimonios participé en mi primer Concurso Nacional de Talleres Literarios. Pero mi primer texto publicado fue un pequeño cuaderno de poesía sobre la guerra en Angola que yo titulé “Cartas del hijo de Teresa”, por supuesto antibelicista. Habían enviado a mi hermano Julio a la guerra en África y, de vez en cuando, llegaban sus cartas. El cuaderno no era gran cosa, escrito en versos libres, bajo la influencia de la poesía de Raúl Rivero y Luis Rogelio Nogueras (Wichy, el Rojo); pero el librito resultó ganador en un concurso de la revista Verde Olivo y allá me fui a conocer a quien sería con el tiempo un gran amigo ya desaparecido, José Luis Rodríguez Alba, un tronco de poeta y editor quien había sido uno de los jurados y al que siempre recordaré con mucho cariño.
Después vino la mudada a Guanajay, y alli nacieron varios cuentos y un poemario. Uno de esos cuentos fue primera mención en el Concurso Ernest Hemingway, creo en 1992. El libro de poemas “Navegación Impasible” obtuvo el premio Calendario, en 1999. Pero ya tenía el visado por el programa de la lotería de visas y me perdí la presentación de ese poemario en la Feria del Libro de La Habana, de lo que no me arrepiento.
En Miami, he publicado varios cuadernos de poesía: “Las tablillas de Diógenes”, “Al otro lado del mundo”, “Actos en la tierra”, Navegación Impasible”, “Las colinas de Potomac”, el libro de narrativa “El puente y otros relatos” y la noveleta “El polvo rojo de la memoria”, además de varias antologías y compilaciones, todos disponibles en Amazon.
¿Por qué te fuiste de Cuba?
Comencé a alejarme de la utopía en medio de las protestas del maleconazo. Ya estaba en La Habana por esos días. Fue un proceso paulatino, personal y secreto. Nadie influyó, nadie sabía que yo no deseaba seguir formando parte de ningún experimento, organización o tropilla de choque cultural. Incluso mis amigos más cercanos jamás supieron que, a escondidas, había enviado los documentos para el sorteo de visas. Ni siquiera mi familia lo supo, mucho menos mi padre, quien todavía vivía en la ciudad de Matanzas aferrado a su militancia y a su uniforme de miliciano. El poema Y nada más, de mi libro “Las colinas de Potomac” responde mejor tu pregunta.
En Miami has sido obrero instalador de empresas de telefonía y televisión; ¿sabías inglés o te las arreglaste con el spanruski?
Siempre me han gustado los idiomas, dicen que cuando uno aprende un idioma, en mi caso el ruso, es más fácil comenzar a hablar, leer y escribir en inglés. Casi todas las compañías donde he laborado en Miami me exigían que hablara inglés. En casa casi todos hablamos en en inglés, en especial mi hija Nicole, de 9 años, que no quiere hablar mucho en español, aunque lo habla y bien; cuando quiere.
Un accidente laboral; aun en espera de dictamen final, te devolvió a Cuba de visita y a la literatura; ¿por qué, como han sido esos viajes?
En 2018, trabajando para una compañía de cable de televisión e internet sufrí una caída desde una escalera y me fracturé el tobillo derecho. El despido injustificado vino en abril del 2019, meses antes de que me viera obligado a una segunda intervención quirúrgica. Con un bastón y cojeando, me monté en un avión para visitar a la familia en Quemado de Güines, a nadie le comenté que yo iba a despedirme de ellos; por si no volvía de la anestesia. Algo cobarde de mí parte, pero en honor a la verdad, la idea me quitó el sueño varias noches.
El pueblo estaba destruido, sus calles llenas de huecos, las casas sin pintura, recogen la basura y limpian sus calles, con lo poco que tienen. El deterioro y la ausencia de productos es enorme.
Para mi sorpresa el director del Centro Cultural del Cine me invitó a una tertulia. Después de leer varios de mis poemas, les prometí a los escritores presentes que podía publicar sus obras en “mi editorial”, la cual todavía no existía. Solo me traje un libro de un quemadense ya fallecido que, para mi sorpresa, había sido amigo de la infancia y del cual nunca sospeché escribía poemas para los niños. Ese fue el primer libro que publiqué a mi regreso a Miami, después de fundar la Editorial Primigenios.
Aún convaleciente, lanzas Primigenios; ¿por qué, cuántos títulos has publicado y qué novedades aguardan en la computadora?
La editorial tiene un lema: “Con el arte y la literatura todo, contra el arte y la literatura nada”. Y en el logo del sello se puede leer “El corpus lírico de una nación”. Como escritor y pensador, creo que la nación es uno mismo, donde quiera que se encuentre. Mi yo-nación está por encima de agendas políticas, gobiernos o filosofías. Y con mi corpus lírico hago lo que puedo para hablar o ayudar a otros que desean se conozca en el mundo, su nación. Esos que tienen una voz y muchas veces no pueden utilizarla.
