El cineasta Pavel Giroud acertó con su documental sobre el caso Padilla, evitando el mero testimonio para vincular aquel papelazo mundial del castrismo a la ofensiva revolucionaria post 11J, que mantiene en la cárcel a más de mil cubanos presos por causas políticas.
La autocrítica estalinista del poeta Heberto Padilla, tras pasar unos días preso en Villa Marista, desnudó al castrismo ante el mundo y, especialmente ante intelectuales que -pese a vivir en democracia- vieron en el aldabonazo verde oliva de 1959, una esperanza para América Latina.
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La película de Giroud tiene tres méritos: audacia, rigor y oportunidad porque pone el ojo en una página doliente de Cuba, sin caer en la tentación de filmar buenos y malos; sino que deja las conclusiones al espectador, y confirma que la capacidad de la dictadura más vieja de Occidente de reprimir y acumular presos políticos como moneda de cambio con Estados Unidos y Europa permanece intacta.
Quizá habría sido oportuno un testimonio de Manuel Díaz Martínez que, junto a Norberto Fuentes, son los sobrevivientes de aquel capítulo de la barbarie, pero no sabemos con qué dinero contó el cineasta ni sus intenciones; Fuentes ya lo hizo en un libro, a su manera.
Otro apunte necesario habría sido la suerte posterior de aquellos villanos y sus verdugos; sobre todo, especialmente útil para los cubanos más jóvenes, privados por el Ministerio de Educación de cultura general y rigor histórico y que desconocen hasta la ofensiva arqueológica y oportunista del castrismo en los años 90 del siglo pasado.
Que hayan tenido que pasar 51 años; ¡más de medio siglo!, para que cubanos interesados en heridas de la tragedia mayor puedan ver y escuchar a Heberto Padilla frente al pelotón de fusilamiento, confirma el afán de ocultamiento dictatorial de unos de los atropellos mayúsculos del castrismo y el interés permanente de la Seguridad del Estado en mantener secreto la atrocidad desvelada parcialmente por Giroud.
Lamentablemente, no es excepción; sino que forma parte de un rosario de asuntos ocultados por el poder, como los fusilamientos de la Loma de San Juan y la Cabaña, la muerte de Osvaldo Sánchez, el caso Marquitos, la guerra civil del Escambray y el destierro de Ernesto Guevara, entre otros.
La imagen del atildado canalla José A. Portuondo. como atizador de la mocha liberticida y atribuyendo a Nicolás Guillén, que brilló por su ausencia, estar de acuerdo con la cacería, es uno de los mejores hallazgos del documental.
Padilla, evocando la escena faulkneriana que, mientras contemplaba a unos niños jugando a la pelota, interrogó a sus interrogadores, de dónde habían salido personas tan capaces, es otro aporte del poeta a la destrucción del mito.
Gracias, Pavel por iluminar parte de la tragedia, cuando Cuba más lo necesita.
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