Hoy como ayer la tentación de dar el primer golpe nuclear campea por sus irrespetos al género humano. Dicen que un error de traducción provocó la malinterpretación de qué quiso decir Volodimir Zelenski este 6 de octubre con que para “eliminar la posibilidad de que Rusia emplee armas nucleares (…) necesitamos golpes preventivos”. Resulta que Zelenski no usó el vocablo ucraniano en su significado literal de “golpe”, sino en el sentido figurado de “acción”. Así, las acciones preventivas no serían otra cosa que sanciones económicas.
Igual pericia lingüística derrocharon los alabarderos de Fidel Castro al publicarse su carta a Jrushchov de 26 de octubre de 1962. El párrafo más notable reza: “[Si] los imperialistas invaden a Cuba con el fin de ocuparla, el peligro que tal política agresiva entraña para la humanidad es tan grande que después de ese hecho la Unión Soviética no debe permitir jamás las circunstancias en las cuales los imperialistas pudieran descargar contra ella el primer golpe nuclear”.
Todo es verdad hasta un día
Tal como venimos enterándonos hoy con frecuencia de que algo trompeteado como cierto no lo es, pasaron casi seis décadas para saber que Moscú tenía ya listos en Cuba misiles nucleares de alcance medio, capaces de impactar en Washington, el 15 de octubre de 1962.
Ese mismo lunes la CIA confirmó que había misiles soviéticos en la isla, luego de analizar las fotos tomadas el día anterior por el avión espía U-2 del mayor Richard Heyser, pero el analista Sidney Graybeal informó, en la primera reunión del Comité Ejecutivo [ExComm] del Consejo de Seguridad Nacional, que no estaban listos todavía para entrar en combate ni había indicios de ojivas nucleares.
Así lo entendió casi todo el mundo hasta que, el 13 de abril de 2021, la editorial W.W. Norton sacó el libro Locura nuclear: Una historia de la Crisis de los Misiles en Cuba, del director del Instituto Ucraniano de Investigación en la Universidad de Harvard, Serhii Plokhy, quien desmintió a Graybeal tras sudar la camiseta espulgando archivos desclasificados en Ucrania y la Federación Rusa.
En aquella reunión el lugarteniente de la CIA, teniente general Marshall Carter, precisó que los misiles alcanzarían su capacidad operativa en dos semanas, aunque algunos pudieran adelantarse. Así, el ExComm pudo pasarse unos días discutiendo si era moral o no atacar al estilo de Pearl Harbor hasta que afloró el consenso de poner a Cuba en cuarentena. El presidente John F. Kennedy salió a anunciarlo por televisión el lunes 22 de octubre y así reventó oficialmente la crisis.
Halloween en el Pentágono
El Pentágono planificó bombardear con 500 aviones y desembarcar 125 mil hombres, sin saber que, además de las tropas de Castro, unos 34 mil efectivos soviéticos esperaban agazapados. Tampoco sabía que disponían, para la defensa costera, de misiles Luna o Frog de corto alcance con ojivas nucleares casi tan potentes como la bomba de Hiroshima. El primero de estos cohetes contra la fuerza invasora hubiera sido el primero de la III Guerra Mundial.
La invasión se preparaba ya para la víspera de Halloween y este se tornaba más feo todavía porque Estados Unidos se había puesto la semana anterior, por primera vez en su historia, en el penúltimo estado de alerta (DEFCON-2): 1,500 bombarderos y 300 misiles estratégicos estaban listos para atacar 70 ciudades de la URSS.
El sábado 27 de octubre fue derribado en Cuba el U-2 del mayor Rudolf Anderson.
El general Curtiss LeMay, Jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea de USA, alistó 16 aviones F-100 Sabre en Homestead, Florida, para atacar las instalaciones de misiles, pero recibió por teléfono aviso de esperar al visto bueno de Kennedy. Al colgar el auricular, LeMay exclamó: “Este se apendejó otra vez”. A las nueve de la mañana del día siguiente, Jrushchov largó por radio que procedía a “desmantelar las armas ofensivas en Cuba [y] retornarlas a la Unión Soviética”.
