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El presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez tendría que arremangarse y acometer las reformas políticas y económicas necesarias y urgentes que demanda la crisis sistémica de Cuba, pero está encontrando más dificultades que las deseadas para avanzar en temas tácticos como la liberación de presos políticos y el arreglo con la administración Biden.
El núcleo duro pretende resistir con su habitual bobería solemne, cuando a nación necesita que la excarcelación de los presos políticos sea el primer escalón de la transición pacífica a la democracia; despenalizando la discrepancia política, suprimiendo el eslogan de enemigos y renunciando a acumular nuevos presos.
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Pero si Díaz-Canel no es capaz de liderar la toma de decisiones; fraguando los consensos necesarios dentro y fuera de Cuba, lo más saludable para el país y el presidente, es que dimita; aun sabiendo que solo cenizas dejaron Raúl Castro y Machado Ventura con su abrasiva política de cuadros.
La discrepancia entre sectores del tardocastrismo es más sana que el hiperliderazgo absoluto de Fidel Castro; salvo cuando paraliza la siempre complicada tarea de gobernar un país sin cultura tolerante y arruinado económicamente, pero urgido de democratización.
El aldabonazo popular del 11J fue una oportunidad desperdiciada por Díaz-Canel para cambiar todo lo que deba ser cambiado; con sentido del momento histórico pero -tras titubeos iniciales por el diálogo- acabó entregándose de pies y manos a los dinosaurios; felices por su ventajismo económico, muy dañino para Cuba y el gobierno; deslegitimado -además- por el uso de la violencia contra el pueblo.
La demora infinita en la toma de decisiones es una rasgo del tardocastrismo; como reveló el aplazamiento -durante 10 años- de la aplicación de unos lineamientos económicos que iban a ser la solución de casi todos los males y confirma ahora el palante y patrás con la liberación de los presos políticos y el arreglo con la administración Biden; exasperando hasta el prudente Vaticano.
La excesiva dependencia del tardocastrismo de Estados Unidos, también complica la travesía presidencial, pues el ala dura ha repetido tantas veces su mentira que la bronca a muerte es con Washington, que ha acabado creyéndosela y usándola como amenaza latente ante los renovadores.
La colaboración bilateral de larga data en varios ámbitos; incluidos terrorismo, narcotráfico y contrabando humano; desmienten la bola de los dinosaurios, de diferentes edades y ropajes, pero unidos por la fatuidad de sentirse importantes ante la prolongada desgracia de un pueblo noble y machacado.
Ningún observador sensato entiende que la dictadura más vieja de Occidente conserve capacidad de interlocución con Estados Unidos, pero parezca incapaz de dialogar con los cubanos, justamente descontentos por la incrementada represión política y la haitianización de Cuba.
El gobierno cubano se ha quedado aislado en la región, haciendo piña con las dictaduras de Venezuela y Nicaragua; provocando que la izquierda regional siga tomando prudencial distancia de los delirios de La Habana y sus socios; con mayor o menor intensidad.
López-Obrador, que no es de izquierda pero finge; Lula, Boric, Fernández, el Frente Amplio de Uruguay y Petro han adoptado la postura europea de criticar a La Habana, en privado, y ser moderados en público; pero la paciencia política tiene un límite y Cuba no interesa como aliado ni como adversario, desde hace años; solo es un juguete roto por la Guerra Fría.
El tardocastrismo semeja un cangrejo atrapado en un tanque de miel; donde todo parece dulzura, pero cada vez resulta más complicado moverse en cualquier dirección.
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