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Cuando el pasado 27 de enero Necla Camuz dio a luz a su segundo hijo, Yagiz, no podía imaginar que diez días más tarde se abriría la tierra bajo sus pies y quedaría sepultada bajo los escombros con su bebé en los brazos.
Justo lo que sucedió en la madrugada del pasado lunes, cuando un devastador terremoto de intensidad 7,8 grados en la escala de Richter sacudió Turquía y Siria, derrumbando el edificio donde Necla vivía con su esposo y su otro niño en la ciudad de Samandag.
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Menos aún habría imaginado ser una de las sobrevivientes, junto a su bebé, de una catástrofe natural que deja más de 36,000 muertos entre ambos países, en un conteo provisional donde historias como las de Necla y su familia se suman a otras pocas que rayan el “milagro”.
Necla estaba despierta y alimentando a su hijo en casa cuando sintió que todo a su alrededor empezaba a temblar. Eran las 04:17 hora local y comenzaba lo que el presidente Recep Tayyip Erdogan calificaría como el terremoto más grave desde 1939 en Turquía.
Yagiz, que significa "valiente", lo fue. Porque muy valiente fue su madre. El primer impulso de Necla al notar la sacudida fue correr hacia su marido y su otro hijo. El de ellos también. Sin embargo, la fuerza del temblor crecía por instantes.
"Cuando comenzó el temblor, quería ir donde mi esposo, en la otra habitación. Él quería hacer lo mismo", relató la sobreviviente a BBC. "Pero cuando trató de venir hacia mí con nuestro otro hijo, el armario se les cayó encima y les fue imposible moverse".
Bastaron unos minutos para que se viniese abajo el mundo de Necla, desapareciese su marido y su otro hijo, su apartamento en la segunda planta de “un buen edificio”, su ciudad y muchas otras en su provincia de Hatay. Cuando abrió los ojos, estaba comprimida bajo los escombros de su hogar. En sus brazos, protegido por su pecho, respirando, intacto, Yagiz.
"A medida que el terremoto se hacía más grande, la pared se cayó, la habitación se zarandeaba y el edificio iba cambiando de posición. Cuando paró, no me di cuenta de que había caído un piso hacia abajo. Grité los nombres de mi hijo y mi esposo, pero no hubo respuesta".
La oscuridad dio paso al polvo, y a través de este pudo ver los primeros puntos de luz. Con Yagiz en los brazos, Necla intentó calmarse y respirar. Una plancha de hormigón había estado a punto de aplastarles si no es por un armario que amortiguó su caída. Quedó encajada en un agujero entre los escombros, una posición que madre e hijo mantuvieron durante casi cuatro días.
"¿Hay alguien ahí? ¿Alguien puede oírme?", gritó pidiendo ayuda e intentando hacer ruido, golpeando el armario. De lejos, podía escuchar voces, pero se dio cuenta de que la suya no llegaba al exterior. Pasaba el tiempo y un terror empezó a dominarla: existía la posibilidad de que nadie la oyera, de quedar sepultada en vida junto a su bebé.
"Planeas muchas cosas cuando tienes un nuevo bebé y de repente estás bajo los escombros", dijo Necla a la BBC. No obstante, su instinto maternal fue más fuerte que su mente y se mantuvo amamantando a su bebé. Perdió todo sentido del tiempo. Yagiz dormía y cuando despertaba llorando, su madre lo alimentaba en silencio hasta que se calmaba.
Pensaba constantemente en su familia: el bebé en su pecho y su esposo y su otro hijo perdidos en algún lugar entre los escombros. Pero lejos de sucumbir a la desesperación Necla decidió ahorrar energía y permanecer en silencio, a menos que sintiera que los ruidos del exterior se acercaban.
¿Soñó con un perro? No sabría decirlo, como tampoco que habían pasado más de 90 horas. Pero escuchó unos ladridos, cada vez más cerca. A los ladridos le siguieron unas voces. "¿Estás bien? Toca una vez para decir sí", gritó alguien entre los escombros.
El resto fue sonido de taladros, palas, sierras y ajetreo cuidadoso a su alrededor. La oscuridad se rompió por la luz de una antorcha que la deslumbró.
Cuando el equipo de rescate del Departamento de Bomberos del Municipio de Estambul preguntó cuántos años tenía Yagiz, su madre no pudo dar una respuesta certera. Lo único que sabía es que el niño tenía 10 días cuando ocurrió el terremoto.
Necla y Yagiz no sufrieron lesiones físicas graves. Estuvieron en observación en el hospital durante 24 horas antes de darles el alta. Su esposo, Irfan, y su hijo, Yigit Kerim, de 3 años, también habían sido rescatados de los escombros, pero con heridas graves en las piernas y los pies.
"Creo que si mi bebé no hubiera sido lo suficientemente fuerte para sobrellevar esto, yo tampoco habría podido", dijo Necla mientras preparaba el té a la reportera británica en la carpa azul de madera y lona donde ahora se refugia la familia. Allí hay 13 miembros de su familia. Todos han perdido sus hogares.
Desde el hospital le llaman Irfan y Yigit Kerim. "Hola guerrero, ¿cómo estás hijo mío?", pregunta el padre a su bebé a través de la pantalla del móvil. Necla sonríe. A sus 33 años, está "tratando" de aceptar lo que le sucedió.
"Estoy muy feliz de que sea un bebé recién nacido. No recordará nada", dice mirando a su pequeño valiente.
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