Ricardo Lagos ha tomado como discípulo a Gabriel Boric, aunque él no lo sepa. El expresidente socialdemócrata le lleva, prácticamente, medio siglo al flamante presidente socialista. Lagos tiene 84 años. Está de regreso de todo. Boric, es el presidente más joven de América Latina, sólo tiene 35 primaveras. La misma edad que tenía el peruano Alan García durante su primer mandato, minuciosamente fallido. Ha hecho muy bien en proteger al muchacho.
La entrevista a Lagos apareció en El País de Madrid. Nadie, en su sano juicio, quiere que las cosas le salgan mal. Chile sigue siendo el referente de los latinoamericanos: la nación que estuvo a punto de entrar en el primer mundo. Es verdad que tuvo un tropiezo en octubre de 2019, pero creo que todo ha pasado.
A eso le llaman, también, el “octubrismo”. El saldo de ese periodo atroz, que tantos chilenos encuentran sorprendentemente razonable, especialmente los teenagers, lo leo en la web del Interamerican Institute for Democracy, “Chile: retorno del infierno” debido a un peruano aprista, llamado Luis Gonzales Posada, exministro de Justicia y de Relaciones Exteriores, que hace un pormenorizado recuento del nivel de destrucción: “La violencia estalló a niveles inexplicables. 118 de 136 estaciones del metro y numerosos vagones quedaron dañados o destruidos. Varias iglesias, entre ellas de la Concepción, con 150 años de antigüedad, resultaron quemadas y delincuentes encapuchados ingresaron a los templos para destrozar las imágenes religiosas y sacarlas a la pista para que sirvan de barricadas. Se produjeron saqueos en 200 supermercados, farmacias y tiendas. Las estatuas de los conquistadores fueron derribadas por manifestantes mapuches. Cuarteles militares y 400 locales de carabineros resultaron atacados con armas de fuego y bombas molotov. Ni el toque de queda o el estado de emergencia calmó la enfurecida protesta. Se perdieron más de 3 mil millones de dólares y 200 mil puestos de trabajo, la moneda fue devaluada, el PIB se redujo un punto y la bolsa cayó 13%. Hubo 34 muertos, 9 mil arrestados, 12 mil heridos y 3 mil 400 hospitalizados, incluyendo 800 carabineros.”
Por eso calificaba de “atroz” aquellos sucesos. Era para asustarse. Fue lo que le sucedió al presidente Sebastián Piñera. Roberto Ampuero, novelista y político chileno, exministro de Relaciones Exteriores, con gran experiencia literaria y en el terreno ideológico (fue en su juventud miembro del Partido Comunista chileno y vivió en Cuba), escribió una excelente novela policiaca, Demonio, en la que se aventura la hipótesis de que fue una intentona golpista internacional de la izquierda irredenta. El protagonista de la ficción es Cayetano Brulé, su permanente detective, quien es contratado para localizar a un pintor desaparecido, y acaba descubriendo una trama internacional tras los sucesos de octubre de 2019.
Alan García, en su segundo gobierno (2006 - 2011) emuló a Chile y mantuvo una gran aprobación en Perú. Los mandatarios de los países que imitaron a Chile en las cuentas del sistema privado de pensiones pensaron que fue indispensable para crear una masa de ahorros que les diera estabilidad a las naciones (y tenían razón). No obstante (yo entre ellos), nos equivocamos quienes creíamos que las cuentas privadas de inversión les darían estabilidad a las familias, dado que creaban un interés extra en las personas individuales.
No fue así. No contábamos con los chiquilines: los muchachos de secundaria que pondrían la mano de obra en la feliz destrucción del medio ambiente. Tampoco contábamos con la insistente propaganda machacona en contra de los Chicago boys, e incluso de Milton Friedman, y contra las “tendencias-insolidarias-que-inevitablemente-surgían-de-las-construcciones-neoliberales”.
Fue una irresponsabilidad no responderles a todos los mentecatos que atacaban desde muchas universidades y sitios de comunicación los esfuerzos por rescatar Chile de la mediocridad. “Mentecatos” es, finalmente, la mejor descripción de una “mente capturada” por disparates que suelen estar subordinados a las izquierdas comunistas y las derechas fascistoides en nuestro momento actual. La gente suele olvidar que la revolución contra el “antiguo régimen”, se hizo, precisamente, a favor de los principios liberales.
Por ejemplo, el nacionalismo trataba de impedir la globalización con argumentos “patrióticos”. No hay la menor duda de que Chile se benefició de los “tratados de libre comercio” firmados con numerosos países. Jamás ha sido tan intenso el librecambismo. Por ejemplo, el consumismo, repudiado por cientos de años de prédica religiosa que propiciaba la penalización espiritual o física de los intereses, y se oponía al libérrimo uso de los ahorros. Por ejemplo, las desregulaciones que fomentaban las inversiones en Chile (y en cualquier lugar que elegía la simplificación burocrática). Por ejemplo, la preferencia por el estatismo, tan latinoamericano, tan romano, que le otorgaba al Estado la tenencia permanente del subsuelo en lugar de darlo al propietario.
¿Para qué seguir? La pateadura (62 contra 38) que se le dio a una nueva Constitución fue un regreso a la senda del crecimiento, no un respaldo al pinochetismo, como estúpidamente denunció Gustavo Petro, el nuevo presidente de Colombia, instalado en un marxismo trasnochado.
Chile retornó del infierno, como afirmó Gonzales Posada. Se asomó y no le gustó lo que vio. Ricardo Lagos, socialdemócrata de la cuerda de Felipe González, que ya gobernó prudentemente, hace bien en guiar a Gabriel Boric. Nadie en sus cabales quiere que fracase.
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