Las Asambleas Municipales nominaron este domingo a los candidatos a diputados de la Asamblea Nacional del Poder Popular en Cuba.
¿Alguna sorpresa en la nominación? Como era de esperar en el juego de pantomimas del totalitarismo, Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel fueron nominados y encabezan la larga lista de candidatos que estarán en las boletas del próximo 26 de marzo.
En esa venidera jornada en las urnas, los nominados irán a las únicas elecciones parlamentarias del mundo que, por diseño legal, garantizan que todos sean elegidos tan solo si votan por ellos mismos, aunque todos los demás electores voten en contra.
La Re-Constitución de 2019 mantuvo la trampa de que para ser elegido diputado a la Asamblea Nacional se requiere obtener “más de la mitad del número de votos válidos (sic) emitidos” [Art. 210]. Pero veamos cómo el Estado totalitario se blinda así con la imposibilidad legal de oposición parlamentaria al único partido.
La Ley Electoral (No. 127/2019) complementa la Re-Constitución con una lista cerrada de candidatos del gobierno y una boleta que solo da la opción de votar por uno, algunos o todos. Por tanto, la única forma que tienen los votantes para expresar su voluntad política en contra es emborronar las boletas o dejarlas en blanco, pero ni unas ni otras se computan como votos válidos.
Así se consuma el apartheid electoral. Si el elector tiene que invalidar su voto para manifestar voluntad política contraria a los candidatos del gobierno, nadie podrá quitarles a estos la esperanza de ser diputados, ya que para ser elegidos solo tendrían que votar por sí mismos.
Paradójicamente, dejar la boleta en blanco o anularla es la única acción política directa contra la dictadura en estas elecciones, pues un opositor pacífico que no vota equivale a un alzado que deserta.
Referendo en bandeja
La oposición pierde sentido político tachando las elecciones de farsa y llamando a la abstención, pues cabe revirarlas contra el poder dictatorial, porque el gobierno sirve un referendo en bandeja al prefijar a todos los candidatos. En vez de llamar a quedarse en casa y no ir al colegio electoral —para buscar consuelo al estilo de Fidel Castro, quien contaba las abstenciones en la ONU como votos a su favor— la racionalidad política estriba más bien en acentuar la crisis de legitimación del régimen unipartidista con el mayor número posible de votos sin validez.
Siempre resultará mucho mejor emborronar la boleta con NO que dejarla en blanco, pero si los albañiles de la oposición pacífica prefieren capitalizar el descontento del pueblo arrullando una masa políticamente inerte, que se abstenga en vez de votar, se acabó la mezcla.
Embullo y agitación
Embullarse con que casi la tercera parte del electorado en Cuba y casi la mitad en La Habana no votó en las pasadas elecciones municipales es otra vana ilusión que sigue campeando por sus respetos entre las filas opositoras. Hace rato que Albert Otto Hirschman demostró —en Exit, Voice, and Loyalty (Harvard University Press, 1970)— la irrelevancia política de los ciudadanos que se van del país o no acuden a votar [Exit]. En política solo tiene relevancia la correlación de fuerzas entre disidencia [Voice] y Lealtad [Loyalty].
Tal como en cualquier otro país, al gobierno de Cuba le importa un comino y no le hace ni cosquillas que la gente no salga a votar. Así como millones de cubanos afuera no han logrado cambiar el régimen imperante dentro en seis décadas, millones de electores que se quedan en casa no van a impedir que el pueblo cubano prosiga siendo sustituido políticamente por el Partido Comunista y ese partido, por su Congreso; y ese Congreso, por el Comité Central; y ese Comité Central, por el Buró Político, que a su vez da pie y continuidad al Estado totalitario.
Fisura electoral
Si el pueblo cubano -o al menos su mayoría- está contra el gobierno, una buena oportunidad política para demostrarlo es colarse por la fisura estructural de las próximas elecciones equivalentes a referendo.
A solas en una caseta, cada cual puede hacer con su boleta electoral lo que le dé la gana. No lo van a impedir los generales, ni perversas acciones partidistas, ni amenazas de procesos judiciales. Ni perros, ni secuaces, ni homicidas. Pero si pervive la conjunción histórica del apartheid político con una oposición que se desfoga en los medios alentando al ciudadano a no votar, la voluntad mediática obstruye aquella fisura y queda fuera la voluntad política.
Y así nos quedamos a la espera de que algún día incierto el Estado totalitario se venga abajo, pero ya no será en virtud de la presente oposición pacífica anti-electoral, sino acaso del futuro aburrimiento.
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