El sacerdote cubano Alberto Reyes, párroco en el municipio Esmeralda, Camagüey, reflexionó sobre el reto de ser padre y formar una familia en Cuba, donde impera un modelo sociopolítico que no tiene nada que ofrecer al pueblo, salvo consignas vacías, estancamiento y desigualdad.
“Vivimos en un barco que se hunde. El modelo sociopolítico cubano podrá subsistir tal vez años, pero solo como un organismo parásito que intenta absorber de esta isla todo lo que puede antes de morir irremediablemente, porque ya no tiene nada que ofrecer, ni al presente ni al futuro de este pueblo”, afirmó en una reciente publicación de sus redes sociales.
La indiferencia hacia el sufrimiento de la gente define la gobernanza de la “continuidad”, según Reyes. Con semejantes timoneles, “Cuba zozobra, y todas sus estructuras se resquebrajan en un ambiente de supervivencia, de estampida migratoria y de sálvese quien pueda y como pueda”.
En ese contexto de crisis sistémica, en medio de agudas carencias materiales y espirituales, están creciendo las nuevas generaciones de cubanos, esos que un día serán los ciudadanos de un Estado que tendrá que ser reconstruido, o que terminarán optando por emigrar.
“Tanto los niños que emigren, como los que se queden, crecerán para tomar un día las riendas de este mundo, para poner sobre sus hombros la responsabilidad de guiar la historia, la personal y la de aquellos que les serán confiados”, razonó el sacerdote.
Ante el peso de la responsabilidad que significa formar a esos ciudadanos del futuro de Cuba, Reyes subrayó la importancia de la “formación intelectual de los hijos”, y criticó el actual sistema de educación estatal del régimen cubano, marcado por el adoctrinamiento, la desidia y la baja calidad de un profesorado joven, desmotivado y deseoso en su mayoría de emigrar.
En ese sentido, llamó a la familia cubana a preocuparse por educar a sus hijos en valores. El “respeto, honestidad, amabilidad, servicio, sacrificio” formaban parte de lo que se aprendía en la mayoría de los hogares cubanos antes de 1959, y que insuflaban la vida cívica del país, donde una sociedad diversa era capaz de organizarse políticamente y luchar contra los abusos de poder.
Después de seis décadas de propaganda y adoctrinamiento institucionales, Reyes abogó por enseñar a los hijos una forma distinta de relacionarse con su país de nacimiento, cuidando de separar la cubanía de las trampas nacionalistas del discurso que asocia la patria a una ideología o la llamada “revolución”.
“Es un reto enseñar a los hijos a amar a esta patria a través de la difícil tarea de separar lo que significa la tierra que los vio nacer de una ideología… Sí, es todo un reto enseñar a los hijos a amar a esta patria de la que todos quieren irse”, expresó.
Por último, hizo votos porque los padres cubanos sean capaces de guiar a sus hijos hacia un camino espiritual, hacia un encuentro con Dios. La estigmatización de la religiosidad y los dogmas ideológicos han acabado por dejar una sociedad marcada por la aniquilación de la individualidad, que conlleva la de la sociedad civil por vía del “vacío existencial” y la lucha por “la supervivencia”.
En una evocación de los “Pinos nuevos” de José Martí, el sacerdote llamó a proteger a la niñez de las manipulaciones y la omnipresencia de un poder que adolece de un paternalismo enfermizo y violento, de manera que crezca “un bosque nuevo capaz de ofrecer a los que habiten bajo su sombra un presente y un futuro”.
A comienzos de año, el padre Reyes se refirió a algunos de los principales problemas de Cuba y sostuvo que “el presente es sombrío y, desde el punto de vista meramente humano, en el futuro inmediato de Cuba no existe la luz”, por lo cual dijo conservar la esperanza de que este año fuera mejor para el pueblo, a pesar de "los mismos discursos vacíos y ridículos a los que ya estamos acostumbrados".
Al poder en Cuba no le importan las personas, las ven solo como piezas necesarias para mantener una estructura de dominación y control, dijo Reyes a finales de noviembre en una profunda reflexión sobre la libertad de expresión en Cuba, que vivía por esas fechas una oleada represiva feroz contra los cubanos que se salían a manifestarse por los constantes y prolongados apagones que sufrían.
"Teniendo en cuenta la inaceptable falta de electricidad en Esmeralda, si alguien va a convocar una protesta pacífica, avíseme para tocar las campanas de la Iglesia", escribía el religioso días antes en sus redes sociales.
A finales de agosto constataba que “la lista de las luchas cotidianas es interminable: alimento, vestido, transporte, asistencia médica, economía personal, incluso el descanso”, y concluía abatido: “No veo a mi pueblo feliz. Por el contrario, lo veo agobiado, arrojado a una existencia que es continuamente hostil”.
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