Thanksgiving con buenas noticias
Así quedó esencialmente disuelta la crisis. El viceprimer ministro soviético, Anastás Mikoyán, fue a Nueva York a ultimar detalles y voló enseguida a La Habana a conversar con Castro. Nada más que bajó la escalerilla del avión, el viernes 2 de noviembre, Castro le preguntó por qué lo habían dejado fuera de la negociación con Washington. Mikoyán respondió que no habían tenido tiempo, pero en vez de tiempo el intérprete tradujo necesidad. Castro dio la espalda echando espuma por la boca y no recibió a Mikoyán hasta el otro día.
La conversación se interrumpiría con la noticia de que la esposa de Mikoyán, Ashkhen, había fallecido de repente en Moscú. Mikoyán mandó de vuelta a su hijo Sergo y se quedó en Cuba. Terminaría de conversar con Castro el Día de Acción de Gracias.
Ese mismo jueves 22 de noviembre, Kennedy recibió de Jrushchov una carta de cinco páginas sobre la necesidad de que Washington evitara acciones que lastimaran “el prestigio y orgullo nacional” del liderazgo cubano, porque se trataba de jóvenes muy sensibles, “españoles, en una palabra”.
Juicio final
Castro espetó a Mikoyán que no echaba de menos los cohetes estratégicos, pues no tenía necesidad de ellos ni había sido idea suya emplazarlos. Recalcó que había aceptado esas armas en la creencia de contribuir así a los objetivos del campo socialista. Esto confirma que la causa eficiente de trasegar en secreto misiles soviéticos a Cuba no fue defender la revolución de Castro, sino la peripecia vital narrada por un asistente de Jrushchov, el filósofo y periodista Fedor Burlatsky.
En abril de 1962, Jrushchov y su Ministro de Defensa, mariscal Rodion Malinovski, estaban de vacaciones en Crimea y este último comentó que los misiles yanquis en Turquía caerían sobre la URSS en minutos, mientras que los cohetes soviéticos demorarían casi media hora en llegar a EE. UU. Jrushchov repuso que una situación similar podría creársele a Washington instalando misiles nucleares en Cuba, ya que “los norteamericanos no nos pidieron permiso para situar esos armamentos junto a la frontera de la URSS”.
Al filo de la crisis, Jrushchov logró que Kennedy retirara los misiles en Turquía y Castro se plantó frente a Washington y la ONU con que nadie entraría a Cuba a inspeccionar la retirada de las armas estratégicas. USA tuvo que contentarse con que sus aviones inspeccionaran mar afuera los barcos que iban de vuelta con ellas mientras los soviéticos hacían una suerte de strip-tease para mostrarlas.
Lo que sí lamentó Castro fue que los bombarderos IL-28 se fueran a bolina junto con los misiles, pero como acción de gracia Mikoyán aclaró que los viejos IL-28 serían sustituidos por MiG-21 nuevecitos. Así mismo se quedaban en Cuba los tanques T-55 y los cohetes Kolina, que si bien eran de corto alcance podían equiparse con ojivas nucleares, algo que los americanos tampoco sabían. Castro planteó entonces redondear la cuestión con una brigada de combate soviética en la Isla para disuadir a los americanos de otra invasión. Así fue.
La Crisis de los Misiles pasaría de inmediato a ser tópico de la cultura pop, como demuestra una peculiar carroza en el acto de fin de curso de 1963 de la Universidad de la Florida. Castro seguiría batiendo los tambores de la invasión americana sin que jamás se movilizara un solo marine con esa intención.
La revancha de Washington por el fiasco de Bahía de Cochinos, eclipsada ya por la debacle de la Operación Mangosta, dio paso a las acciones de grupos beligerantes del exilio que, con o sin apoyo de la CIA, acabarían confirmando la salida del país como única opción racional de los cubanos frente al castrismo.
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