Vivo en Estados Unidos, desde 1999 y, antes de emigrar, estuve muy vinculado a instituciones culturales de Cuba. En mis esporádicos viajes a visitar la familia he podido ver la necesidad inmensa de recursos para publicar obras. El mundo editorial de Cuba no es el mismo de cuando yo comencé a escribir. Las restricciones entre ambos países y el embargo norteamericano a la isla impiden que los cubanos puedan autopublicar directamente en el sistema de Amazon, más conocido por KDP. Tampoco existen mecanismos financieros para que los autores puedan cobrar derechos por las ventas de sus obras. Existen autores y obras sin publicar, sospecho que la cifra es enorme. Una de las literaturas más importante del continente es la cubana, sin embargo, el volumen de textos publicados ha descendido a niveles históricos.
El contrato editorial entre Primigenios y los autores es ventajoso para aquellos que residen en Cuba, ya que el cobro de nuestros servicios se descuenta con las supuestas ventas del libro y una vez que esas cantidades se obtienen compartimos las ganancias al 50%. Hasta la fecha conforman el catálogo editorial unas 470 obras y es muy posible que antes de que finalice el año esa cifra sobrepase los 500 libros.
Esas obras han sido publicadas en formato de papel y digital. Lo que permite que puedan ser adquiridas a precios módicos en el mundo entero. Los libros de Primigenios son adquiridos en países distantes como Japón, Australia, toda Europa y Latinoamérica.
Más de 220 libros en los géneros de poesía, ensayo, novela, cuento, e historia local se encuentra en mi lista de obras en proceso editorial. En unos días, Primigenios sacará al mercado una novela memoria collage de Manuel Pereira, “Hijo de sorda”, es un libro inédito, además el libro de cuentos “Dichosos los que lloran” de Ángel Santiesteban Prats, con que obtuvo el premio Casa de las Américas, en 2006.
Acaba de salir a la venta “Motores clásicos en Cuba” libro singular que recoge la historia de las motocicletas y en el que se incluye mucho material de archivo, su autor Onelio García Pérez por muchos años participó en los clubes de motociclismo en la isla.
En proceso final se encuentra además “Ajedrez escolar, estrategia y cálculo de variantes” de Yunior A. Santos Barrios; varias obras de teatro de Pedro Armando Junco, y quizás, el más esperado “Cuba, internacionalismo, conspiración y narcotráfico, dos relatos paralelos” del Dr. Jorge F. Sánchez, quien laboró por muchos años en el hospital psiquiátrico de La Habana. En esa lista se encuentran una veintena de libros de cuento y otra de poesía de autores residentes en Cuba.
Además de la compilación de obras seleccionadas del Concurso Internacional de Cuentos Primigenios que todos los años organiza la editorial con el apoyo del sello Lunetra e Isliada.org; portal de literatura contemporánea cubana. En esta edición participaron unos 180 autores de diferentes partes de Hispanoamérica con una calidad que asombró a los jurados.
Cabe mencionar los nuevos títulos de grandes maestros de la poesía bajo la nueva colección “Otras arenas”, en una colaboración con el escritor, profesor y poeta René Fuentes, desde Uruguay.
Campesino cubano en origen, adolescente en la Unión Soviética y madurez compartida entre Cuba y Miami, geografía muy común a muchos cubanos; ¿cómo han contribuido cada hito a tu personalidad?
La figura paterna más importante de mi vida fue mi abuelo, aunque lo único que tenía de campesino era un sombrero que, cuando yo era niño, me lo ponía y, por eso uno de mis primeros sobrenombres fue el de “Pachanga”. Mi abuelo no permitía el abuso, ni las faltas de respeto, creo que eso influyó mucho en mi carácter. Pero la bondad y el deseo de ayudar, de hacer el bien, de enseñar y compartir conocimientos me viene de mi abuela Magdalena a quien llamaban Malengo.
Ellos dos siempre están en mis libros, en mis poemas y en cada una de las acciones que hago en esta vida. Pertenecieron a una generación de descendientes de españoles que trajeron sus costumbres, su deseo de triunfar con el trabajo honrado y la decencia como virtud superior. Esa es la base biológica de mi comportamiento afectivo para con todos los seres humanos.
Los años de mi adolescencia en Cuba y en la antigua Unión Soviética me forjaron para no darme por vencido ante los imponderables de la vida. ¡Ah, pero los libros y en especial mi trabajo de editor!, me ha permitido conocer, establecer compromisos y ver crecer puentes que nunca sospeché yo podía construir desde este modesto lugar que representa Editorial Primigenios. Para mí esta etapa es la más importante de mi vida y viene con un reto y una responsabilidad por el gran placer de sentirme acompañado de gente tan talentosa.
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