El presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez le cayó a mentiras a la mansa Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en un encuentro reciente donde lanzó esta descomunal guayaba: "Tengan la seguridad de que, en estos momentos, no hay ningún prejuicio con la cultura desde la dirección del partido, del gobierno, ni de las instituciones culturales".
Entonces, ¿qué hacen en la cárcel Maykel Osorbo Castillo, Luis Manuel Otero Alcántara y otros creadores?; ¿porqué siguen desterrados Yunior García, Tania Bruguera, Anamelys Ramos, Carolina Barrero y Hamlet Lavastida? ¿Que razones tuvo el partido comunista para prohibir en el sistema del ICRT la canción Perdóname conciencia, durante el debate y referéndum del Código de las Familias?
Y remató: "Y todo lo que ustedes tengan como insatisfacción, denúncienlo, todo lo que crean que se pueda cambiar, propongan cómo cambiarlo, que siempre van a tener oídos".
Entonces, ¿para qué se necesita un Ministerio de Cultura inútil y caro que -64 años después- sigue sin saber cuáles son los problemas que aplastan a la mayoría de los cubanos, incluidos intelectuales?
Muchos cubanos ya conocen el viejo truco de la casta verde oliva y enguayaberada, que incita a denunciar problemas y proponer alternativas para identificar a descontentos y, pasado un tiempo, aplicársela con todo rigor; como ocurre desde aquella tarde remota en que Mario Parajón y Virgilio Piñera manifestaron en la Biblioteca Nacional sus miedos ante la inundación totalitaria.
La nota oficial sobre el baldío encuentro destacó que los convocados no reclamaron nada al presidente porque saben el origen de los problemas de Cuba y se tragaron con alegría el palmacristazo que la situación mejorará, pero no sabemos cuándo, que sonó a evocación del gran Luis Marquetti, autor de deja ver, deja ver, si mañana puede ser lo que tu quieres (Plazos traicioneros).
La "vanguardia artística" no se atrevió a indagar sobre cómo afectan los apagones soberanos a la familia cubana, la atención médica, el curso escolar y la producción de alimentos y medicinas; extraña que la ciudad letrada del tardocastrismo no haya comentado que, sin corriente ni transporte, no habrá conciertos musicales, funciones de teatro y ballet y demás manifestaciones culturales.
Aunque siguiendo la estela del quinqué usado en la tragicómica Marcha de las antorchas las lecturas de poemas y talleres literarios podrán transcurrir a la luz de las velas; siempre que haya disponibles para improvisar en tinieblas.
Un presidente sin vergüenza y un hato de mansos oportunistas provoca náuseas en cubanos sensatos; como ocurre ante cada cónclave del pan con na, donde abundaron exaltaciones patrioteras de bardos y musas; ahora atormentados por el colonialismo cultural, que el presidente de la UNEAC en Sancti Spíritus, Marco Calderón, calificó como una segunda Base Naval de Guantánamo; deslizándose peligrosamente por la afilada guámpara de Quintín Banderas.
Calderón, calificado en las crónicas de Indias como "habilidoso" poeta, narrador y guionista, debió mezclar la Canchánchara con la Chispa de tren porque hablar de colonialismo ante el principal anexionista y jinetero equivale a mentar la soga en casa del ahorcado.
Ya quisiera el comunismo de compadres tener la vitalidad, riqueza y eficacia de funcionamiento de la base norteamericana, que colabora regularmente con el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en diferentes ámbitos de interés mutuo, y con reuniones mensuales a ambos lados de la frontera, desde 1994.
El ingenioso Calderón del Yayabo debe evitar alusiones al anexionismo militante y no pasarse de rosca en medio del enjuague con Biden y a las puertas del próximo congreso de la UNEAC, donde habrá sillitas para los más abyectos.
En el orden práctico, sigue sin solucionarse "la transformación del sistema empresarial de la música", pero un representante de Santiago de Cuba propuso realizar otro evento para analizarlo; es decir, más gasto, cuando peor está la nación.
La viceprimera ministra Inés María Chapman Waugh, de acusado perfil técnico, acudió a la rueda rueda sin pan ni canela; quizá como señal de que está monitoreando la cultura, para evitar los desatinos del ministro, achicharrrado desde el 27 N y mirando de reojo a Morlote, que le quiere serruchar el piso de la casona del Vedado.
El penúltimo acto de fingimiento del poder y sus guatacas culturales evidencia la desfachatez de Díaz-Canel, que debía ahorrar a los cubanos tanta vergüenza ajena y esperpento.
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