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Herminia Companioni Fajardo tenía los ojos verdes más impactantes del claustro de la entonces Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana (Edificio Dihigo). Era una flaca con swing, vestida y maquillada impecablemente, dicción de Valladolid y un sentido del humor a prueba de oportunistas y mediocres.
Muchos alumnos de Periodismo temen a la Gramática como a alma que lleva el diablo, pero aquella mujer decente de los pies a la cabeza encontró un método propio de enseñanza que mezclaba rigor y dulzura a partes iguales; y tuvo éxito porque los alumnos de ahora mismo estudian con sus libros, como también lo hacen bolivianos.
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En un examen escribí mal 'escasez', permutando la ese intermedia por la zeta final. Circuló la errata en rojo, comentó que por esa pifia no tenía la máxima nota y debió verme tan jodido que repuso: "Si vas a ser periodista es bueno que no andes escaso de nada, donde escasea casi todo". "¡Menos su elegancia!", riposté y nos reímos como cómplices.
La profe Herminia era un motivo bueno para asistir a aquellas clases vespertinas, donde el calor habanero nos ponía zonzo bélicos, hasta que, en el recreo largo, nos escapábamos a la cafetería al costado del Rancho Luna de 23, para tomarnos un buchito de café.
Las redes andan diciendo que murió hace unos días en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia -otro punto de la plural geografía cubana a golpe de emigración-; pero yo sé que es mentira porque las mujeres valientes y sabias nunca mueren, llevando en su magisterio la palabra eternidad.
Descanse en paz, profe Herminia, a quienes sedujo con la luz esmeralda de su mirada y la persuasiva manera de enseñar. La recordaremos siempre entrando desde el pasillo bullicioso, carpeta sujeta en la mano izquierda y apretada levemente contra su pecho y esa manera peculiar de andar por el aula y moviendo sus labios rojos contagiando sabiduría.
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