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El equipo Cuba ha devuelto parte de las ilusiones a millones de fanáticos con su desempeño en el V Clásico Mundial de Béisbol y, este domingo, juntará pelota y nación en un estadio de Miami, un modelo de ciudad libre, rica y solidaria, por obra y gracia de millones de emigrados.
A la dictadura más vieja de Occidente no le ha quedado más remedio que tragarse el sable de reconocer que las Grandes Ligas y la pelota rentada en el mundo son muy superiores al renqueante modelo totalitario, CVP de una cárcel con hambre.
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Cuba tiene en Miami un modelo de libertad, prosperidad y justicia social que desbarata la propaganda del comunismo de compadres, agentes de influencia y gusañeros. Lástima que muchos cubanos libres no hayan aprendido a reivindicarla y se extravíen en diatribas de filosofía de barberos.
Cubanos que viven en democracia intentan deslegitimar la representatividad del equipo y movilizarse para propinarle un mitin de repudio, copiado de las turbas maoístas progubernamentales de la estampida Mariel; pese a que un deportista se representa a sí mismo y a la nación, nunca a un partido-estado.
La politización del deporte, convirtiendo cada competición con Estados Unidos en un combate contra Goliath y dedicando cada triunfo al comandante en jefe funcionó propagandísticamente, mientras la Unión Soviética pagó el alquiler del portaaviones más caro del mundo; pero Cuba en soledad afloró todos los males comunistas y David acabó como Chacumbeles.
En democracia, a ningún gobierno se le ocurre prohibir a un deportista que juegue en un sitio u otro y países latinoamericanos estimulan que sus principales figuras jueguen en las Mayores, dándole todo tipo de facilidades y reconocimiento. El castrismo -aunque ahora muchos de sus lacayos intenten escamotearlo- prohibió a exjugadores de Grandes Ligas, que nunca se fueron de Cuba, pisar los estadios y tronchó las carreras deportivas de figuras como Pedro José "Cheíto" Rodríguez y Rey Vicente Anglada.
Los aguafiestas ya afilan armas de cara al juego del domingo, confundiendo nación y pelota con partido-estado, fruto de la educación totalitaria recibida por imposición y de la que muchos no consiguen librarse, pese a vivir en Estados Unidos, el país más libre del mundo; como demostró James Carter a los compañeros José L. Toledo Santander y Hassan Pérez Casabona en aquella tarde en la Universidad de La Habana, donde Fidel Castro los llevó a la derrota.
El adversario es la casta verde oliva y enguayaberada, no los peloteros ni los millones de cubanos que viven en la náusea perenne que provoca la dictadura más vieja y delirante de Occidente, siempre gozosa de que haya compatriotas enfrentados políticamente por cuatro bolas o tres strikes, una libra de papas y salchichas made in USA.
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